28 septiembre 2007

La vida se encuentra donde no la buscas

Como siempre, la realidad supera a la ficción. En su último libro, testamento científico de James Lovelock, La venganza de la Tierra, su autor recomienda, no exento de una cierta mala leche, que vertamos la basura radiactiva generada en las centrales nucleares en el Amazonas.

No es que este padre del moderno ecologismo se haya vuelto loco. Su razonamiento es impecable: la vida prospera perfectamente en medios radiactivos y, de paso, así nos ahorramos que la gente se dedique a zarandear por allí haciendo cosas tan antiecológicas como cortas árboles para obtener suelo cultibable o para la industria papelera.

En el libro, en donde se decanta claramente por la energía nuclear como solución provisional al calentamiento global mientras no dispongamos de tecnologías más limpias, afirma que la catástrofe de Chernobyl no mató a tanta gente como los ecologistas nos han querido hacer creer.

De hecho, según un informe de la propia ONU, directamente a consecuencia del accidente murieron unas pocas personas. Otra cosa son las secuelas directas e indirectas de la radiación a medio y largo plazo.

Ahora, al parecer, ha sido descubierto una especie de hongo que vive en el sarcófago de Chernobyl y que se alimenta de la radiación. La vida es verdaderamente sorprendente y la hallamos en los sitios más insospechados.

Ya sé que a muchos esto les recordará a los X-Men o a Godzilla, pero a mí me ha recordado a La amenaza de Andrómeda de Michael Crichton, concretamente al emocionante final en el que se propone una esterilización termonuclear del germen causante de la infección que se describe y que podría alimentarse de la radiación.


Definitivamente, la vida se encuentra donde no la buscas y las conexiones con la radiación son mayores de lo que nos podríamos suponer. Uno de los ejemplos más espectaculares corresponde a un reactor natural de fusión encontrado en África, en el que las bacterias concentraron isótopos radiactivos que alcanzaron durante milenios el punto crítico. Sorprendente.

25 septiembre 2007

Cómo contener una invasión alienígena

El cine nos muestra el camino muchas veces. Gracias a algunas de esas maravillosas superproducciones fílmicas, los seres humanos hemos aprendido incluso a contener toda una invasión alienígena…

El procedimiento estándar, que admite diversas variaciones, es el del virus mesiánico salvador. No importa que sea un virus biológico o un virus informático: todo sirve en la desesperada guerra por la primacía en el planeta azul.

Así pues, en La guerra de los mundos, de H. G. Wells, los malvados marcianos acaban recibiendo su merecido gracias a los perros y las bacterias. Una pequeña variante de esto es la serie televisiva V, en la que los lagartos son contenidos gracias al polvo rojo, una bacteria que los pone a caldo.

Después están los metafóricos, como en Independence Day, que han decidido modernizar el concepto de virus y utilizan uno de tipo informático. ¿A qué estúpido alienígena se le ocurrió diseñar un sistema informático compatible con los sistemas operativos terrestres? Es que hay que ser muy cazurro…

También nos podemos liar a zambombazos, acelerando una nave y poniéndola en rumbo de colisión con la nave nodriza de los aliens (un truco muy manido, pero que parece ser que aún funciona), como en Ruido de pasos, de Larry Niven y Jerry Pournelle.

Y si nada de esto funciona, podemos llamar al primo mayor que nos saque las castañas del fuego, como en Stargate con Thor o en la propia V, de la que hay planes de rodar una secuela.

Aunque mi método favorito es, sin lugar a dudas, el de Mars Attacks: una espantosa música melosa americana que hace explotar el cráneo a los marcianos al estilo Scanners, pero con música de fondo. Supongo que no se atrevieron con la música de Tom Jones, que actúa en la misma.

Finalmente, algunas invasiones no pueden contenerse por fastidiosas que resulten. Tal es el caso de Marciano, vete a casa, de Fredric Brown, en donde, no hay sepukus que valgan para enviar a su tierra a esos desvergonzados e insoportables alienígenas.

24 septiembre 2007

Lorito, lorito

Como ya comentaba en otro post, en el que hablaba de los córvidos, parece ser que el cerebro de las aves es más complejo de lo que se creía hasta hace poco y que la inteligencia de algunos pájaros es más que notable.

Córvidos aparte, de los que desde antiguo era conocida su astucia, últimamente se ha venido estudiando la inteligencia de otras aves como los loros, de los que se pensaba que se limitaban a repetir lo que oían sin más.

Leo en la prensa que acaba de morir Alex, un loro africano de más de 30 años, que ha sido estudiado por la ciencia durante lustros. Al parecer, Alex sabía diferenciar 7 colores y formas, podía discernir entre 50 objetos distintos, contar hasta 6 e incluso era capaz de expresar deseos y frustración cuando los científicos lo molestaban demasiado.

Vaya, que al parecer tenía un desarrollo similar al de un niño de 2 años e intelectualmente, tenía el cerebro de uno de 5. Hasta me atrevería a decir que, comparativamente, era bastante más listo que algunas personas, salvando las distancias, claro. Yo siempre habría apostado por el loro, por eso.

La inteligencia animal se ha ido desvelando, década a década, como mayor de lo que parecía en un principio. Y es que los prejuicios intelectuales del ser humano, que se considera a sí mismo como “la culminación de la creación” y el único ser conocido dotado de inteligencia abstractiva, son muy fuertes.

No estaría yo tan seguro de ninguna de las dos cosas. Como perfección de la creación dejamos bastante que desear. En caso de guerra nuclear o de hecatombe cósmica, apuesto por las cucarachas. De acuerdo, son más antipáticas que el vecino del quinto, pero son mucho más resistentes.

