29 septiembre 2008

Científicos famosos

Dice la primera ley de Clarke que:

Cuando un viejo y distinguido científico determina que algo es posible, probablemente está en lo correcto. Cuando determina que algo es imposible, probablemente está equivocado.

Digo esto porque últimamente uno de los más famosos y distinguidos científicos humanos, Stephen Hawking, está haciendo unas declaraciones que son para mojar pan.

Por ejemplo, hace poco se apostó una cierta cantidad de dinero a que en el LHC no se iba a encontrar el bosón de Higgs, la esquiva partícula que dotaría de masa a las otras partículas. Al parecer Mr. Higgs no se lo tomó muy a buenas. Yo opino como Hawking: que sería mucho más interesante que el bosón de marras no apareciese.

Eso le daría más vidilla a la física de altas energías. Aunque ya me veo a los pobres físicos rehaciendo todo el modelo estándar a marchas forzadas y sacándose de la manga todo tipo de exóticas explicaciones. Supongo que no tardaremos muchos años en saber cuál de los dos tiene razón.

Hawking también ha efectuado otras declaraciones que no dejan de ser bastante sui generis. El hombre está convencido que en menos de un siglo, los humanos nos vamos a cargar la Tierra y que la única posibilidad de supervivencia es la colonización del espacio.

Sinceramente, yo soy de los que siempre ha opinado que antes de esparcir la contaminación por todo el Cosmos, tal vez primero pongamos en orden nuestra casa. Vaya, que sería mejor esperar un poco y mejorar como especie antes de trasladar nuestros absurdos problemas al resto del Universo.

Afortunadamente, esto de colonizar el Cosmos no es tan sencillo. Hay problemas económicos, tecnológicos y biológicos. Con lo maravillosa que es la Tierra, no sé qué necesidad hay de meterse en berenjenales carísimos y muy arriesgados. Almenos de momento.

Tal vez que dediquemos todos nuestros esfuerzos a salvar nuestra patria natal, este pequeño punto azul pálido, antes de abordar la gran aventura de cruzar las procelosas aguas del océano cósmico. No vaya a ser que esto termine como las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Sería un final demasiado triste.

28 septiembre 2008

Oscuro es el color

Tal y como me suponía hace casi una década, la astrofísica y la cosmología van a darnos más de una sorpresa. En contra de las tesis pesimistas de algunos agoreros que pronosticaban el fin de la ciencia, la cosa nostra tiene mecha para rato. Si primero fue la materia oscura (que fue dividida en materia oscura caliente y materia oscura fría) y después la soberana sorpresa de la energía oscura, ahora los astrofísicos se han sacado de la manga un nuevo engendro: el flujo oscuro.

Se me ocurren unos cuantos chistes baratos sobre lo de "flujo oscuro", pero vamos a dejarlo. La verdad es que podrían tener un poco más imaginación y dejarse de tanta oscuridad, que esto pronto va a parecer una convención de lores Sith.

Al parecer han descubierto que regiones enteras de materia cósmica se mueven a altas velocidades en una dirección uniforme, fenómeno que no puede ser explicado por ningún flujo gravitacional conocido en el universo observable. Por ello, los astrónomos lo han denominado "flujo oscuro".

De momento, se han avanzado algunas teorías, pero nada concluyente. De hecho, sólo nos faltaba esto. Si no podemos con la materia oscura y aún menos con la energía oscura, sólo faltaba el flujo de marras para volver loco a más de uno. En fin, que no decaiga. Hay cosmología para días. Me imagino que Fred Hoyle, autor de La nube negra, se debe estar desternillando de risa en su tumba...

26 septiembre 2008

Oriente en el espacio

En la novela 2010. Odisea dos de Arthur C. Clarke, los chinos conseguían llegar a la luna joviana Europa antes que los rusos y los americanos. Clarke anticipaba lo que entonces no era nada evidente: que China está a punto de convertirse no sólo en una superpotencia económica, sino también en una superpotencia espacial.

A finales de año, China probará un nuevo sistema de propulsión para cohetes que podría convertir en más que factible el viaje a Marte y permitiría enviar una nave al planeta rojo en poco menos de 7 semanas.

Aunque el sistema está todavía en pañales, podría significar un avance fundamental en la carrera espacial y son los chinos y no los norteamericanos, ni los rusos, ni los europeos, quienes parece que están mostrando mayor interés por la un tanto exangüe carrera espacial.

