13 octubre 2010

E.T. comunica

La ciencia ficción ha abordado en multitud de ocasiones un eventual contacto con una especie inteligente extraterrestre y la consecuente comunicación con ésta. No todos los escritores han considerado este proceso tan "natural". Algunos, como Stanislaw Lem han sido especialmente escépticos al respecto, considerando dicha comunicación como algo muy complicado o directamente imposible.

¿Es realmente así? Para contestar con seguridad esta pregunta deberíamos disponer de algún caso específico de intento de comunicación extraterrestre. En contra de lo que pueda parecer, disponemos de casos diversos de comuniación fallida o incompleta. ¿Ah sí? Pues sí.

Para empezar, no hace falta ni salir de nuestro propio planeta. ¿Han oído hablar de delfines, orcas y ballenas: los cetáceos? Disponen de lenguajes independientes. Parece ser que incluso hablan dialectos diferenciados según el grupo al que pertenecen y, analizado el canto de las ballenas, parecen tener algún tipo de literatura oral.

Son afirmaciones arriesgadas, pero muchos expertos en cetáceos las suscribirían de pies juntillas. En lo que todos estarían de acuerdo es que no tienen ni la más remota idea sobre qué se dicen los delfines unos a otros o qué demonios cantan las ballenas. Y para venrgüenza nuestra, los delfines aprenden con más facilidad los rudimentos del lenguaje humano que no nosotros el suyo.

Si no somos capaces de comprender el lenguaje de nuestros compañeros de evolución en la Tierra, ¿de veras que podríamos entendernos con seres de otras estrellas, posiblemente con biologías y morfologías muy diferentes a las nuestras? ¿Y si se comunican por olores? ¿O telepáticamente? ¿O por ondas de radio? Nos lo pondrían difícil.

A veces se ha aducido que la música y las matemáticas podrían ser algún tipo de remedo de lenguaje universal. De la música poco diré, porque creo que la afirmación cae por su propio peso. ¿Y si son sordos? ¿Y si las pautas cerebrales que nos producen a los humanos no tienen nada que ver con las que la música les produce a ellos? ¿Y si, simplemente, son sordos a nuestro rango auditivo? ¿Y si perciben los tempos y las pausas de manera integral o de otra manera diferente a la nuestra?

En cuanto a las matemáticas, entraríamos en la espinosísima cuestión filosófica acerca de si las hemos descubierto los humanos y ya existían ahí, en el tejido del Universo mismo, o bien nos las hemos inventado y son un producto más de nuestra mente.

Tal vez a los habitantes de Sirio les produzca sarpullidos pensar en la idea de límite, de continuidad o de infinito, tal y como nos describía David Brin a los extraterrestres del universo de los Sofontes. Tal vez la idea de lógica matemática sea muy diferente a la nuestra o tal vez su percepción del universo no sea nada euclídea.

Y ya ignoro dificultades menores como que utilizasen una base de numeración basada en el número 23 o que su geometría habitual fuese la fractal y el concepto de distancia fuese horrorosamente distinto al nuestro.

En fin, que de dificultades podría haber muchas. Especialmente si los seres fuesen incorpóreos, se extendiesen por años-luz de distancia y se comunicasen mediante chorros concentrados de materia oscura. Quién sabe. Pero cuanto más aprendemos del Universo, más raro nos parece. Al menos a mí. Así que, en consecuencia, más raros podrían ser supuestos seres inteligentes que lo habitasen. El futuro dirá si hay inteligencia más allá de nuestro planeta y, caso de haberla, si somos capaces de comunicarnos entre nosotros. O si queremos.

11 octubre 2010

Futuros a varias velocidades

Estoy contento porque en los últimos años he podido contemplar con satisfacción cómo el número de autores españoles e iberoamericanos en general del género fantástico, lo que incluye la ciencia ficción, ha ido aumentando paulatinamente, sin prisa, pero sin pausa.

