14 mayo 2020

Genes revoltosos


Ya sabemos que la ciencia ficción implica una cierta “suspensión de la credulidad”, pero en prácticamente todas las novelas, series y películas de ciencia ficción en que aparecen universos paralelos se da el mismo y sistemático tipo de error.

Veámoslo sobre un ejemplo: dos universos idénticos hasta un determinado punto de disgresión (lo que se conoce como punto Jonbar) y a partir de ahí las cosas son diferentes, pero aparecen personajes comunes.

Esto no es creíble. Si las cosas hubiesen sido ligeramente diferentes en mi universo, a lo mejor mi padre no habría conocido a mi madre. Y así lo mismo con millones de personas, que no habrían nacido. En cambio, habrían nacido otras diferentes.

Es más: aunque mi padre hubiese conocido a mi madre, si hubiesen tenido un hijo unos días antes o unos días después, la recombinación genética del feto habría sido muy diferente y yo no habría sido exactamente yo, sino una persona diferente. Y lo mismo con otros millones.

De esta manera, dos universos separados por un punto Jonbar de varios años en el pasado podrían llegar a ser irreconocibles. Los cambios se propagarían -por decirlo de alguna manera- de forma totalmente exponencial y en poco tiempo diferirían de manera radical.

Por ello, esos mundos ficticios en que aparecen las mismas personas pero con roles diferentes me resultan tan sumamente increíbles. Por mucho que “suspenda la credulidad”, lo veo más como una narración propia de la fantasía que no de la ciencia ficción.

Aunque, por supuesto, lo del punto Jonbar puede considerarse un simple recurso metafórico para poder explorar sociedades distintas sin necesidad de pretender ser estrictamente rigurosos con todas las consecuencias.

Por cierto, que lo del punto Jonbar proviene de la novela La legión del tiempo, de Jack Williamson, del año 1938, en que aparece este concepto que da nombre a un civilización utópica llamada precisamente Jonbar.