Tal vez esto anime a las potencias occidentales a esforzarse un poco más. Parece que últimamente nos habíamos acostumbrado a oír tan sólo noticias de la Estación Espacial Internacional (ISS) en lo referente al espacio y poco más. Es posible que los futuros candidatos a astronauta, más que inglés deban aprender pronto el mandarín.

Por otro lado, al parecer los japoneses estarían desarrollando un proyecto de ascensor orbital, también imaginado por Arthur C. Clarke, esta vez en Las fuentes del paraíso y con un mecanismo similar al de la novela: un filamento extraordinariamente resistente de la nueva generación de materiales nanotecnológicos.

Este material debe resistir el peso del ascensor y ser unas 180 veces más duro que el acero, pero lo suficientemente liviano como para que los 36.000 Km existentes entre la superficie del planeta y la órbita geosíncrona (por cierto, llamada también órbita de Clarke) donde se estacionaría un satélite-plataforma, no sean un impedimento.

Así pues, tal vez pronto podamos visitar un hotel espacial tomando un ascensor. Eso sí, las instrucciones en japonés. Ya me veo aprendiendo lenguas orientales si quiero echar un vistazo a lo que hay ahí fuera...

25 septiembre 2008

Telepantallas orwellianas

Uno de los inventos más estremecedores de 1984, de George Orwell, era la telepantalla, una especie de televisión sensible bidireccional que permitía controlar a los ciudadanos al tiempo que aleccionarlos mediante la propaganda del sistema. Por desgracia, el siglo XX y los principios del siglo XXI no están siendo tan diferentes del 1984 orwelliano como a algunos nos gustaría.

Las agencias de seguridad de los Estados Unidos pretenden desarrollar una especie de monitor dotado con sensores que permitiría detectar automáticamente personas con inteciones hostiles, mediante patrones de respiración, temperatura corporal, frecuencia del pulso y otras biomedidas. El sistema se instalaría en lugares estratégicos, como en metros, aeropuertos, instalaciones sensibles, etc. y debería ayudar a prevenir atentados terroristas.

La medida en sí misma es buena, pero todos sabemos qué pasa con estas cosas: que las carga el diablo. Una tecnología utilizada para detectar a terroristas, también serviría para controlar otras cosas. Al final, el debate que siempre se acaba planteando es el mismo: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a renunciar a nuestra intimidad y a nuestros derechos civiles para garantizar la seguridad?

Y no menos importante que lo anterior: Quos custodiet custodios?, o sea, ¿quién vigila a los vigilantes? ¿Quién nos garantiza que los datos obtenidos no serán utilizados en nuestro detrimento en alguna ocasión por algún funcionario sin escrúpulos o por el propio Estado?

No sólo es el debate seguridad versus libertad, sino también el debate individuo versus estado, que tanto ha marcado el siglo XX, con los grandes totalitarismos y del que parece que hemos aprendido más bien poco. Porque si algo puede hacerse, se acaba haciendo.

Era posible fabricar un arma atómica con la fisión del átomo y tenemos a Hiroshima y Nagasaki para corroborarlo. Era posible utilizar los satélites y los supercomputadores para espiar las comunicaciones privadas y ahí tenemos la red Echelon. Era posible utilizar la informática para gestionar bases de datos sensibles de ciudadanos y se ha hecho.

Es verdad que también tenemos usos pacíficos de la energía nuclear, como las centrales de energía o la radioterapia, usos pacíficos y más o menos libres de las redes globales como internet y leyes protectoras de la intimidad y de los datos de carácter personal. Pero también sabemos que hecha la ley, hecha la trampa.

Volviendo al sistema de detección de sospechosos, me pregunto qué sucederá el día que el sistema detecte a un presunto terrorista, lo abatan a la balazos y luego se compruebe que el pobre hombre sólo estaba nervioso porque le asustaba volar. De excusas las habrá a patadas, pero que se lo expliquen al pobre tipo.

24 septiembre 2008

Correlaciones: A la caza del snark

Cuando empecé esta sección -Correlaciones-, aún existía Cyberdark y la idea era crear una columna periódica en cada actualización de contenidos, de tal manera que se relacionasen hechos cotidianos de actualidad con relatos o libros de ciencia ficción o fantasía.

Desde entonces, mucho ha llovido y "Correlaciones" ha acabado siendo una especie de subsección de este blog en que hablo de ciencia ficción, fantasía y terror sobrenatural. Pero reconozco que, tal vez por ser la primera, tiene un rinconcito especial en mi corazón y procuro que de vez en cuando la sección continúe.