Hace una década, los únicos exponentes claros en el sector eran escritores clásicos como Domingo Santos o Ángel Torres Quesada o despuntaban grandes valores como Rafael Marín, Miguel Ángel Aguilera o Rodolfo Martínez. No eran los únicos, ni de un grupo ni del otro, pero parecía que la cosa acababa ahí.

Pero a lo largo de la década han ido apareciendo nuevos escritores, muchos de los cuales no estaban tan ligados al fandom como los anteriores. Son escritores no diré que mejores, sino diferentes, que tratan los mismos temas de manera no excesivamente diferente a como lo hacían sus predecesores.

Simplemente son escritores o más jóvenes o desligados del fandom, lo que tal vez no les ha dado suficiente publicidad en el mundillo, pero que han tenido resultados esperanzadores fuera de él. Podríamos citar a Luis Ángel Cofiño, Sergio Parra, Santiago Eximeno o José Antonio Cotrina y otros muchos.

Algunos sí que tienen una cierta relación con el fandom; otros no tanto. El proceso ha sido análogo en otros países. Muchos autores del llamado mainstream han publicado obras de género fantástico de manera descarada, aunque no la hayan etiquetado como tal.

El género parece estar a salvo de agotarse a pesar de los agoreros pronósticos que muchas veces hacemos desde dentro del género -yo incluido. Supongo que es bastante común a la condición humana, temer por aquello que queremos. Algunos se limitan a disfrutarlo. Otros actuamos como ardillas compulsivas y acaparamos por si realmente el crudo invierno acaba llegando y otros hacen como Pedro y el lobo, anunciando la muerte del género a los cuatro vientos.

En cualquier caso, espero que sigan apareciendo nuevos autores y que los consolidados no dejen de producir. Se avecina una revolución en los modos de venta de libros del género cuando los e-books estén más desarrollados y extendidos y las políticas de derechos de autor, más fijadas.

Está claro que los descatalogados, los saldos y los incunables pasarán a la historia. O como mínimo, se circunscribirán al mercado del papel, que seguro que seguirá existiendo, aunque en menor volumen. Para un mercado tan exiguo como el nuestro, ello podría representar la puntilla final en lo que al mercado del papel respecta, pero, en cambio, podría significar una época dorada en el mercado de los libros electrónicos.

Dicho de otra manera, el género en cuanto a sus publicaciones, podría convivir en mercados a varias velocidades. Un mercado sobre papel, como el actual, claramente modificado para ser mínimamente rentable, tal vez con ediciones limitadas de lujo, numeradas y para bibliófilo, al tiempo que en el mercado electrónico podríamos acceder a cualquier libro de cualquier lugar del planeta.

Una nueva revolución que me atrevo a pronosticar, tal vez aún algo lejana, sea la de las traducciones automáticas. De momento, los programas traductores, por ejemplo del inglés al castellano, dejan mucho que desear, especialmente ante construcciones figuradas, frases hechas y referencias culturales muy específicas. Pero tarde o temprano se mejorarán.

De esta manera, podremos acceder a un mercado muy interesante que ahora, a quienes no dominamos suficientemente el inglés, nos está vedado: el de los relatos y novelas breves, que rara vez se traducen a nuestra lengua para su comercialización.

Todo está por ver, pues casi todo está todavía por construir.

08 octubre 2010

El reino de la putriscibilidad

Últimamente las estanterías del fantástico están llenas de novelas sobre vampiros, hombres lobo, zombis y ángeles caídos. La verdad es que a estas alturas, esos personajes tan manidos deberían estar más bien demodés, pero viven un dulce renacimiento.

A mí particularmente no me atraen lo más mínimo. Admito que es una preferencia subjetiva cien por cien y no trataré de justificarla, pero debo admitir que después de Drácula y alguna de sus secuelas, poco nuevo hay que decir sobre los vampiros. Claro que eso que se lo cuenten a las adolescentes crepusculares, ávidas de vampiros escuálidos, guapetones y de piel clarita...

