04 enero 2021

Vigila con lo que deseas…

Antes, cuando estabas esperando que llegase el tren o el bus, en la consulta del dentista o si estabas esperando que empezase una reunión que se demoraba, la gente solía aburrirse. Tal vez ojeaban una revista, pensaban en qué harían para cenar o simplemente dejaban volar la imaginación.

 

¿Os habéis dado cuenta de que eso hoy día se ha convertido en un lujo asiático? Vaya, que lo que hace todo el mundo es sacarse el móvil del bolsillo y ponerse a navegar, consultar el whatsapp o recrearse en algún juego del smart. Bueno, ¿es eso tan grave? A fin de cuentas, es una manera como otra de aprovechar el tiempo, ¿no?

 

Más bien es una manera de matar el tiempo. O más concretamente, el aburrimiento. Vivimos en una época en que aburrirse es poco menos que un pecado mortal. Si alguien se aburre, se le compadece y se le recomienda que haga alguna de las cientos de actividades que están a nuestra disposición cada día: pasear, ir al gimnasio, ver una película o una serie de televisión a través de una plataforma, quedar con los amigos, jugar con la videoconsola, participar en alguna de las muchas redes sociales existentes o incluso leer un libro o ver la televisión, aunque eso está cada vez más deprecated. ¿Pero aburrise? ¡No, gracias!

 

Y así, pasa lo que pasa. La creatividad disminuye. La materia prima de la creatividad es el tiempo: tiempo para pensar, tiempo para crear, tiempo para aburrirse. Ahora ya no nos aburrimos. Rellenamos cada instante de nuestra vida con algo que hacer. Esa ha sido una de las grandes funciones del teléfono móvil.

 

Hay un delicioso relato de Isaac Asimov, contenido en la recopilación titulada Azazel que nos habla de esto. Azazel es un pequeño demonio que concede deseos a quien se lo pide, con tan mala leche, que al concederlos, la persona teóricamente agraciada acaba profundamente decepcionada.

 

En el relato “Tiempo para escribir” (“Writing Time”, 1984), un escritor le pide a Azazel que le evite todos los tiempos muertos de su vida. Cuando vaya a coger el autobús o el metro, que siempre esté allí el transporte y no tenga que esperarse. Lo mismo con el ascensor, la cola de una tienda o la espera en el salón del dentista. Todos los tiempos muertos desaparecen.

 

Aparentemente ello es una gran ventaja, porque ahora dispondrá de más tiempo para crear. Pero el escritor descubre horrorizado que era en esos instantes de espera cuando se le ocurrían la mayor parte de las ideas que después convertía en cuentos o artículos y ahora tiene una sequía creativa brutal.

 

Así que, la próxima vez que vayáis al médico o estéis esperando a alguien que no llega a su hora, resistíos un poquito antes de coger el móvil y utilizad ese tiempo valioso para pensar. Tal vez os sorprenda lo que consigáis con ese tiempo extra.