Generalmente las temáticas surgen solas. La realidad es muy golosa y casi siempre supera a la ficción. En cualquier caso, son primas hermanas y están estrechamente correlacionadas, por lo que no es difícil ir dotando de contenidos a esta sección. Pero hoy, leyendo un libro que aparentemente nada tenía que ver con la literatura fantástica: Los juegos de Mastropiero, de Carlos Núñez Cortés, uno de los integrantes del celebérrimo grupo humorístico argentino Les Luthiers, se me ha encendido la bombilla.

El libro es una especie de homenaje a otro realmente interesante: Verbàlia, de Màrius Serra y analiza algunos de los numerosísimos juegos de palabras de todo tipo que han utilizado Les Luthiers en sus espectáculos. En uno de los capítulos comienza a hablar de una serie de nombres que conocía, pero que nunca había "relacionado" y ello me lleva al "Correlaciones" de hoy.

El conocido matemático y escritor Lewis Carroll, autor de libros tan paradigmáticos como Alicia en el país de las maravillas, tenía una fértil imaginación, de la que salieron algunos términos que luego han hecho furor en el mundillo de la literatura fantástica.

En uno de sus cuentos, aparece el término "snark" ("La caza del snark"), que es una contracción de "snail" (caracol) y "shark" (tiburón). Desde entonces, muchos han sido los que han utilizado este recurso literario para crear nuevas palabras y nuevas criaturas. El propio término "snark" abunda en la literatura, en la ficción, en la informática y hasta en las matemáticas, como no podía ser de otra manera.

También Carroll fue autor de un extravagante poema que causó furor entre los luditas literarios y los amantes de los juegos de palabras: se trata de "Jabberwocky", en el que abundan los "snarks" (es decir, estas palabras formadas por empotramiento de dos o más términos). Supongo que el nombre os suena, porque Bibliópolis bautizó con este nombre a su colección de recopilaciones de ensayos sobre literatura fantástica.

Jabberwocky es un término actual del inglés utilizado, precisamente, para referirse a literatura sinsentido (non-sense). Es curioso, pero algunos términos que en él aparecen, vuelven a reaparecer en la ciencia ficción (Fredric Brown, Roger Zelazny o H. Beam Piper).

Por ejemplo, el tercer verso del poema:

All mimsy were the borogoves

debiera encender las alarmas de cualquier aficionado serio a la ciencia ficción clásica. Se trata del título de un relato de Henry Kuttner, contenido en Lo mejor de Henry Kuttner (Edhasa) y que podría traducirse por: "melosos se atristaban los borloros" (por ejemplo) y que algunos han cualificado como el título más excéntrico dado a un relato de ciencia ficción (aunque aquí habría mucho que discutir). Por cierto, que el poema ha sido traducido a multitud de lenguas, incluído el klingon!!!

Existe otra conexión de "Jabberwocky" con Star Trek. En el capítulo de la serie clásica, "Plato's Stepchildren", el capitán James T. Kirk y el vulcano Spock cantan (sí, cantan) los siguientes versos:

I'm Tweedledee, he's Tweedledum.
We're spacemen marching to and from.
We slythe among the mimsy troves,
And tire among the borogroves.


Por cierto, que este surrealista capítulo pasó a la historia por ser el primer programa de televisión en Estados Unidos en que un hombre blanco (Kirk) besaba a una mujer negra (Uhura). La censura no dijo nada porque la escena pasaba en la quinta puñeta en el siglo ventimuchos. ¡Tiene narices!

La cosa se complica, porque Tweedledee y Tweedledum son los nombres de dos gemelos (una chica y un chico) de Alicia a través del espejo. En castellano se los suele traducir como Patachunta y Patachún y aparecen ya en siglo XVIII en un poema del inglés John Byrom, aunque son más conocidos por pertenecer también a una canción de cuna del siglo XIX.

"Jabberwocky" está incluído en Alicia. En él, es recitado por el huevo parlante Humpty Dumpty, quien forma parte también de un megasnark, esta vez de James Joyce, otro irreverente verboludita, quien en su tremendo y difícilmente traducible Finnegan's Wake, lo incluye en el séptimo trueno de la caída de la escalera de Tom Finnegan.

