23 mayo 2022

Un grito de alarma

Margaret Atwood ha comentado recientemente que, cuando escribió “El cuento de la criada”, en 1985, exploró un mundo alternativo imaginario en el que la mujer quedaba reducida a un mero objeto reproductivo. La serie homónima de televisión nos lo ha mostrado con todo lujo de detalles. Atwood también ha comentado que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos está haciendo realidad este futuro distópico.

 

Cambiando de distopía, en la novela “Lengua materna” de Suzette Haden Elgin, publicada casi al mismo tiempo en 1984, la novela comienza con unas supuestas enmiendas constitucionales de la constitución de los Estados Unidos en que las mujeres, -os lo podéis imaginar-, restan como simples objetos al albur del libre arbitrio de sus tutores masculinos. Como en las actuales teocracias islámicas.

 

Por si alguien cree que esto es imposible que suceda en la cuna de la democracia moderna, recomiendo atenta lectura de su Constitución. Antiguamente, la esclavitud estaba permitida y a efectos censales, un esclavo constaba como tres quintas partes de una persona blanca. Las mujeres, tampoco podían votar ni ser votadas, claro.

 

La verdad es que aunque la cuestión de fondo es “Aborto sí, aborto no”, legalmente la cosa es diferente, ya que la discusión legal es si el derecho a legislar sobre el aborto corresponde a los estados o a la Unión Federal. Esta es una eterna discusión que ha tensionado en múltiples ocasiones la democracia estadounidense a lo largo de la historia y que, almenos en una ocasión, generó una guerra civil espantosa en la que murieron muchísimas personas y que , mal resuelta, dejó los rescoldos de los que se alimenta el racismo moderno en ese país.

 

Las distopías como “Lengua materna” o “El cuento de la criada” son más que descriptivas y bastante brutales. Por desgracia, no podemos estar seguros de que no vayan a pasar en un futuro más o menos cercano. Y no hablemos de otras libertades conseguidas recientemente, como aquellas que afectan al colectivo LGTBI+, que podrían quedar en nada, si los vientos virasen.

 

En Europa y en Estados Unidos, las dos principales áreas democráticas del mundo, el fascismo está creciendo a marchas agigantadas. En ambos casos, por motivos diferentes, pero en todo caso, ambos fascismos se retroalimentan y se apoyan ideológicamente. Factores sociales (la inmigración, la desindustrialización), religiosos (el choque entre el islamismo y el cristianismo) y factores domésticos diversos (nacionalismo), engordan las filas del neofascismo en todas partes.

 

No hablemos ya de lugares con democracias menos ejemplares, como en Brasil, Filipinas, los países islámicos (donde la democracia escasea bastante), Rusia, Turquía, la India y otros países, bastante poblados, por cierto. Los autoritarismos están en auge, lo que no ayuda al contexto general.

 

Siempre he pensado que las distopías son tremendamente útiles, aunque solo sea para evitar que suceda lo que describen, como un grito de alarma. Pero también creo que muchas veces son deliberadamente ignoradas por la mayoría.

 

Actualmente, lo estamos pudiendo ver con la guerra Ucrania. Como necesitamos el petróleo y los recursos de muchas dictaduras, les reímos las gracias. Como hicimos en su día con Putin. Y así nos fue y así nos irá. Tal vez ya va siendo hora que seamos independientes energéticamente de estos países a fin de, almenos, no tener que ponerles las alfombras rojas cuando vienen a visitarnos a nuestra casa.