23 marzo 2007

La biblioteca de Borges y los números normales

Borges fue capaz de concebir en su imaginación una biblioteca de inconmensurables proporciones que contenía todos los posibles libros que podían ser escritos. Es curioso cómo una idea tan sencilla de expresar, puede contener en sí misma tanta y tanta complejidad.

Así pues, cualquier libro escrito o no escrito se encontraría en dicha biblioteca. Desde libros sin sentido, hasta las más maravillosas composiciones literarias imaginables. Y. cómo no, seguro que en la biblioteca de Babel se encuentra un libro en que se explica detalladamente toda nuestra vida, desde el nacimiento hasta el óbito. Lo que muchos darían por poder leer el libro de su vida…

Pero por sorprendente que pueda parecer, la biblioteca de Babel “existe”. Y lo pongo entre comillas porque existe en un cierto sentido. Pero para ver dónde se encuentra nuestra particular biblioteca borgiana, debemos hablar antes un poco de matemáticas.

Existen ciertos números, denominados normales cuyas extensiones decimales, periódicas o no, presentan la misma proporción de dígitos. Veamos qué quiere decir esto. El número 0,1234567801234567890… es un número periódico (por lo tanto, con una extensión decimal infinita) que, en base 10, es normal, ya que encontramos tantos ceros, como unos, como doses, etc.

Avancemos un poco en el concepto. Lo que necesitamos es un número normal que no sea periódico y que sea normal en cualquier base de numeración. Hay infinitos números normales de esas características, aunque se ignora si algunos de los números irracionales más “conocidos”, como e, pi o la raíz cuadrada de dos son normales.

¿Qué implicaciones tiene que un número sea normal? Tomemos sus decimales en base 256 (podríamos hacerlo de muchas otras maneras, pero ésta nos simplificará las explicaciones). De esta manera, cada dígito corresponderá a un código ASCII, que son los códigos estándares con que funcionan los textos que podemos escribir con la mayoría de los ordenadores.

Bien, ahora es cuando entra la potencia de “numero normal no periódico” en funcionamiento. Cualquier número de estas características puede contener cualquier secuencia, arbitrariamente larga de signos. Cualquiera. ¿Os suena? Es lo mismo que la biblioteca de Babel. Si traducimos los dígitos en base 256 a códigos ASCII, podremos encontrar cualquier texto dentro de un número normal: la Biblia, el “mi mamá me mima” o el libro en que se describe nuestra vida.

Y para mayor vértigo mental, hay infinitos números de este tipo, es decir, infinitas bibliotecas Babel…

19 marzo 2007

Las Leyes de la Ciencia Ficción

La ciencia ficción y su entorno es pródigo en leyes, esto es, enunciados más o menos ingeniosos que describen algún tipo de hecho o de realidad. Tal vez las más conocidas sean las leyes de Clarke, enunciadas por el conocido autor de 2001: Una odisea en el espacio:

1. Cuando un viejo y distinguido científico determina que algo es posible, probablemente está en lo correcto. Cuando determina que algo es imposible, probablemente está equivocado.

2. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse hacia lo imposible.

3. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Tal vez la más citada y empleada para justificar ciertas tramas en muchas novelas y relatos de ciencia ficción sea la tercera.

Arthur C. Clarke formuló la primera de estas Leyes en el ensayo “Peligros de la profecía: la falta de imaginación” (“Hazards of Prophecy: The Failure of Imagination”) en Perfiles del futuro (Profiles of the Future, 1962).

Otra vaca sagrada de la ciencia ficción, Theodore Sturgeon, tiene también su aforismo o revelación de Sturgeon (a veces conocida también como Ley de Sturgeon, aunque ésta se corresponde a otra cita):

“El noventa por ciento de todo es basura"

Que aplicada a la ciencia ficción queda como:

“El noventa por ciento de la ciencia ficción es basura”.

La Revelación de Sturgeon tiene los siguiente corolarios:

1. La existencia de una enorme cantidad de basura en ciencia-ficción es un hecho verificado y lamentable. Dicho esto, el hecho no es más pronunciado que la existencia de basura en todos lados.