Un caso particular de jabberwocky lo constituyen las "jitanjáforas", estrofas en verso en las que se prima la sonoridad. Es algo así como los galimatías sinsentido que a veces oímos recitar a los magos en sus conjuros y fue cultivada por algunos escritores dadaístas. Recordemos que "da-da", el término que da nombre al movimiento, no significa nada (un claro caso de "non-sense").

El término "jitanjáfora" fue adoptado por Alfonso Reyes en 1929 a raíz de una estrofas del escritor cubano Mariano Brull, claro ejemplo de esta estructura. Al lector del fantástico español le sonará el término, pues es el título de una novela de Sergio Parra de título análogo.

En fin, que como podéis ver por la extensión de esta entrada, el tema da para bastante y la trama está notablemente embrollada. Y para terminar de embrollarlo, permitidme que termine con unos versos de La Cenerentola de G. Rossini, que aunque suenan a jitanjáfora, son italiano puro:

Questo è un nodo avviluppato,
Questo è un gruppo rintrecciato.
Chi sviluppa più inviluppa,
Chi più sgruppa, più raggruppa.

19 septiembre 2008

Vidas ignotas

Acaba de salir a la venta otra biografía del escritor J. G. Ballard, titulada Milagros de una Vida. Una Autobiografía, lo que me lleva a pensar que en castellano se han publicado realmente pocas biografías de escritores del género.

Particularmente, conozco la de Asimov, otra de Ballard y la de James Tiptree Jr. (Alice B.Sheldon). Por supuesto, de J.R.R. Tolkien, lo que queráis: desde la composición de la pipa en que fumaba, pasando por el terrible suceso que de pequeño le picó una araña, hasta el epitafio de su tumba.

Pero dejando a parte estos casos excepcionales, un completo desierto. Ni si quiera autores que han vendido tanto como Arthur C. Clarke o Frank Herbert tienen alguna biografía traducida. Y es que si difícil es vender libros de ciencia ficción, más arduo todavía es vender libros sobre sus escritores.

Un simple vistazo a Amazon.com nos convence de que en los países anglosajones, encontrar biografías (en inglés, claro) de los principales autores de ciencia ficción, es algo relativamente sencillo: Ray Bradbury, Frank Herbert, Frederik Pohl, Arthur C. Clarke, Ian Watson, Brian W. Aldiss, Howard Fast, Harlan Ellison, Kurt Vonnegut, Robert A. Heinlein o Ursula K. LeGuin, por citar los más destacados.

En lo que se refiere al fandom, si se quiere profundizar un poco en la vida y milagros de nuestros autores favoritos, debemos recurrir a un producto especializado como la enciclopedia Clute, no precisamente fácil de conseguir o bien hay que utilizar internet (y saber inglés, claro).

También existen artículos especializados, aunque difícilmente éstos pueden suplir a toda una autobiografía y, como mucho, nos pueden ofrecer algunas pinceladas sobre el autor en cuestión.

En fin, que es otra carencia más, de entre tantas que se van acumulando, aunque me preocupa mucho más que debido a la falta de publicaciones estables en castellano, cueste seguir la actualidad del género en otros países, especialmente en el mundo anglosajón.

18 septiembre 2008

Etiquetas

Julián Díez nos deleita con un interesante artículo titulado "Secesión" en el último número de la revista Hélice. En él, ahonda en sus clásicas tesis de que hay dos tipos de ciencia ficción muy diferentes, hasta el punto de proponer una secesión entre ambos tipos de género.

Simplificando bastante, porque para los detalles os recomiendo encarecidamente su artículo, habría una ciencia ficción más de componente científica o lúdica y otra más bien de especulación, de carácter más alegórico o literario, las cuales tendrían en común muy pocos elementos.

En cierta manera, Díez -que no es tonto y que prefiere claramente la ciencia ficción de carácter más literario- se lleva el agua para su molino e incluye una gran cantidad de autores en este género que, como mínimo, son discutibles, como es el caso de Robert Silverberg o Frederik Pohl.

Dicho de otra manera, otro coletazo de las famosas "guerras" entre "C" y "L" que tantos chorros de bits hicieron correr otrora en páginas como Cyberdark y cuyas discusiones se remontan al origen de los tiempos (de la ciencia ficción, claro).

Con el paso del tiempo, mi opinión se ha ido reubicando. De ser un "C" irredento, he pasado más bien a considerar diferentes criterios a la hora de valorar una obra de género. No seré yo quien defienda la calidad literaria de autores clásicos como Asimov o Card. Creo que no som comparables literariamente a otros como al Zelazny de los buenos tiempos o al recientemente desaparecido Disch o al magnífico Silverberg.

