22 julio 2009

Vampiros y conspiranoias

Me he estado mirando con detenimiento las últimas novedades en literatura fantástica, así como los anuncios de próximas ediciones y estoy empezando a deprimirme seriamente.

Podríamos clasificar dichas novedades en dos grandes grupos: libros de vampiros y libros de conspiraciones. Los primeros, al albur del nuevo boom sobre este tipo de historias, especialmente orientados a adolescentes. Los segundos, continuando con lo que parece el eterno filón inspirado en El código da Vinci.

De hecho, de libros de conspiraciones y de objetos enterrados que no deberían estar allí o de supuestas armas que podrían acabar con la Humanidad o de supuestas revelaciones de Dios los ha habido siempre y me temo que siempre los habrá. Algunos son entretenidos, otros, infumables.

Así, nos hacen viajar por las calles de Roma, Nueva York, París o Tokyo siguiendo misteriosas pistas o pasando pruebas iniciáticas; nos transportan a la Antártida, donde acaban de descubrir el último grito de objetos-revelación o nos resucitan algún antiguo dios precolombino -que en realidad no es sino un alienígena- que al parecer no tiene otro pito que tocar que provocar el fin del mundo.

Y así, saltando de pirámide en pirámide, de biblioteca en biblioteca y de país en país, nos explican por enésima vez la historia de la búsqueda del objeto que podría cambiar la historia del mundo y que rara vez lo hace, ya que el final de la novela suele ser un bluff descomunal sin mayor interés.

Particularmente, estoy bastante harto de este tipo de libros. Al parecer, todos los personajes de la antigüedad no tenían otra cosa que hacer que meterse en conspiraciones increíbles que, mira tú por dónde, podrían amenazar los cimientos de nuestra civilización.

Así, desfilan por las páginas de estas novelas-tocho pseudopersonajes que llevan el nombre de Isaac Newton, Albert Einstein, Leonardo da Vinci o Antonio Vivaldi que muy poco tienen que ver con el original. Y ya no entro en las novelas del entorno cronológico de Jesucristo, porque éstas todavía son más fantásticas y suelen estar pésimamente documentadas.

En fin, que puestos a pedir, que algún escritor ocioso nos cuente la vida de Nikola Tesla, que es la mar de interesante, y relacione su "rayo de la muerte" con el evento de Tunguska. Al menos, sería más creíble y divertido que lo que corre por las estanterías de las librerías últimamente.