La primera vez
No me molesta que se
lleven a la pequeña o a la gran pantalla adaptaciones de obras literarias del
género fantástico. De hecho, si están bien hechas, es de agradecer. Pero todo
tiene su coste.
Por ejemplo, recuerdo
cuando leí Parque Jurásico (Jurassic
Park, 1990) de Michael Crichton. En aquella época, no se había hecho
la película y aunque el título ya indicaba por dónde iban a ir las cosas, uno
se sorprendía bastante de la recreación de los dinosaurios y de cómo se había
conseguido. De hecho, por aquel entonces, estaba deseando que alguien llevase
al cine aquella singular obra.
Hoy es imposible leerse el
libro sin que te vengan a la cabeza las imágenes de los dinosaurios de Steven
Spielberg y su precioso Parque Jurásico (1993), con una música maravillosa de
John Williams y unos efectos especiales más que aceptables, que no han
envejecido particularmente.
Tampoco es posible
imaginarse de una manera muy diferente ¿Sueñan los androides con
ovejas eléctricas? (Don Androids Dream Of Electric
Sheep?, 1968), de Philip K. Dick después de haber visto
Blade Runner (1982), de Ridley Scott.
Es el precio que hay que
pagar por las adaptaciones. Y esto sucede con otras muchas, como con
2001. Una odisea en el espacio (Arthur C. Clarke / Stanley
Kubrick), aunque en este caso, película y novela fueron casi de la mano.
Y no hablemos de la
trilogía de El Señor de los Anillos. Aunque existe una
versión en dibujos animados del año 1978, dirigida por Ralph Bakshi, todos
tenemos en mente la trilogía de Peter Jackson (2001-2003). Tal vez, con la
nueva serie que se está filmando en la actualidad, la cosa cambie, pero creo
que las películas -con todos los fallos que queráis encontrarles- son realmente
buenas.
De hecho, yo no me había
decidido a leer El Señor de los Anillos (the Lord
of the Rings, 1954) de J.R.R. Tolkien hasta que vi la primera
película de Jackson. Manías que tenía, lo reconozco. Pero el libro me fascinó.
Creo que lo leí a la edad adecuada, que en mi caso, fue bastante avanzada. Si
me lo hubiese leído de más joven, creo que no me habría gustado en absoluto. En
este caso, la película me ayudó bastante.
Esa sensación que tienes
la primera vez que lees algo que te atrapa, generalmente cuando eres joven, es
muy de la ciencia ficción. A veces, puedes revisitarlo una y otra vez, como he
hecho con la Trilogía de las Fundaciones de Isaac Asimov. En
otras, como En la ciudad y las estrellas de Arthur C.
Clarke, la primera vez fue espectacular, pero la segunda me dejó bastante frío.
De hecho, uno de los
libros que más me impactó leer en mi juventud, 2001. Una odisea en el
espacio (2001. A Space Odissey, 1968) me da un
cierto reparo volver a leérmelo por si me decepciona, cosa que no me sucede con
la película.
La percepción es un
conjunto de fenómenos muy complejo. No es fácil determinar qué va a impactar en
tu mente y qué se va a quedar ahí de manera más o menos perpetua. Todo fluye y
los gustos son una de las cosas más mutables que existen.
La música de las estrellas
En la ciencia ficción, uno
de los elementos artísticos futuristas que suelen aparecer con una cierta
frecuencia es la música. ¿Cómo será la música del futuro? ¿Y la música
alienígena? Evidentemente, no tenemos manera alguna de saberlo, pero siempre
podemos especular.
Si de Star
Wars se trata, la música se parecerá bastante a una especide jazz
movidito. Baste ver el Episodio 4: Una nueva esperanza y su
famosa escena de la cantina en Tatooine. Claro que en algún otro episodio, las
músicas alienígenas son más raras, por no hablar del extravagante espectáculo
musical que aparece en la primera trilogía, en presencia del Canciller
Palpatine y su inefable Anakin Skywalker.
Isaac Asimov, en la
Trilogía de las Fundaciones describe el visisonor, una
especie de artilugio capaz de proyectar intrincadas combinaciones de luz y de
sonido y que afecta directamente ciertas áreas del cerebro humano.
En Battle Star:
Galactica se nos muestra una curiosa música, ligeramente atonal y
bastante extraña de manos de Starbuck, que acaba teniendo una importancia vital
en el desenlace de la trama de uno de los episodios.