2. La mejor ciencia-ficción es tan buena como la mejor ficción en cualquier otro campo.

Aunque tal vez, las leyes relacionadas con la ciencia ficción más conocidas dentro y fuera del mundillo sean las famosísimas tres leyes de la robótica. Se trata de un conjunto de reglas escritas por Isaac Asimov, que la mayoría de los robots de sus novelas y cuentos están diseñados para cumplir y que el Buen Doctor se encargó de desarrollar y explotar hasta la saciedad en sus relatos y novelas de robots, como Yo, Robot, Los robots, Robots e Imperio, etc. Admiten la siguiente formulación:

1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

Posteriormente, se añadió una ley superior a la Primera ley conocida como Ley Cero con la siguiente formulación:

0. Un robot no puede hacer daño a la Humanidad o, por inacción, permitir que la Humanidad sufra daño.

Aunque Asimov atribuye las Tres Leyes a una conversación con John W. Campbell (su editor) a finales de 1940, el propio Campbell sostuvo que Asimov ya las tenía pensadas y que los dos simplemente las expresaron de una manera más formal.

Una ley que no tiene relación directa con la ciencia ficción pero que se puede aplicar con total seguridad a los foros de ciencia ficción (como pudimos ver en su día multitud de veces en Cyberdark.net) es la Ley de Godwin:

“A medida que una discusión en Internet se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno.

A la que hay que añadir el Corolario de Sircar:

“Si en una conversación de Internet se abordan temas como la homosexualidad o Heinlein, Hitler o los nazis serán nombrados en un plazo máximo de tres días.”

Finalmente, me gustaría citar la Ley de la controversia de Benford, una ley sociológica aplicable a cualquier tipo de discusión y que fue planteada por Gregory Benford en su novela Cronopaisaje (Timescape, 1980):

“La pasión o emoción es inversamente proporcional a la cantidad de información real disponible”.

16 marzo 2007

Por donde menos te lo esperas

En una reciente entrevista a James Lovelock, padre de la teoría Gaia, junto con Lynn Margulis, a raíz de la publicación de su último libro La venganza de la Tierra, las cosas están mal, muy mal en lo que a problemas ecológicos se refiere. Según él, hemos dañado tanto a la Tierra que ésta va a responder eliminando casi al 90% de la población humana.

Desde luego, no deja de ser una opinión y, aun aceptándola, es una manera antropocéntrica de considerar las cosas. Está claro que uno de los principales problemas con que nos enfrentamos hoy día, el cambio climático, afectará claramente a una serie de zonas del planeta, pero seguimos sin saber a ciencia cierta todo el catálogo de desgracias que podría causar ni exactamente dónde se desencadenará la virulencia de la Madre Tierra.

Según Lovelock, una buena opción es ir pensando en trasladar los bártulos a los países del norte de Europa (Escandinavia, Islandia, Escocia) así como al Canadá y Alaska. Claro que, no es por ser agorero, pero: ¿qué pasa con el agujero en la capa de ozono que afecta a las zonas polares de nuestro planeta? ¿Es tan buena idea como parece lo de empezar a especular con las regiones frías planetarias?

La ciencia ficción ha planetado muchas veces la hecatombe. Generalmente encontramos cuatro grandes planteamientos que conducen a la catástrofe: un factor externo (una invasión alienígena, un meteorito), la superpoblación y el hambre (problema aún existente en nuestro mundo), una guerra con armas de destrucción masiva (nucleares, químicas, bacteriológicas) o una catástrofe medioambiental.

Pero generalmente, las novelas y relatos de ciencia ficción se han centrado más en las consecuencias distópicas sobre la sociedad resultante de la catástrofe, que en la catástrofe en sí. Un par de excepciones a la norma son Cronopaisaje de Gregory Benford y Tierra de David Brin.

En Cronopaisaje, la trama va sobre la posibilidad de enviar información al pasado para cambiarlo, pero en realidad la novela versa sobre el mundo científico y sobre una hecatombe ecológica verdaderamente espeluznante que se cierne sobre la Tierra.

Tierra, la opera magna de David Brin, trata sobre nuestro mundo dentro de unas cuantas décadas. El cambio climático ya se ha producido, con toda una serie de consecuencias catastróficas sobre los ecosistemas y sobre algunas sociedades humanas, con multitud de refugiados medioambientales y unas perspectivas de futuro no muy halagüeñas.

Por desgracia, ambos escenarios me parecen más que plausibles tal y como van las cosas hoy día. Es posible que el hombre no sea el único responsable del cambio climático y que haya otros factores no suficientemente estudiados que estén contribuyendo a él, pero de lo que parece que no cabe ninguna duda es de que el hombre ha contribuido también notablemente a ello. Y no sólo al calentamiento global. No olvidemos el agujero de la capa de ozono, la desforestación de las selvas tropicales, el envenenamiento y la sobreexplotación de los océanos, la disminución de los recursos hídricos aprovechables, etc.