Pasa un poco como con la música: no es lo mismo una tonada popular, con ritmo fácil y melodía enganchosa que una ópera de Wagner o una sinfonía de Brahms. Sólo que en música, nadie pretende comparar una cosa con otra, mientras que en la ciencia ficción, sí.

Tal vez por ello, me seduzca bastante la idea que expone Julián Díez en su artículo. Es posible que hayamos querido aplicar la misma etiqueta a dos cosas con almas muy diferenciadas. En todo caso, tenemos lo que tenemos.

En lo que no estoy de acuerdo es que la "mala fama" que tiene la ciencia ficción en nuestro país se deba a que se ha metido todo en el mismo saco. La novela realista goza de una fama excelente y existen verdaderos bodrios en su seno, que no desvirtúan para nada la etiqueta de "novela realista".

Pero estamos ante un debate que amplio calado que nunca ha llegado a contentar a unos y a otros, así que poco pretendo yo solucionar estas reyertas con tan pocas palabras.

16 septiembre 2008

Los inexorables hados

Existe una curiosa conexión entre la obra de J.R.R. Tolkien y la mitología griega, mucho más allá, tal vez, de lo que al propio Tolkien le hubiese gustado reconocer. Me refiero a la idea del "hado" o "destino".

Por todos es sabido que Tolkien era un devoto católico y, por ende, enemigo de la teoría de la predestinación propia de cierto tipo de protestantismo. Aun así, esta idea de que el destino pesa sobre todos nosotros es una idea cíclica y recurrente en sus relatos.

Por citar un par de ejemplos, en "La música de los Ainur", en El Silmarillion, Tolkien viene a decirnos que todo ha sido establecido ya desde un principio y que la historia del hombre forma parte del tejido de esa música de los Ainur.

En El Señor de los Anillos, Tolkien dice claramente que el poder del anillo es tan grande que nada puede oponerse a su sino: el portador deberá pagar un alto precio. Incluso el lugar en donde todo empieza y en donde todo concluye tiene un nombre resonante: el monte del Destino.

Estas ideas eran dominantes en la mitología griega. Ni si quiera los todopoderosos dioses del Olimpo podían oponerse al Destino. Todo debía suceder tal y como estaba escrito en algún sitio o tal y como las Parcas (las hilanderas) decidían, trenando las hebras por las que el Destino se establecía.

Curiosos referentes en una persona tan marcadamente católica. Claro que el catolicismo, aunque desde la Reforma protestante se ha opuesto a la teoría de la predestinación, nunca ha sido capaz de ofrecer una explicación alternativa satisfactoria desde un punto de vista filosófico.

Decir que Dios conoce todo el futuro pero que es trascendente a él, no deja de ser una especie de Deus ex machina (nunca mejor dicho) ideado expresamente para sortear una espinosa cuestión.

10 septiembre 2008

Hoy se acaba el mundo: ¿te apetece una galletita?

Hoy entra en funcionamiento el LHC (Gran Colisionador de Hadrones) del CERN, el experimento científico más caro de toda la historia, que permitirá -en teoría- dilucidar si el modelo estándar de la materia es correcto o, por el contrario, hay que comenzar a tirar los libros a la basura y escribir otros nuevos.

Esto de por sí creo que merece un titular. Pero como casi siempre sucede, los medios de comunicación suelen obviar lo evidente y lanzarse en busca de noticias escabrosas, que son las que provocan el morbo y hacen subir los contadores de audiencia hasta índices estratosféricos.

Hace unos días, alguien presentó una demanda ante un juez local para impedir que entrase en funcionamiento el LHC. Motivo: durante los experimentos podrían llegar a producirse miniagujeros negros que acabarían con nuestro planeta. Hasta circulaba por internet una divertida simulación en que la Tierra era absorbida por un agujero negro con sede en las cercanías de Ginebra.

Ante todo, que no cunda el pánico. Si se llegasen a producir dichos microagujeros negros, éstos se disiparían prácticamente al instante. Así que no hay nada que temer. Bueno, en teoría.

Parece ser que la histeria se ha apoderado de algunos seres humanos hasta el punto que ciertos científicos del CERN han recibido amenazas de muerte. La verdad, estábamos acostumbrados a las amenazas al personal de las clínicas abortistas, pero debe ser la primera vez que amenazan a un físico por si produce agujeros negros asesinos.

