La culpa fue del alcohol
Acaba de ser presentado en
sociedad el “Alcosynth” (alcohol sintético), la primera bebida de gusto
alcohólico que no produce resaca. Al parecer, la nueva substancia genera unos
efectos euforizantes en el cerebro similares a los que induce el alcohol, pero
sin sus temidos efectos secundarios: no es adictivo, no destroza el hígado, no
produce resaca. Todo son ventajas.
Supongo que tendrá que
pasar todavía por una batería de pruebas que garanticen su inocuidad, pero el
nuevo líquido, parecido al vodka, tiene todas las de ser comercializado en
breve.
¿Será una revolución en
el consumo de bebidas espiritosas o sólo será una moda sin más que pasará como
otras muchas dentro de un tiempo? La verdad es que todo parecen ventajas.
Incluso el efecto euforizante es limitado: dura apenas dos o tres horas.
Y como otras míticas
bebidas, su fórmula es secreta, para aumentar su fama.
Por cierto que su nombre
se parece mucho al del Synthehol, una bebida ficticia con
estas mismas características que aparece en varios capítulos de la serie de
ciencia ficción Star Trek. La realidad superó nuevamente a
la ficción.
¿Desaparecerá el whisky
tradicional? ¿Qué pasará con el vino? ¿Se adaptarán al Alcosynth? ¿Coexistirán?
En fin, siempre nos
quedará el vino de fuego klingon o la temida cerveza romulana.
Correlaciones: Delitos solares
En España, a diferencia
del resto del occidente civilizado, la energía solar se ha convertido en poco
menos que un delito. Se ha pasado de promocionarla entusiásticamente hace una
década, hasta el punto que estuvimos a punto de ponernos a la cabeza de los
países que más energía solar per cápita producían y tecnología de este tipo
desarrollaban, instalaban y exportaban, a poco menos de convertirse en un
pecado capital, penado y hostigado por tierra, mar y aire.
La verdad es que la cosa
no se entiende. Si se supone que hay que combatir el cambio climático producido
en buena medida por la quema masiva de combustibles fósiles (carbón, petróleo,
gas natural, etc.), no queremos energía nuclear y con la eólica no llegamos, me
temo que habrá que apostar por la energía solar.
¿Cuál es el problema?
Pues que es una energía democrática. El sol derrama sus bendiciones para todo
hijo de vecino. Cualquiera puede instalarse unas placas solares en el tejado de
su casa y eso, para las compañías eléctricas tradicionales, es una verdadera herejía.
Si tenemos en cuenta que la mayor parte de los exministros acaban en los
consejos de administración de dichas compañías, cobrando unos sueldos de
escándalo por no hacer poco más que calentar una silla (eso cuando asisten a
las reuniones), pues no hay que ser muy inteligente para ver por qué la energía
solar está penada en España, entre otras lindezas.
Ello me recuerda
indefectiblemente a un relato de Frederik Pohl, el apóstol del anticonsumismo
desaforado, titulado “Cual plaga de langosta” (“Like Unto the
Locust”, 1979), que forma parte de la Trilogía del Reverendo
Hake, difícil de encontrar hoy día.
En el relato, las
potencias occidentales, quieren sabotear a un país del desierto que ha
construido una original y muy peculiar central solar gigante que permitiría
aprovechar el sol de una curiosa manera.
No puedo evitar recordar
ese relato. Está claro que mucho de esto veremos a partir de ahora con el nuevo
inquilino de la Casa Blanca, Mr. Trump y sus colegas negacionistas del cambio
climático, ricachones y adictos al petróleo. Cuando Ronald Reagan llegó a la
Casa Blanca, una de las primeras medidas que tomó, fue eliminar las placas
solares que el anterior inquilino había instalado en la azotea del edificio. En
fin, de momento, hemos tenido un indigesto aperitivo en España.