Desde luego, el género humano ha contribuido de manera variada a ponerle las cosas muy difíciles a las generaciones que le sucederán y a la Madre Tierra.

Pero debemos estar prevenidos, porque nunca se sabe por dónde nos va a llover la siguiente desgracia. Un par de ejemplos: una cadena fortuita de erupciones volcánicas podría servir para disminuir un tiempo la temperatura planetaria, pero los gases lanzados a la atmósfera podrían tener consecuencias funestas en el futuro.

Otro ejemplo, éste mucho más local, se dio en los años sesenta en una pequeña población de Pennsylvania llamada Centralia. Al parecer, a consecuencia de un incendio, resultó afectada una importante veta de carbón de la zona, que lleva ardiendo desde entonces de manera subterránea. La población ha tenido que ser evacuada, ya que son frecuentes los hundimientos del terreno y emanaciones de gases tóxicos.

La población está abandonada y su paisaje debe ser muy parecido al imaginado por los hermanos Strugatski en su Pícnic junto al camino. Nunca se sabe de dónde nos puede caer el siguiente golpe, así que más vale que no nos busquemos problemas innecesarios o tendremos tantos frentes abiertos que no habrá manera de resolverlos todos.

09 marzo 2007

Arthur C. Clarke: el Juan Palomo de la ciencia ficción

Leo en una entrevista en la edición digital de El Mundo, en una entrevista con el científico y escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke (obviaremos el Sir), el siguiente párrafo:

Fue de los primeros del mundo en utilizar un ordenador para escribir y el correo electrónico para comunicarse con el resto de la Tierra, gracias a los satélites artificiales nacidos de una idea suya.

Realmente, es de los pocos escritores o científicos de los que se puede decir algo por el estilo. Es decir, Clarke se benefició muchos años después en su vida diaria de algo a lo que contribuyó a inventar décadas antes. Vaya, que recogió los dulces frutos de su fértil imaginación.

Clarke a sus 90 años, a pesar de su mala salud de hierro, sigue dando guerra desde Sri Lanka, país en el que reside. A pesar de los supuestos escándalos con que se lo relacionó hace unos años, a pesar de estar prácticamente inmovilizado en una silla de ruedas, a pesar de su avanzada edad y a pesar de los tsunamis, nada parece poder acabar con este plácido señor, decano de los escritores de ciencia ficción y que con tantas maravillas nos ha sorprendido.

Clarke nos habló del ascensor espacial, una idea que tal vez en el futuro podamos ver, de estaciones espaciales habitadas, que ya se han hecho realidad, aunque a menor escala de la predicha por él, de la colonización del espacio o de gigantescas naves espaciales alienígenas.

A pesar del declive de los últimos años, nadie cuestiona la lucidez de su mente. Él desearía ser recordado más como una gran escritor que como un científico, aunque posiblemente pase a la historia junto a Kubrick por esa increíble y maravillosa escena de 2001. Una odisea en el espacio en la que un arma de hueso se transforma en un ingenio espacial, en una elipsis de varios milenios en un instante.

También nos habló de la inteligencia artificial con el que tal vez sea el más conocido ordenador ficticio de todos los tiempos: HAL (Heurísticamente ALgorítmico), aunque las malas lenguas dicen que si avanzamos una posición en el alfabeto cada una de las tres siglas que componen el nombre de HAL, se obtiene sospechosamente el nombre de otro conocido ordenador…

Clarke, al igual que Sagan o Asimov, está convencido de que el Universo bulle de vida, aunque no necesariamente de vida inteligente. Afortunadamente, dentro de pocos años seremos capaces de saber si en nuestras cercanías de la galaxia existe vida planetaria. Gracias a un proyecto espacial, será posible detectar planetas del tipo terrestre y, mediante espectrografía, tal vez podamos detectar los rastros de la vida en dichos planetas.

Tal vez el descubrimiento de vida extraterrestre se encuentre muy cerca en el tiempo y no me extrañaría que el venerable ancianito que es Clarke, estuviese todavía por aquí para darnos su docta opinión.

08 marzo 2007

Correlaciones: La ruptura de la realidad

Hay una experiencia que yo denomino “ruptura de la realidad” que consiste en estar viviendo una determinada realidad cuando, de repente, se impone otra muy distinta, con el shock que ello conlleva. La ruptura puede ser meramente cultural, es decir, estar un contexto y saltar a otro muy diferente o ser incluso sensorial, es decir, que todo el marco de referencia de nuestros sentidos entra en disrupción.

