Más sobre el coronavirus
Seguimos con el folletín
mediático del coronavirus (ahora llamado covid-19) y sus temibles consecuencias.
Una de las cosas en que
más incidencia están haciendo los medios de comunicación es en la facilidad con
que se propaga el virus. Esto es algo común en todas las enfermedades
infecciosas de incubación rápida, en las que los síntomas se manifiestan en
relativamente poco tiempo.
Esto no sucede con todas
las enfermedades infecciosas. Por ejemplo, el Ébola es una enfermedad con una
tasa de mortalidad elevadísima y de propagación muy rápida. Ello hace que los
brotes se extiendan con mucha facilidad, pero como tienden a eliminar a toda la
población infectada a gran velocidad, el riesgo de convertirse en pandemia
suele ser bajo.
En cambio, enfermedades
como el VIH, pueden contagiarse nada más infectar al sujeto, pero los síntomas
pueden tardar muchos meses en manifestarse. Ello hace que controlar estas
enfermedades sea muy difícil.
Todas estas infecciones
pueden analizarse mediante modelos matemáticos: mapas de propagación y
contagio, teoría de juegos, percolación, ecuaciones diferenciales, etcétera.
En el cine, hemos podido
ver algo parecido en La amenaza de Andrómeda (The
Andromeda Strain, 1971), basada en la novela homónima de Michael
Crichton, que sabía muy bien lo que escribía, pues era médico. En la película,
se nos muestra un búnker en el que los protagonistas están confinados para
estudiar el virus en cuestión y aparecen unos mapas y unos modelos informáticos
propios de la guerra bacteriológica.
Una serie de TV que
utilizaba las matemáticas para resolver casos policíacos a través de modelos,
era Numbers, emitida entre los años 2005 y 2010 y que constó
de 6 temporadas.
De hecho, hay estudios muy
serios que tratan de modelizar cómo se propagaría un holocausto zombi y qué
zonas serían las más peligrosas y cuáles las más seguras. Las buenas noticias
son que existirían zonas bastante seguras; las malas, que las zonas más
pobladas y las zonas intermedias serían las más peligrosas.
Correlaciones: Vigilando salamandras
He dicho muchas veces que
la realidad suele superar a la ficción y es bien cierto. Leo en prensa que “los
biólogos están fascinados con una salamandra que lleva más de 2.500 días sin
moverse de su posición”.
La noticia ya de por sí es
curiosa, pero es que nos remite indefectiblemente al relato de Félix J. Palma:
“El vigilante de la salamandra”, 1998 (contenido en la antología que lleva el
mismo nombre), en que una persona es contratada para vigilar los movimientos de
una salamandra.
Increíblemente, parece ser
que Félix J. Palma se anticipó un montón de años a lo que inicialmente parecía
ser un hecho absurdo. Aunque no sé qué es más absurdo: si vigilar realmente los
movimientos de una salamandra durante años o imaginárselo y ponerlo por
escrito.
Claro que hay que tener en
cuenta que las salamandras pueden ser extremadamente longevas y vivir más de 60
años y que tampoco son muy dadas a socializar, así que supongo que tampoco es
tan raro que se estén un largo período de tiempo sin moverse, aunque 2.500 días
me parece excesivo: ¿no come ese bicho?
En fin, que hay algunos
seres que parecen tomarse la vida con mucha calma. Tal vez debiéramos aprender
algo de ellos en este mundo acelerado en que vivimos, Toffler,
dixit.
Tocando el cielo
El 9 de enero del 2020
fallecía Mike Resnick, un destacado escritor estadounidense de ciencia ficción,
nacido en 1942.
Resnick escribió algunas novelas
del género con mayor o menor fortuna, como El germen
(The Branch, 1984), Santiago: un mito del futuro
lejano (Santiago. A Myth of the Far Future, 1986)
o Marfil (Ivory, 1988).
Aunque tal vez, lo más
interesante de su producción, sean sus relatos cortos. Algunos de ellos,
verdaderas joyas, como: “Siete visiones de la garganta de Olduvai”
(”Seven Views of Olduvai Gorge”, 1994), premio UPC 1994,
Hugo 1995 y Nebula 1995; “He tocado el cielo” (”For I Have Touched the
Sky”, 1989), “Flores de invernadero” (”Hothouse
Flowers”, 1999) o “Las 43 dinastías de Antares” (”The 43
Antarean Dynasties”, 1997), premio Hugo 1998.
Muchos de sus relatos
están ambientados en África, o mejor dicho, en una especie de Neoáfrica: el
ciclo de Kirinyaga, como el delicioso “He tocado el cielo”, de una belleza y
sensibilidad enormes. Resnick habla frecuentemente del pueblo de los kikuyus
(Kenya) y del colonialismo, a veces literalmente y a veces en clave alegórica.
Especialmente ácido es el
relato “Las 43 dinastías de Antares”, que aunque sucede en otro mundo, bien
pudiera acontecer en Egipto. De hecho, recuerdo que leí en algún lugar, que
cuando Lionel Messi visitó las pirámides de Egipto, mostró un total desinterés
por estas, lo que me recordó inevitablemente a los turistas pasotas e
irrespetuosos del relato de Resnick o a los terrestres que lanzaban latas de
cierto conocido refresco a los canales marcianos en Crónicas
marcianas (The Martian Chronicles), de Ray
Bradbury.
Con Resnick se va otro
clásico de la ciencia ficción, que aunque no perteneció a la generación dorada
de los Asimov, Heinlein y Clarke, sí que ha aportado cosas interesantes al
género. Espero que él también haya tocado el cielo.