La ciencia ficción nos muestra un par de precedentes, al menos. Uno de ellos, obra de Gregory Benford, en Cosmo, en que un experimento fallido en un colisionador de iones pesados acaba produciendo el nacimiento de todo un Universo y una de las científicas del proyecto se convirte en poco menos que en su Dios. Eso sí que es una promoción laboral...

El otro ejemplo lo encontramos en Tierra, de David Brin, en donde un miniagujero negro ubicado en el centro de la Tierra es empleado para producir una verdadera limpieza genocida de seres humanos a lo largo y ancho de la faz planetaria. Estoy seguro que más de un megalómano quisiera tener un juguetito así.

En fin, que si mañana todavía estamos por aquí, es que el LHC no ha acabado con todos nosotros y podemos pasar a otro tema. En caso contrario, siéntense cómodamente en el sofá, relájense, atibórrense de crujientes galletitas y disfruten del fin del mundo. Puedo garantizarles que será bastante movidito.

08 septiembre 2008

Uno, dos,... ¡ufff!

Cuando leo un libro de ciencia ficción de David Brin sé perfectamente a qué atenerme. Su filosofía básica suele ser: ¡qué buenos que somos los humanos! Vaya, que según él, si existen alienígenas, los humanos les pasamos la mano por la cara (o por lo que tengan en la parte superior del cuerpo). Típico caso de antropocentrismo desaforado.

Digo esto porque en una de sus novelas de la Serie de los Sofontes, Brin viene a decir que los aliens trabajan con matemáticas discretas, explotando la potencia de cálculo de la supercomputación, mientras que los humanos hemos sido capaces de inventar algo tan sublime como el cálculo diferencial e integral.

¡Por favor! Hay tribus cuyos lenguajes tienen los siguientes numerales: uno, dos y muchos. Con ello no quiero que me tachéis de racista. Seguro que tienen métodos muy eficaces para expresar cantidades mayores, pero no parece que las matemáticas sean una característica muy preciada en la especie humana.

Un amplio porcentaje de la población es incapaz de decir si el uno por ciento de uno es una cantidad mayor o menor... ¡que cien! Y no hablemos de otras barbaridades que definen perfectamente al hombre de hoy día, como postuló magníficamente John Allen Paulos en su interesante libro El hombre anumérico, cuya lectura recomiendo encarecidamente.

¡Pero si es que hasta los elefantes nos superan! Parece ser que, según recientes experimentos de la Universidad de Tokio, si colocamos varios baldes con una gran cantidad de manzanas en su interior y les "pedimos" a un humano y a un elefante que escojan el balde con mayor número de manzanas, el elefante acierta un 74% de la veces, contra el 67% de los humanos.

Decididamente, los números no son lo nuestro. Por suerte, hay una raza especial de humanos, los matemáticos, que se encargan de sacarnos las castañas del fuego y permiten la erección de grandes pirámides o el enviar sondas a Marte. Por fortuna, el diablo creó a los ingenieros, para restablecer el statu quo, haciendo que confundiesen millas con kilómetros.

05 septiembre 2008

Correlaciones: Oro

Vivimos tiempos calurosos. El Ártico se convierte en una isla y las grandes potencias sacan los cuchillos para repartirse el pastel, mientras los pobres osos polares se lo miran con tristeza. En el sur, grandes bloques de Antártida se desprenden cada dos por tres y flotan a la deriva.

Pero siempre hay gente que pretende nadar en aguas revueltas y obtener pingües beneficios. Tal es el caso de una empresa canadiense -Barrick Gold- que quiere cargarse el glaciar Pascua Lama, en la región de Atacama, entre Chile y Argentina, a fin de extraer oro de él.

Esta barbaridad me recuerda a dos relatos del autor de ciencia ficción Arthur C. Clarke, que ha explorado la posibilidad de extraer elementos valiosos del agua del mar en "El hombre de cribaba el mar" ("The Man Who Ploughed the Sea", 1957) y en "En mares de oro" ("On Golden Seas", 1987), ambos contenidos en Cuentos del Planeta Tierra.

En el primero, un viejo científico millonario ha conseguido encontrar la manera de cribar literalmente los elementos que se encuentran disueltos en las aguas marinas a fin de separarlos y refinarlos con finalidades mineras.

En el segundo, una parodia sarcástica de la Iniciativa de Defensa Estratégica, nos presenta unos Estados Unidos al borde del colapso financiero debido a su enorme déficit acumulado y la "brillante" idea de su presidenta para solventar el problema a base de extraer oro de las aguas oceánicas.

