12 enero 2021

¡Qué rico!

Recuerdo de pequeño ver a Alfredo Amestoy en la televisión, hablándonos de cómo sería la comida del futuro. Él afirmaba que básicamente serían unas pastillitas que nos las tomaríamos y ya habríamos comido, con todas las proteínas, vitaminas y sales minerales necesarias. Supongo que regadas con un buen trago de agua.

 

Ese mundo “idílico” recuerda un poco a la comida para astronautas, que ya nos adelantó la película de Kubrick 2001. Una odisea en el espacio (1968), en la que podíamos ver a los tripulantes de la Discovery 1 comiendo una especie de purés de colorines.

 

De hecho, siempre se afirmó que la mayor parte de la comida que ingeriríamos en el futuro sería sintética o de origen vegetal. Las algas estaban de moda entonces y parecía que todo tenía que ser un derivado de estas talofitas. Hoy parece que ya no se predican tanto, aunque supongo que conforme las necesidades nutricionales de la ingente masa humana vayan a más, tendremos que reducir la proteína animal y sustituirla por proteína vegetal y las algas serán una buena opción.

 

En Star Trek, la comida ya no es natural. La producen unas máquinas llamadas replicadores que la materializan en función de unas recetas preprogramadas, desde el agua fresca, pasando por el zumo de tomate hasta la más indigesta comida klingon, como el gagh o el targ, pasando por los deliciosos oskoids betazoides.

 

Algo parecido lo encontramos en las máquinas expendedoras de The Red Dwarf, donde desde que se ha acabado la leche de vaca, se ofrece leche de perra, que es muy nutritiva y diurética y que tiene la ventaja que sabe igual fresca que caducada.

 

En fin, que pastillas a parte, purés multicolores y algas poliaromáticas, siempre nos quedarán, en caso de necesidad, las inefables galletitas Soylent Green.