Correlaciones: Devoradores compulsivos
Ahora que se habla
frecuentemente de tratar de recuperar algunas especies extinguidas a partir de
la ingeniería genética, como es el caso de los mamuts, a través de posibles
restos congelados en la tundra siberiana, me viene a la mente el caso del
hallazgo de un mamut congelado -creo que fue a principios del siglo XX- en
bastante buen estado de conservación.
En aquella época, la idea
de clonar un mamut no estaba en la mente de la gente, así que, ¿os imagináis
que hicieron los descubridores del mamut? En efecto: lo cocinaron y se lo
comieron. Los humanos siempre tan glotones.
Esto me recuerda a un
divertido relato corto de Isaac Asimov titulado, “Una estatua para papá”
(A Statue for Father, 1959) en el que consiguen traer al
presente unos huevos de dinosaurio y recuperar la especie. Aún a costa de hacer
un espoiler, ¿os imagináis qué sucedió con los dinosarios, no?
Hay más relatos de ciencia
ficción en la misma línea, como es el caso de “El pájaro del sol”
(Sunbird, 2006, Premio Locus), de Neil Gaiman, contenido en
la recopilación El cementerio sin lápidas y otras historias
negras, en el que un selecto grupo de excéntricos sibaritas se
dedican a zamparse a todo bicho viviente que se precie, especialmente los más
raros e inencontrables.
Esto de devorar animalitos
tiene su gracia. En algunos países nórdicos, creo que es en Finlandia, es común
comerse a las mascotas cuando se mueren. Antiguamente, supongo que era una
cuestión de supervivencia y de aporte calórico extra.
En Europa nos comemos los
conejos, cosa muy mal vista en Norteamérica donde no solo son unas deliciosas
mascotas (en el sentido figurado), sino que suelen ser protagonistas de cuentos
infantiles más que notables. En general, así sucede en el mundo anglosajón.
Recordemos el conejo de Alicia en el país de las maravillas
o la novela La colina de Watership (Watership
Down, 1975, de Richard Adams).
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