Pureza de genes
Con el avance de las nuevas tecnologías
en ingeniería genética, gracias a cosas como la edición genética del CRISPR y
otros avances habidos y por haber, pronto se desarrollará toda una rama nueva
de la medicina -la de terapeuta genético- que permitirá asesorar a los futuros
padres sobre las posibilidades genéticas de sus futuros hijos. Vaya, lo que se
conoce desde hace tiempo como “hijos a la carta”.
La ciencia ficción viene advirtiendo de
esta posibilidad desde hace décadas, mucho antes de que fuese tecnológicamente
posible. Bueno, esa es una de las grandezas del género: que nos previene de lo
que está por venir y nos permite reflexionar sobre el mundo futuro antes de que
se convierta en presente.
Esta posibilidad me inquieta. De hecho,
me produce un profundo desasosiego. Está claro que si nuestros hijos van a
nacer con una malformación o algo que les va a dificultar la vida, como una
enfermedad o una minusvalía grave y lo podemos evitar editando los genes
oportunos, lo haremos. Se tardará más o menos, pero se acabará haciendo.
El problema, como siempre, esta en el
límite. ¿Querremos un hijo potencialmente homosexual? ¿Qué pasa con ese límite
entre el autismo y la introversión? Si rechazamos las personas con posibles
patologías mentales, también podríamos estar lanzando a la hoguera a toda una
generación de potenciales genios artísticos o científicos.
El límite es confuso. Algunos creen que,
como vamos a tardar bastante en tener ese límite claro, mientrastanto, mejor no
jugar con fuego y dejar los genes en paz. Pero de hecho, ya se está haciendo.
En tratamientos de fertilidad, muchas veces se seleccionan artificialmente
aquellos embriones que cumplen una determinada característica.
¿Y qué pasa si queremos un varón? ¿O una
fémina? ¿O gemelos? ¿Qué tal un niño alto, rubio y con los ojos azules, de piel
clara y consistencia atlética? ¿O un niño muy inteligente o alguien muy
creativo o alguien con gran facilidad para la música? ¿Qué sucederá con
determinadas combinaciones de genes poco frecuentes? ¿Tal vez sean poco
frecuentes por algún buen motivo, no?
Está claro que no todo está en los
genes. Muchas cosas se aprenden o dependen del ambiente, pero otras sí que
pueden radicar en los genes. ¿Debemos dejar libertad total de elección a los
padres? ¿O al estado? ¿Cuál es el grado óptimo o aceptable?
¿Qué sucedería si un determinado estado
dictase que se prohiben ciertas características genéticas, del tipo que fuese?
Tal vez ni si quiera se tratase de una dictadura formal. Puede pasar. Durante
muchos años, el régimen franquista en España estuvo buscando el supuesto “gen
rojo”. No creo que hayan sido los únicos.
Tal vez en un mundo futuro de personas
rubias, altas, esbeltas y con los ojos azules, Cuasimodo sería el rey. O tal
vez aún sería peor visto que en un mundo más diverso como el nuestro. Es
difícil de saber.
La literatura y el cine han especulado
mucho sobre este tema. Pero no hay veredicto. Solo hay montones de preguntas
sin respuesta. Y conforme nos acercamos más y más al mundo en que todo esto
será cotidiano, más me inquieta que no se debata acerca de estos temas, aparte
de algún observatorio de bioética o en las páginas de una novela de ciencia
ficción.
Tal vez nos encaminamos hacia un mundo
similar al de GATTACA, en que solo los genéticamente puros y aptos tienen
asegurado un lugar entre la élite de la sociedad y los demás son poco menos que
unos parias. A fin de cuentas, no hay mucha diferencia entre la pureza de
sangre que exigía la Inquisición, de la pureza de genes que puede que exija
alguna otra entidad cuyos cimientos estamos construyendo entre todos maximus
itineribus.
Las leyes (europeas) de la robótica
Todos conocemos las tres leyes de la
robótica (supongo) de Isaac Asimov, que expuso en libros de relatos como “Yo,
robot” (I, robot, 1950). Pero ahora, la Unión Europea ha decidido que
los robots de verdad, no los ficticios como los asimovianos, deben tener una
serie de principios, leyes o lo que sea, si es que llegan a hacerse realidad.
Concretamente, son seis. Veámoslos uno a uno:
1.
Los
robots tendrán que contar con un interruptor de emergencia para evitar
cualquier situación peligrosa.
O sea, que los robots deberán tener
todos botón del pánico. Para los que hayáis visto Star Trek: La Nueva
Generación, ya sabréis que el teniente comandante Data, que es un
androide asimoviano, tiene botón de encendido/apagado.
También ciertas IAs algo más
inquietantes, como el HAL 9000, que aparece en “2010. Odisea dos”,
de Arthur C. Clarke, también tiene mecanismo de cortocircuitado, para evitar lo
que sucedió en “2001. Una odisea en el espacio”.
Los robots centurión de “Galáctica.
Estrella de combate” (el remake) tienen algo parecido: están
castrados intelectualmente, de manera que no pueden hacerse demasiado
inteligentes.
2.
No
podrán hacer daño a los seres humanos, ya que la robótica está expresamente
concebida para ayudar y proteger a las personas.