Especialmente mordaces son los comentarios sobre el oro radiactivo que -total- se almacenará en las cámara acorazadas de los bancos y el pescado hervido, que serviría para paliar el hambre del mundo (¿no sería también radiactivo? ¿se trata de eso, pues?). El humor negro de Clarke en este relato es más que patente.

En fin, pero como siempre, la realidad supera a la ficción. Veremos si Barrick Gold se sale con la suya y se pone a demoler glaciares. Sólo nos faltaba eso para acabar de destrozar los pocos parajes inexplotados de la Tierra.

04 septiembre 2008

Cuestión de fe

Muchas veces se ha dicho que la ciencia ficción tenía una cierta componente inherente de ateísmo o de agnosticismo. Tal vez, porque la ciencia no suele ser demasiado compatible con la mayoría de credos religiosos tomados literalmente al pie de la letra. Aunque tal vez sea porque un gran número de escritores de género son unos ateos irredentos.

Algunos de ellos son o eran ateos declarados. He aquí una lista de los más conocidos:

Douglas Adams (Guía del autoestopista galáctico), Isaac Asimov (Fundación, Yo, Robot), Harlan Ellison (No tengo boca y debo gritar), Robert Heinlein (Forastero en tierra extraña, Tropas del espacio), H. P. Lovecraft (El horror de Dunwich), Terry Pratchett (Serie de Mundo Disco), Gene Roddenberry (Star Trek), Bruce Sterling (La máquina diferencial), Gore Vidal (Mesías), Kurt Vonnegut Jr. (Galápagos), J. G. Ballard (Vermillion Sands), Iain M. Banks (Serie de la Cultura), Clive Barker (Libros de Sangre), Greg Egan (Cuarentena), Joe Haldeman (La guerra interminable), Harry Harrison (Bill, héroe galáctico), Stanislaw Lem (Solaris), Robert Silverberg (Muero por dentro, Regreso a Belzagor).

¿Os suenan esos nombres?

Otros, en cambio, se declaran simplemente agnósticos, como Margaret Atwood (El cuento de la doncella), Larry Niven (La serie de Mundo Anillo) o Robert. J. Sawyer (Homínidos).

Finalmente, están los escépticos, tal vez más diplomáticos, aunque dudo que con las ideas menos claras, como Arthur C. Clarke (2001. Una odisea en el espacio, El fin de la infancia), Neil Gaiman (American Gods) o Aldous Huxley (¿Un mundo feliz?).

Algunos de estos escritores han escrito gloriosas páginas del género y dada su trayectoria intelectual así como lo que escribían, no me extraña lo más mínimo su falta de fe, como es el caso de Asimov, Silverberg, Vonnegut o Egan.

En cambio, debo reconocer que me ha sorprendido el agnosticismo de Larry Niven o que Clarke fuese "sólo" un escéptico. En fin, ahí queda dicho.

03 septiembre 2008

La amenaza de Andrómeda

La NASA ha descubierto un virus de ordenador abordo de la Estación Espacial Internacional (ISS). No es que descubrir un virus en un ordenador sea mucha noticia hoy día, pero cuando eso sucede a muchos kilómetros por encima de nuestras cabezas, se desata una cierta preocupación.

Y es que ya sólo nos faltaba eso: una estación espacial con virus informáticos. Con lo bien que le habría venido esto a Paco Rabanne y sus cataclísmicas predicciones finiseculares sobre la caída de la MIR...

El virus en cuestión recibe el simpático nombre de W32.Gammima.AG worm y la cosa está controlada. Al menos, no parece que los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos estén muy preocupados mirando por encima de sus cabezas. Más bien les preocupa que no los apuñalen por la espalda o se los lleve un ciclón por delante.

En fin, que los virus informáticos han llegado finalmente al espacio. ¿Es esto el origen de una terrible conspiración de las máquinas para acabar con el género humano? De momento parece que no. Si cierto sistema operativo cuyo nombre no pienso citar no ha acabado todavía con la Humanidad, dudo que un inofensivo virus espacial acabe con nosotros.

Lo que sí que no deja de tener su gracia es que después de las inacabables precauciones con que te examinan al subir a un avión, que parece que seas Alí Babá y los cuarenta ladrones todos juntos, nadie le haya pasado un vulgar escáner antivirus al material que llega a la ISS.