Pondré un par de ejemplos de cada uno de ellos. El más simple és la ruptura cultural. Recuerdo que hace unos años estaba viendo la procesión del silencio, recientemente recuperada para Semana Santa en mi pueblo. Bueno, lo típico, un silencio sepulcral conforme iban pasando los pasos. Finalizada ésta, salimos con unos amigos del gentío por un callejón estrecho hasta llegar a una plaza y allí, de repente, nos encontramos con unas drag-queen que estaban anunciando a bombo y platillo una discoteca. La verdad es que el contraste fue muy bestia y me dejó shocked durante unos instantes.

Un ejemplo de ruptura sensorial me pasó en un viaje que hice hace unos cuantos años a las Islas Canarias, concretamente a la isla de Lanzarote. ATENCIÓN: Si no habéis estado y tenéis intención de ir, no sigáis leyendo esto.

La verdad es que la cueva volcánica es espectacular. En un momento del recorrido te llevan al borde de un precipicio bastante notable en el que no hay ni si quiera una barandilla, así que el guía advierte que la gente no se acerque demasiado y piden un voluntario que lanzará una piedra y los demás contaremos cuánto tarda en caer.

Una amiga que me acompañaba (y que ya conocía el secreto) se ofreció con toda la mala leche voluntaria y lanzó fuertemente la piedra a mis pies… y aquí es cuando la realidad se rompe hecha pedazos. Porque de precipicio nada: es un estanque que, debido a la falta total de viento y al fondo de pili volcánica negra es un espejo perfecto que refleja la bóveda iluminada de la cueva y la hace parecer un precipicio.

Nunca en mi vida había experimentado una sorpresa así, como lo constata el notable bote hacia atrás que di mientras mi simpática amiga se desternillaba de risa viendo la cara que ponía así como la posición de mis dedos preparados para contar lo que tardaba la dichosa piedra en caer.

La ciencia ficción ofrece algunos paisajes de ruptura de la realidad similares a los de la Cueva de los Verdes. Uno de ellos aparece en Empotrados de Ian Watson, en que unos niños son sometidos a un retorcido experimento de deformación de la realidad

para ver qué tipo de lenguaje son capaces de desarrollar y qué es lo que sucede cuando la distorsión desaparece.

Pero tal vez el invento más genial para provocar disrupciones sea el famoso simulador de Star Trek: La Nueva Generación y posteriores secuelas, consistente en una sala que mediante proyecciones holográficas y campos de fuerza es capaz de simular cualquier escenario imaginable.

De hecho, el Simulador es uno de los protagonistas recurrentes de la serie y ofrece muchísimo juego argumental. Tal vez uno de los capítulos más interesantes sea uno en que los habitantes de una aldea cuyo planeta está amenazado de muerte son transportados a un planeta similar por la Enterprise, pero para evitar contaminación cultural, se los mantiene recluidos en el Simulador, como si aún siguiesen en su mundo natal.

Naturalmente, algo sale mal y uno de los aldeanos sale del Simulador accidentalmente con lo que acaba descubriendo una verdad tan avasalladora que le es imposible asimilarla completamente, provocando un trágico final.

Tal vez la realidad no sea tan sencilla como aparenta. Algunos autores como Philip K. Dick nos han hecho dudar de ella en múltiples ocasiones con gran maestría. Tal vez sea todo un decorado al estilo de El show de Truman o quizás estemos dentro del simulador de alguna avanzada civilización, como en el relato "Alcanzar Centauri" de Stephen Baxter. Quién sabe…

07 marzo 2007

Viajar por viajar

Últimamente se ha puesto de moda viajar. Con el advenimiento de los vuelos de bajo coste, casi cualquiera puede permitirse una escapadita a París, a Roma, a Londres o mucho más lejos. Viajar ha dejado de ser patrimonio de unos pocos (ya se sabe, ricos, parejas en viaje de novios y estudiantes con ganas de ver mundo).

Este fenómeno se está convirtiendo en algo tan masivo que algunas instituciones ya están avisando de que esto puede conllevar un notable incremento en las emisiones de CO2 a la atmósfera, con el consecuente problema ecológico que ello conlleva.

Pero a mí me gustaría analizar más bien la causa última de estas ansias viajeras. El hombre siempre ha querido explorar y por ello el viajar tiene tan buena fama. La adquisición de nuevas experiencias y nuevos modos de ver la vida, sirve para enriquecernos personal y colectivamente.

