Marte mítico
Se cumplen recientemente
70 años de la primera publicación de la colección de relatos Crónicas
marcianas, de Ray Bradbury, una de las obras capitales de la ciencia
ficción, que ha marcado a millones de lectores en todo el mundo.
El libro narra una serie
de historias sobre la colonización del planeta Marte, sobre los marcianos que
allí residían, sobre cómo interactúan con los humanos y sobre el destino final
de la Humanidad y de Marte.
Pero no es una obra al uso
de la ciencia ficción. Por un lado, tiene una cierta componente utópica e idealista.
Marte no es el planeta rojo, realmente. Podría ser el medio oeste
norteamericano o la América precolombina que soporta el embate de la llegada de
los conquistadores europeos.
Es una novela sobre el fin
de un mundo y el nacimiento de otro. Sobre el ansia de conquista, sobre la
religión, sobre la estupidez de la guerra total, sobre el choque cultural y
sobre qué representa, en última instancia, ser humano.
Es un libro simplemente
maravilloso. Un clásico. Y como tal, puede ser leído y releído tranquilamente,
que siempre lo disfrutaremos y obtendremos algún nuevo saber. Un libro que todo
el mundo debería poder paladear tranquilamente alguna vez en su vida.
Se ha querido algunas
veces que la ciencia ficción era como la de las Crónicas marcianas>,
pero este libro es único e irrepetible. Ni si quiera Bradbury lo consiguió dos
veces y eso que era un enorme escritor, con un gran talento para narrar
historias.
Algunos relatos, como “La
elección de los nombres” (“The Naming of Names”, 1950), “Vendrán
lluvias suaves” (“There will come Soft Rains”, 1950) o “El
pícnic de un millón de años” ("The Million Years Picnic”,
1946), son casi oníricos, poesía pura.
Pero las Crónicas
marcianas tienen un aura especial que te capta desde el primer
momento. Pronto ves que no se trata de terraformar Marte o del viaje espacial.
Se trata de otra cosa. De poesía, de historia, de una terrible nostalgia y de
una belleza a veces arrebatadora.
Todo esto y mucho más son
las Crónicas marcianas. Si alguien no lo ha leído aún, ya
tarda. Eso sí, aunque aparecen los marcianos, no esperéis los clásicos
hombrecillos verdes con antenas. Estos marcianos muy poco tienen que ver con los
tópicos. Porque, en el fondo, esos marcianos también somos nosotros.
Modernos caballos de Troya
En el relato “Regulada”
(”The Regular”, 2014), de Ken Liu contenido en El
zoo de papel y otros relatos aparecen algunas tecnologías bastante
interesantes. Una de ellas permite analizar y reconstruir los movimientos de
las personas a partir de un sistema de reconocimiento a partir de ultrasonidos.
La gracia es que dicho sistema es suficientemente sensible como para reconocer
los movimientos incluso del interior del piso vecino y ello afecta a la trama.
Este tipo de tecnologías
existen hoy día y es factible hacer ese tipo de cosas con ellas. No hablemos ya
de lo que pueden saber de nosotros a partir de nuestros smartphones, dotados de
micrófonos, acelerómetros, GPS, etcétera.
Estamos hablando de un
enorme caballo de Troya en el que vivimos y del cual ni si quiera somos
mínimamente conscientes.
Conforme se vaya
desarrollando el 5G y se implante el IOT (internet de las cosas), será
prácticamente imposible ir a ningún sitio sin estar bajo el atento escrutinio
de algún sensor: cámaras de vídeo, detectores de movimiento, sensores térmicos,
micrófonos ambientales…
Y estas tecnologías no se
van a quedar quietecitas en el espacio público. Muy pronto, si no lo están
haciendo ya, invadirán nuestro espacio vital privado y servirán para conocer
hasta nuestras entrañas.
Hace muchos años, cuando
todo esto estaba en pañales, en un libro de Frank Herbert titulado La
barrera Santaroga (The Santaroga Barrier, 1967),
se hablaba de saber si la gente aprovechaba las pausas publicitarias
televisivas para ir al lavabo a partir del aumento o no del flujo de aguas
residuales en esos momentos. Por aquel entonces, cuando lo leí, lo encontré
divertido. Hoy no me lo parece tanto.
En fin, el mundo
evoluciona de maneras insospechadas, a veces, pero casi siempre lo hace en la
misma dirección, como la entropía. Siempre vamos de más a menos intimidad, en
nombre de una mayor seguridad y de hacernos la vida más fácil.
No es que me moleste
horrorosamente, pero quiero saber qué tecnologías hay por ahí y cómo se están
utilizando. Luego, supongo que me tendré que fastidiar y aceptarlas, pero
almenos que no nos tomen por idiotas y nos la cuelen doblada.
Darwinismo social en el espacio
Voy a hablar de
Babylon 5 y hago una alerta de spoiler.
Si no has visto la serie y quieres verla, no sigas leyendo.
En la mítica serie de
ciencia ficción Babylon 5, se plantea una curiosa cuestión.
En un momento dado del desarrollo de la trama, se produce un enfrentamiento
entre dos filosofías antagónicas entre razas “superiores” a la humana a la hora
de ayudarlas y guiarlas en su evolución.
Por un lado están los
vorlon, que creen en la disciplina y la obediencia ciega. Las razas
“inferiores” tienen que someterse a los dictados de los vorlon porque estos
saben qué es mejor para todo el mundo. Los vorlon son paternalistas.
Por otro lado, están las
sombras. Estas creen en el darwinismo social puro y duro. Consideran que las
especies evolucionan gracias a la competencia y a la guerra y que eso es lo que
consigue que se desarrollen, aunque sea a costa de dejar por el camino a las
menos preparadas o las más débiles. Las sombras son neodarwinistas.
Finalmente, aparece una
tercera opción que es la de la cooperación entre todas las razas. Esto está muy
en la línea bonista en que vivimos hoy día y no se diferencia demasiado del
concepto de la Federación Unida de Planetas, concepto
fundacional de Star Trek.
Es cierto, que durante la
era Reagan-Thatcher y con el auge del neoliberalismo, la doctrina neodarwinista
se extendió hacia la filosofía originando el darwinismo social, que consiste en
considerar que solo tienen derecho a sobrevivir los más fuertes.
De hecho, Darwin no dijo
nada de esto. Él hablaba de la “supervivencia del más apto”, de aquel que
estuviera más adaptado al medio. No del “mejor” ni del “más fuerte”, conceptos
bastante discutibles, dada su arbitrariedad.
Actualmente, el darwinismo
social no está demasiado bien visto, lo que demuestra que una doctrina que en
un determinado momento parece impregnarlo todo, acaba arrinconada cuando pasa
de moda y, a lo mejor, vuelve a resurgir más adelante inesperadamente.
Hoy día se impone el
concepto de “cooperación”. La especies “coevolucionan” unas junto a las otras.
Y en lo social, es evidente que esta idea tiene muchos adeptos, aunque aún
quedan algunos restos de los irreductibles neocons.