Y no hablemos de los zombies. No se me ocurre personaje más desagradable que un zombie. Pues nada, que hasta historias románticas hay. Que eso salga en una canción de Alaska, pase, pero que haya series de novelas basadas en dicho supuesto me parece como mínimo irónico.

¿Y qué me decís de los ángeles? Los caídos y los no caídos. Yo pensaba que The Holly Bible ya había dicho la última palabra. Si mucho me apretáis, ¡Qué bello es vivir! o Autopista hacia el cielo, pero en fin, yo me quedo con Dogma.

Supongo que el filón durará todavía una temporadita y será sustituido por otro, aunque dudo que el sustituto sea de una originalidad mayor. ¿Con qué nos sorprenderán luego? ¿Con enanitos? ¿Con hadas? ¿Con orcos? No me extrañaría lo más mínimo. La novedad no parece abundar mucho por estos andurriales.

Después de los relatos con multitud de seres fantásticos, como El Señor de los Anillos, ahora llegan las especializaciones. Se empieza con caballeros dotados con espada mágica, se sigue con los dragones y luego se pasa al folklore centroeuropeo clásico, con algún toque antillano.

En fin, sugiero algunas posibilidades humorístico-fantásticas como una revisitación del Viaje a la Luna de Verne, pero con zombies y mosquitos tigre con mala leche o una Alicia en el país de las maravillas en versión gore, con Alicia devorando viciosamente conejos crudos y gatos mutantes evanescentes que lancen rayos. Todo es ponerse.

04 octubre 2010

Eureka y la tecnología reservada

Hoy os hablaré de Eureka, una serie norteamericana cuya premisa es que existe un cierto lugar del país en que la tecnología es mucho más avanzada que en el resto del mundo, debido a que después de la II Guerra Mundial y a propuesta de científicos como Einstein se fundó una pequeña ciudad ultratecnológica con lo mejorcito de la clase científica americana.

Y claro, allí, entras en un bar y en vez de encontrar en la barra el clássico diario de deportes, te encuentras en Scientific American. Algunas casas funcionan con un minireactor nuclear y los proyectores holográficos tridimensionales están por todas partes. Eso por no hablar de las sorpresas que alberga el instituto de ciencias avanzadas alrededor del que creció la ciudad.

La serie no deja de ser interesante, aunque en mi opinión no mata. Pero el concepto de "tecnología reservada", explotada también en novelas como Las estaciones de la marea, de Michael Swanwick, le añade un plus de interés, rayano en las más notorias teorías de la conspiración.

Porque lo primero que uno se pregunta es: si en la ciudad de Eureka existe esa tecnología, ¿por qué no se comercializa o se difunde en el resto del país, cosa que les daría una ventaja competitiva enorme respecto del resto del mundo?

En Las estaciones de la marea el planteamiento es a mayor escala: una sociedad galáctica en la que el acceso a ciertas tecnologías está reservado a cierto Departamento del Gobierno.

Ello me recuerda a los vanos intentos de ponerle puertas al campo de algunos países, como China y san Google o Irán y la televisión por satélite. La élites de las dictaduras siempre han querido restringir el acceso a ciertas tecnologías por parte de sus súbditos ya que, de toda la vida, la tecnología es poder. Pero también es cierto que dicho control suele estar destinado al fracaso más absoluto y que si algo hacen las tecnologías es filtrarse para ser consumidas por la mayoría de los ciudadanos.

Así lo hemos podido ver en el Santo Grial de la tecnología de la segunda mitad del siglo XX: la energía nuclear, que pasó de estar en manos de una sola potencia (Estados Unidos) para acabar de manos de estados como Israel, Sudáfrica o Pakistán. Y no hablemos ya de Corea del Norte o Irán.

Cuando una tecnología se desarrolla, su contención es francamente difícil y, a largo plazo, está condenada al fracaso.