Poco qué decir: esta es la primera ley
de Asimov. De todas maneras, los que os hayáis leído las obras del Buen
Doctor sabréis almenos dos cosas: que hay maneras de burlarlas, por
ejemplo, redefiniendo lo que es un ser humano (vg, en: “Sueños de Robot”) y que
una manera de proteger a todos los humanos es protegiendo primero a la
Humanidad en su conjunto, aunque eso implique perjudicar a uno o a varios
humanos en concreto (la ley cero) (véase Robots e Imperio). Hecha la
ley, hecha la trampa.
3.
No
podrán establecer relaciones emocionales.
No me queda muy claro si las relaciones
emocionales que no podrán establecer serán entre robots o entre robots y
humanos. La verdad, si se desarrollan androides avanzados, las relaciones
emocionales van con el pack. Va a ser imposible evitarlo. Almenos entre humanos
y robots. Si estos acaban siendo mas fríos que el hielo, eso ya es harina de
otro costal. Pero mucho me temo que las personas antes renunciarán a la tercera
ley que a la segunda.
¿Y qué sucede si una persona necesita
afecto de un robot? Si este no puede dárselo, ¿no estará dañando al ser humano
en cuestión? Queda por ver cuál sería la jerarquía de las leyes, claro.
4.
Obligatoriedad
de contratar un seguro destinado a las máquinas de mayor envergadura. Y es que,
ante cualquier daño material, los dueños deberán asumir los costes.
Una versión sofisticada de la tercera
ley. Al parecer, Asimov pensó que los robots serían muy caros. De hecho, en sus
relatos y novelas, los robots se alquilan, porque son demasiado caros como para
ser comprados. Así que añadió la tercera ley de la autoconservación un poco
como salvaguarda económica. Veo que nuestros próceres han tenido la misma idea.
5.
Sus
derechos y obligaciones serán clasificados legalmente.
Esto me da un poco de grima. ¿Derechos y
deberes? Bueno, almenos se comprometen a legislar sobre ello, pero si les
atribuyen derechos y deberes, ¿no será que les reconocen algún tipo de libre
albedrío? ¿Qué sentido tiene tener derecho a algo si no puede hacer o querer
ese algo?
Tal vez los robots querrán asesores,
como la mítica robopsicóloga Susan Calvin de las obras de Asimov.
6.
Las
máquinas tributarán a la seguridad social. Su entrada en el mercado laboral
tendrá un impacto negativo en la mano de obra de muchas empresas, por lo que
los robots deberán pagar impuestos para subvencionar las ayudas de los
desempleados.
Esto es una especie de tercera ley, pero
para las personas. Se pretende minimizar el coste económico que tendrán unos
robots que sustituyen en muchos trabajos a los humanos. Me cuesta creer en un
sindicato de robots exigiendo horas libres, pero la verdad es que la historia
nos enseña que cosas más raras se han visto.
Lo que está claro es que alguien -el
empresario, como casi siempre- tendrá que asumir el coste de contratar un robot
en vez de a un humano. ¿O habrá que pagar a los robots y serán ellos quienes
tributen a Hacienda? ¿Todos somos Hacienda?
Esto nos lleva a preguntarnos cosas
como: ¿Nos sustituirán los robots? Muchas veces se ha dicho que un robot o una
IA nos sustituirá probablemente en aquellas cosas para las que sea más fácil y
barato que haga el trabajo una IA/robot que una persona (Asimov dixit).
Pero yo me pregunto: ¿qué pasa con el
arte? Un robot escribiendo novelas u obras de teatro; actuando en una película;
esculpiendo una estatua; componiendo música; pintando un cuadro… ¿No tendrán
derecho a hacerlo? Y si se considera su arte como un trabajo, entonces, ¿qué
diferencia habrá entre el arte humano y el robótico?
Cuestiones interesantes que, me temo,
están a la vuelta de la esquina. Es poco probable que pronto veamos robots que
puedan sustituir plenamente a un humano. Pero ya hay robots que pueden
sustituir perfectamente a un humano en algunas funciones. Es cuestión de tiempo
que se vayan acumulando las funciones, ¿no?
Hay robots capaces de “entender” e
interactuar con el lenguaje escrito u oral; los hay que pueden identificar las
emociones en nuestro rostro; algunos pueden redactar discursos o hasta novelas,
o pintar cuadros, tocar el piano, saltar, hacer una hamburguesa, barrer… ¿Qué
pasa si ponemos todas esas funciones en un solo robot? ¿No obtendremos algo muy
parecido a un humano sintético que, además podrá acceder instantáneamente a
todo el conocimiento humano disponible en internet?
Por supuesto, tenemos la cuestión de la
conciencia y del libre albedrío. Lo segundo no está muy claro ni siquiera para
los humanos. Lo primero, ¿importa, realmente? Si un ser parece ser inteligente
y querer algo, ¿cómo podemos estar seguros que no es consciente de ello? ¿Qué
diferencia hay entre un robot que se autoprograma y acaba pintando cuadros y un
pintor humano que aprende y acaba pintando cuadros?
Fijaos que hay muchas preguntas y pocas
respuestas. Es bueno hacerse esas preguntas antes de desarrollar IAs plenamente
operativas y autónomas. No sé si acabaremos en un escenario a lo Terminator
o Galáctica, pero se me ocurren escenarios igual de deprimentes, como el
de “Los humanoides”, de Jack Williamson, donde los humanos estamos tan
sobreprotegidos por los androides que acabamos viviendo en un mundo de
pesadilla, sin ni si quiera la libertad de poder ser infelices.
Tal vez el botón del pánico no sea tan
mala idea, solo que, llegado el caso, ¿quién se atreverá a pulsarlo?