En fin, espero que tengan más precauciones con los virus de verdad no vaya a ser que un día de estos se anuncie que se ha desatado una epidemia de peste bubónica en la ISS y le envíen un pepinazo nuclear para solucionar el problema de cuajo.

02 septiembre 2008

Contra los asteroides, papel de aluminio

Supongo que ya sabéis que en el año 2029 se acaba el mundo. Pues sí, en dicho año, las órbitas del planeta Tierra y del asteroide 99942 Apophis (dios egipcio con bastante mala leche y uno de los malos de Star Gate) casi se cruzarán así que, nunca se sabe...

Bueno, pues los bravos terrícolas no nos vamos a quedar con los brazos cruzados esperando el Armagedón. Como al parecer eso de enviar naves cargadas con explosivos nucleares está muy visto y además contamina una barbaridad, alguien ha optado por una decisión más ecosostenible.

Una estudiante australiana de la Universidad de Queenslans, Mary D'Souza, ha propuesto envolver el asteroide con una vela solar, o sea, con un material altamente reflectante, para que la presión de radiación fotónica solar lo desvíe lo suficiente de su órbita, esperamos que en la dirección contraria a la de la Tierra.

Y es que un cacho asteroide de 270 metros de diámetro puede no parecer gran cosa, pero podría liarla bien gorda. Pensemos que pasará a una distancia inferior a la que orbitan algunos satélites geoestacionarios, sí, esos de la órbita de Clarke.

Precisamente este escritor, Arthur C. Clarke, tiene un precioso relato de ciencia ficción titulado "El viento del Sol" ("Sunjammer" o "The Wind from the Sun", 1964) contenido en la recopilación de relatos El viento del Sol. Relatos de la era espacial en la que se describe una competición de veleros solares basados en el mismo principio que propone nuestra avispada estudiante.

Quién sabe si en un futuro no muy lejano, la Fórmula Uno o las competiciones de vela no serán sustituidas por carreras de veleros solares. A fin de cuentas, el espectáculo requiere siempre un "aún más difícil todavía"...

En fin, tendría su gracia que Apophis fuese desviado con un velero solar. A fin de cuentas, el dios egipcio Apofis era una encarnación del dios Sol y los cielos rojizos y los eclipses eran obra suya.

01 septiembre 2008

Profesión de riesgo

Ser astronauta ya no es lo que era. Eso se desprende del creciente desinterés de las nuevas generaciones por esta profesión, incluso y especialmente, entre los norteamericanos. Hasta hace relativamente pocos años, cuando le preguntabas a los niños qué querían ser de mayores, muchos te contestaban que astronauta.

Pero entre que el espacio ya no es lo que era, que la ciencia ficción está al orden del día y que últimamente las naves de la NASA explotan más que una escopetilla de feria, la verdad es que se te quitan las ganas se ir al espacio a hacer según qué.

Para empezar, hay que someterse a un largo y duro entrenamiento sin tener la certeza de que acabarás viajando al espacio. Y total, ¿para qué? Mucha tensión, muchos nervios, poco espacio vital, unas cuantas posibilidades de acabar convertido en estrella fugaz al reentrar en la atmósfera y ni si quiera vas a poder hablar klingon con un klingon.

Por si fuera poco, la comida es malísima, todo deshidratado y liofilizado. La ensalada sabe igual que la carne. Claro que eso ya pasa en la mayoría de establecimientos de comida rápida y los niños siguen como locos por ir allí. Debe ser cosa de los payasos psicópatas que actúan.

Pero volviendo a los astronautas, algunos se lo pasan realmente bien. Según un reciente libro, la NASA se dedicó a experimentar con la sexualidad en el espacio. Se entiende la sexualidad clásica heterosexual y tomando precauciones. No sé si con una pareja legalmente constituida o no, eso queda a la imaginación del lector.

Al parecer, algunas de las clásicas posturas terrícolas, como la del misionero, no son posibles en ingravidez. Vaya chasco para los poco imaginativos... En cambio, parece ser que la experiencia es verdaderamente memorable. Eso si no vomitas por la ingravidez y por la comida asquerosa que te sirve el chef de la nave.

La mala noticia es que sólo hay cuatro posturas relativamente cómodas. Me pregunto cuántas pruebas tuvieron que realizar y cuántas permutaciones experimentaron antes de llegar a esta lacónica conclusión.

En fin, ser astronauta también tiene sus gratificaciones. Especialmente en el momento en que pones los pies en el suelo y le das gracias a todos los santos por haber vuelto de una pieza.