¿Pero es esto así? Permitidme que sea pesimista. Para que el hecho de viajar tenga alguna consecuencia real sobre nuestra manera de ser y de ver el mundo, debemos tener los ojos y la mente bien abiertos y estar dispuestos a ver la realidad última de las cosas. Y es evidente que con los viajes de fin de semana para ver los lugares turísticos por todos visitados no vamos a conseguir nuestro objetivo.

Conozco gente que se han ido a visitar países lejanos (sudeste asiático, sudamérica) con lo puesto y que han comido, bebido y dormido lo que la gente humilde de esos países. Es una manera verdaderamente auténtica de viajar y de conocer culturas diferentes. Aunque no está exenta de riesgos, como demuestra alguno de los casos que conozco, con final trágico, a raíz de una enfermedad contraída en uno de dichos países.

Vale, me saco un billete en un vuelo de bajo coste (o de alto coste, es igual, para el caso es lo mismo) y me voy un fin de semana a Roma. ¿Realmente me servirá de algo más que para sacarme la clásica foto en el Coliseo o en el Vaticano? Lo dudo mucho.

Un magnífico relato que expresa estas inquietudes es “Las 43 dinastías de Antares” de Mike Resnick, ya comentado aquí en alguna otra ocasión. En él podemos ver el choque cultural entre un guía turístico heredero de una antigua y rica civilización y los turistas herederos de los conquistadores, totalmente ajenos a la realidad que ven, interesados apenas en sacar un par de fotografías y sin el menor conocimiento sobre el país que visitan.

Es evidente que verá de manera muy diferente la Roma de fin de semana un estudiante con ganas de conocer mundo, que una pareja de recién casados, que unos abuelos en un viaje organizado, pero en general, todos tendrán algo en común: difícilmente verán más allá de las piedras.

Tampoco digo que para viajar uno deba ser un licenciado en aquello que visita, pero creo que las cosas se disfrutan muchísimo más si uno se ha documentado previamente sobre lo que va a ver y si tiene un cierto conocimiento de ello.

Por otro lado, estos viajes suelen convertirse muchas veces en una frenética caza de la fotografía más original, más “auténtica” del país visitado. Ya sabéis, si es un país del tercer mundo, obtener una estampa de miseria rodeada de alegría. Siempre suelen quedar en buena posición en los concursos fotográficos.

También esta actitud ha sido comentada alguna vez en este blog, poniendo como ejemplo el magnífico relato de Ray Bradbury “Sol y sombra”, en el que el mundo que está siendo explotado turísticamente se rebela.

01 marzo 2007

Novedades desatendidas

Hace un rato estaba mirando las candidaturas finalistas de los Premios Nebula y me asaltaba una cierta pena, pues la mayor parte de las obras nominadas, así como las que resultarán premiadas, difícilmente verán la luz en nuestro país. Otro tanto podríamos decir de los Premios Hugo.

Tras el cierre de la Asimov y la momentánea –en principio- congelación de Gigamesh, así como la desaparición de los Dobles de Robel el espacio para la novela corta y el relato se ha reducido notablemente en el panorama editorial.

Estamos en lo de siempre: que la gente no lee, que los que leen prefieren los megatochos antes que la narrativa breve y así sucesivamente. Pero ello no quita para que me queje de lo que considero que es una verdadera lástima.

La narrativa breve permite conocer el estilo de un autor sin necesidad de dedicar importantes recursos económicos y de tiempo a leerse sus novelas. Esto cuando tiene producción breve, claro, pues muchos escritores optan por dar directamente el salto al formato novela. Aún así, la ciencia ficción suele conservar la narrativa breve en un lugar privilegiado que otros géneros no poseen.

De esta manera, perdemos oportunidades para conocer autores nuevos y muy interesantes que, me temo, van a pasar sin pena ni gloria. Las grandes editoriales suelen apostar por los caballos ganadores y no suelen arriesgarse muy a menudo y las pequeñas editoriales, también tienen sus filias y sus fobias.

Así por ejemplo, Bibliópolis se está dedicando a traernos novelas de fantasía de autores no muy conocidos por estos lares, mientras que La Factoría está haciendo algo parecido con la ciencia ficción.

Pero nadie se dedica muy en serio a la narrativa breve. La verdad es que quejarse es sencillo y proponer soluciones no lo es tanto, pero quería dejar constancia de mi pesar por la desaparición de algunos medios que cubrían este interesante –aunque parece que poco rentable- sector del mercado de la literatura fantástica.

Afortunadamente, nos quedan los cuadernos Artifex para la producción breve en castellano, cosa muy de agradecer en estos oscuros tiempos que corren para el relato y la novela corta.