En Star Trek: La
Serie Original podemos disfrutar del canto de la teniente Uhura a
veces acompañado de la cítara vulcana por parte del Sr. Spock. Y en La
Nueva Generación, la nave Enterprise dispone de una pequeña orquesta
de cámara que interpreta piezas clásicas.
También en La
Nueva Generación aparece un antro alienígena en que una teclista
dotada de cuatro manos interpreta tanto melodías ferengis ligeramente
cacofónicas, como arias de ópera klingon (totalmente cacofónicas).
En mi opinión, los
escritores y guionistas de ciencia ficción no han sido capaces de imaginar nada
esencialmente diferente de las experiencias musicales de la actualidad, sino
añadiendo algunos exotismos más o menos previsibles. Pero claro, la Música es
algo en continua evolución y quién sabe por dónde discurrirá en un futuro.
Espero verlo, o mejor dicho, escucharlo.
Crimen y castigo
En la ciencia ficción
futurista es bastante común que aparezcan sistemas judiciales más o menos
similares al nuestro, aunque algunos presentan interesantes (o espeluznantes)
curiosidades.
No es intención de esta
entrada repasar todos los sistemas más o menos sádicos de ajusticiar a los
condenados en la ciencia ficción (que hay muchos), sino más bien comentar
algunos hechos fundamentales sobre la relación entre la justicia y la condena.
Así, por ejemplo, en el
capítulo 8 de la serie Star Trek: La Nueva Generación: “Justicia”,
en una sociedad alienígena aparentemente utópica, apenas existen delitos. Eso
sí: todos ellos, por leves que sean, se castigan igual: con la muerte.
En Babylon
5, en el capítulo 21 de la primera temporada, “La virtud de la
misericordia”, una persona condenada por crímenes diversos es sentenciado a que
su personalidad le sea borrada quirúrgicamente. Algo parecido, aunque más
extensamente, se nos muestra en el capítulo 4 de la tercera temporada “Cruzando
Getsemaní”.
Ello plantea la siguiente cuestión
filosófica: ¿es justo juzgar a un criminal que sufre amnesia y no recuerda nada
del crimen que ha cometido en el pasado?
Algo parecido sucede en
El hombre demolido (The Demolished Man,
1952, Premio Hugo 1953), de Alfred Bester, con un telépata que ha cometido un
crimen aparentemente imposible, en un mundo con telépatas.
En la serie El
enano rojo (The Red Dwarf), en el capítulo de la
cuarta temporada, “Justicia” (”Justice”), uno de los
protagonistas, Arnold J. Rimmer, es sentenciado por un sistema de justicia que
juzga telepáticamente en función del sentido de culpa del encausado. Para mí,
es uno de los capítulos más divertidos de la serie, porque aunque el acusado es
inocente en sí mismo, su egolatría y exacerbado ego le hacen creer responsable
de la muerte de toda la antigua tripulación de su nave.
Juez Dredd
(Judge Dredd) es una serie de historietas británica creada
por el guionista John Wagner y el dibujante Carlos Ezquerra. Su protagonista es
el Juez Joseph Dredd, un agente de la ley estadounidense en un futuro distópico
donde los jueces acumulan en sí mismos los roles de policía, juez, jurado y
verdugo. Ha sido llevado también al cine.
Un relato clásico sobre
estos temas es: “Ver al hombre invisible” (“To See the Invisible Man”,
1963), Robert Silverberg, en el que un sistema judicial del futuro condena a
los culpables al ostracismo social: es decir, cuando alguien es hallado
culpable, se convierte en invisible a todos los efectos: nadie puede hablarle,
ni comunicarse con él de ninguna manera, ni si quiera dar a entender que saben
que está ahí. Es verdaderamente angustiante.
Por supuesto, hay sistemas
también bastante crueles en la ciencia ficción. Desde enviar a los convictos a
un pasado remoto del cual ya no pueden volver, como en Estación
Hawksbill (Hawksbill Station, 1967), de Robert
Silverberg, a los clásicos reos condenados a trabajos forzados en algún remoto
planeta o asteroide, obligados a trabajar en peligrosas minas de las que suelen
salir con los pies por delante.
Me gustaría comentar un
par de relatos más de esta temática, de los que por desgracia, no recuerdo el
título. En uno de ellos, el criminal era obligado a revivir telepáticamente sus
crímenes una y otra vez desde el punto de vista de sus víctimas. En otro, el
condenado a muerte es perseguido continuamente por un robot que ejecutará la
sentencia, pero el condenado no sabe cuándo será, por lo que vive en una
continua tortura.
Ya veis. La gente es
bastante imaginativa con estos temas.