28 febrero 2020

Más sobre el coronavirus


Seguimos con el folletín mediático del coronavirus (ahora llamado covid-19) y sus temibles consecuencias.

Una de las cosas en que más incidencia están haciendo los medios de comunicación es en la facilidad con que se propaga el virus. Esto es algo común en todas las enfermedades infecciosas de incubación rápida, en las que los síntomas se manifiestan en relativamente poco tiempo.

Esto no sucede con todas las enfermedades infecciosas. Por ejemplo, el Ébola es una enfermedad con una tasa de mortalidad elevadísima y de propagación muy rápida. Ello hace que los brotes se extiendan con mucha facilidad, pero como tienden a eliminar a toda la población infectada a gran velocidad, el riesgo de convertirse en pandemia suele ser bajo.

En cambio, enfermedades como el VIH, pueden contagiarse nada más infectar al sujeto, pero los síntomas pueden tardar muchos meses en manifestarse. Ello hace que controlar estas enfermedades sea muy difícil.

Todas estas infecciones pueden analizarse mediante modelos matemáticos: mapas de propagación y contagio, teoría de juegos, percolación, ecuaciones diferenciales, etcétera.

En el cine, hemos podido ver algo parecido en La amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain, 1971), basada en la novela homónima de Michael Crichton, que sabía muy bien lo que escribía, pues era médico. En la película, se nos muestra un búnker en el que los protagonistas están confinados para estudiar el virus en cuestión y aparecen unos mapas y unos modelos informáticos propios de la guerra bacteriológica.

Una serie de TV que utilizaba las matemáticas para resolver casos policíacos a través de modelos, era Numbers, emitida entre los años 2005 y 2010 y que constó de 6 temporadas.

De hecho, hay estudios muy serios que tratan de modelizar cómo se propagaría un holocausto zombi y qué zonas serían las más peligrosas y cuáles las más seguras. Las buenas noticias son que existirían zonas bastante seguras; las malas, que las zonas más pobladas y las zonas intermedias serían las más peligrosas.



26 febrero 2020

Correlaciones: Vigilando salamandras


He dicho muchas veces que la realidad suele superar a la ficción y es bien cierto. Leo en prensa que “los biólogos están fascinados con una salamandra que lleva más de 2.500 días sin moverse de su posición”.

La noticia ya de por sí es curiosa, pero es que nos remite indefectiblemente al relato de Félix J. Palma: “El vigilante de la salamandra”, 1998 (contenido en la antología que lleva el mismo nombre), en que una persona es contratada para vigilar los movimientos de una salamandra.

Increíblemente, parece ser que Félix J. Palma se anticipó un montón de años a lo que inicialmente parecía ser un hecho absurdo. Aunque no sé qué es más absurdo: si vigilar realmente los movimientos de una salamandra durante años o imaginárselo y ponerlo por escrito.

Claro que hay que tener en cuenta que las salamandras pueden ser extremadamente longevas y vivir más de 60 años y que tampoco son muy dadas a socializar, así que supongo que tampoco es tan raro que se estén un largo período de tiempo sin moverse, aunque 2.500 días me parece excesivo: ¿no come ese bicho?

En fin, que hay algunos seres que parecen tomarse la vida con mucha calma. Tal vez debiéramos aprender algo de ellos en este mundo acelerado en que vivimos, Toffler, dixit.



25 febrero 2020

Tocando el cielo


El 9 de enero del 2020 fallecía Mike Resnick, un destacado escritor estadounidense de ciencia ficción, nacido en 1942.

Resnick escribió algunas novelas del género con mayor o menor fortuna, como El germen (The Branch, 1984), Santiago: un mito del futuro lejano (Santiago. A Myth of the Far Future, 1986) o Marfil (Ivory, 1988).

Aunque tal vez, lo más interesante de su producción, sean sus relatos cortos. Algunos de ellos, verdaderas joyas, como: “Siete visiones de la garganta de Olduvai” (”Seven Views of Olduvai Gorge”, 1994), premio UPC 1994, Hugo 1995 y Nebula 1995; “He tocado el cielo” (”For I Have Touched the Sky”, 1989), “Flores de invernadero” (”Hothouse Flowers”, 1999) o “Las 43 dinastías de Antares” (”The 43 Antarean Dynasties”, 1997), premio Hugo 1998.

Muchos de sus relatos están ambientados en África, o mejor dicho, en una especie de Neoáfrica: el ciclo de Kirinyaga, como el delicioso “He tocado el cielo”, de una belleza y sensibilidad enormes. Resnick habla frecuentemente del pueblo de los kikuyus (Kenya) y del colonialismo, a veces literalmente y a veces en clave alegórica.

Especialmente ácido es el relato “Las 43 dinastías de Antares”, que aunque sucede en otro mundo, bien pudiera acontecer en Egipto. De hecho, recuerdo que leí en algún lugar, que cuando Lionel Messi visitó las pirámides de Egipto, mostró un total desinterés por estas, lo que me recordó inevitablemente a los turistas pasotas e irrespetuosos del relato de Resnick o a los terrestres que lanzaban latas de cierto conocido refresco a los canales marcianos en Crónicas marcianas (The Martian Chronicles), de Ray Bradbury.

Con Resnick se va otro clásico de la ciencia ficción, que aunque no perteneció a la generación dorada de los Asimov, Heinlein y Clarke, sí que ha aportado cosas interesantes al género. Espero que él también haya tocado el cielo.