En cuanto a la inteligencia abstractiva, yo no estaría tampoco tan seguro después de haber visto los informes de algunos estudios sobre simios y cetáceos.

Además, no todo es cuestión de neuronas. ¿Sois conscientes de la cantidad de cosas que son capaces de hacer las abejas a pesar de disponer de una cantidad irrisoria de neuronas en comparación con las que contienen nuestros cerebros? No siempre la cantidad lo es todo.

En lo que respecta a la ciencia ficción, la inteligencia animal ha sido tratada en múltiples ocasiones, generalmente en el sentido de animales manipulados de manera que adquieran inteligencia.

Ejemplos de ello los encontramos en la serie de los Sofontes, de David Brin, especialmente en las novelas Marea estelar y La rebelión de los pupilos, en donde aparecen chimpancés, delfines y gorilas modificados genéticamente para ser inteligentes.

Otro ejemplo es uno de los grandes clásicos del tema, obra de Olaf Stapledon: Sirio, que trata sobre un perro inteligente. Se trata de una novela densa y muy interesante, como todo lo que escribió Stapledon.

Aunque tal vez, el caso más conocido sea el del ratón Algernon, en Flores para Algernon, estupenda novela de Daniel Keyes que ha trascendido al género y que trata sobre los efectos de un tratamiento experimental que permite aumentar la inteligencia en animales y en humanos, con dramáticas repercusiones.

Para acabar las citas referenciales, no quisiera olvidarme de una novela que no es estrictamente ciencia ficción, aunque bordea con ella. Se trata de El teorema del loro, de Denis Guedj, divertida obra de divulgación matemática en la que se nos cuenta la historia de un matemático que le confía el secreto de la demostración de la hipótesis de Goldbach a su loro.

21 septiembre 2007

Bombas ecológicas

Uno de los campos en que la tecnología progresa a mayor ritmo es, sin duda alguna, el de la armamentística. Desde la prehistoria, el hombre se ha especializado en desarrollar armas cada vez más sofisticadas que maten a cuanta más gente mejor.

Un brillante ejemplo de ello es la maravillosa elipsis entre dos escenas de la película de Kubrick, 2001. Una odisea en el espacio, en la que el simio que acaba de descubrir que un hueso sirve para machacar el cráneo de sus adversarios lo lanza hacia el cielo y la escena se fusiona con el de una futurista plataforma espacial de misiles nucleares. Una perfecta elipsis de milenios resumidos en unos pocos instantes.

Leo en prensa que Rusia acaba de desarrollar una nueva bomba de vacío o termobárica con una potencia similar al de una bomba atómica. No está mal. Ya no es necesario recurrir a las fuerzas del átomo para arrasar con todo bicho viviente.

El uso de este tipo de armas, al menos en la ficción, es bastante habitual. El caso más conocido es el uso esterilizador que se le da en Estallido, protagonizada por Dustin Hoffman y Morgan Freeman. También aparecen en el best-seller de Tom Clancy, La caza del octubre rojo.

Lo que más me ha sorprendido, por eso, no es ni la nueva tecnología desarrollada ni su potencia, sino una de las “justificaciones” que han dado los rusos para su desarrollo. En el colmo del cinismo más espectacular, afirman que estas bombas tienen la ventaja de que, a diferencia de las nucleares, no dejan residuos radiactivos.

¡Vaya, pues mira qué bien! ¡A la rica bomba de aire combustible, que mata a todo bicho viviente pero que es la mar de ecológica! Así podemos tener la conciencia tranquila, oye. Exterminar, exterminamos, pero al menos no dañamos en exceso el medio ambiente. ¡Qué tranquilo que me quedo!

Habrá que felicitarles encima por ser tan considerados con el planeta. No, si los malos son los americanos que no paran de lanzar bombas de racimo que lo dejan todo hecho un asco. O los israelíes, con sus bombas de fósforo, que liberan sustancias tóxicas a la atmósfera.

Desde luego, nunca dejará de sorprenderme la capacidad de autoengaño y el morro supino de algunas personas…

20 septiembre 2007

Correlaciones: Convivencia entre homínidos

Últimamente han aparecido bastantes relatos de ciencia ficción relacionados con la prehistoria, directa o indirectamente. Si bien el género tenía desde hace tiempo dos importantes referentes, a saber, el relato “La gruta de los ciervos danzarines” de Clifford D. Simak y la novela Los herederos , de William Golding, las aportaciones no han parado de sucederse.

La novela de William Golding nos plantea el tema del que quería tratar en esta entrada: la convivencia entre dos razas de homínidos. En ella, concretamente, se narran unos supuestos hechos relacionados con el choque entre los Neanderthales y el Homo Sapiens.

Actualmente, el mundo científico está algo revuelto por el debate existente entre los antropólogos acerca de qué alcance tuvo dicha convivencia, así como otras. Por ejemplo, se ha descubierto que el Homo erectus y el Homo habilis no derivan uno de otro, sino que ambas especies de homínidos convivieron durante un cierto tiempo.

Existen muchos planteamientos y posicionamientos en esta temática. Podemos empezar tomando un relato clásico, “El patito feo” de Asimov, en el que gracias a una máquina del tiempo, un Neanderthal es traído al presente para su estudio.

Sobre la convivencia de los Neanderthales y el Homo Sapiens existen otras novelas, también. Por ejemplo, en Neandertal se nos cuenta el descubrimiento de unos neandertales que aún sobreviven aislados del mundo y que están dotados de un extraordinario don, a pesar del cual, el Homo Sapiens pudo imponerse a ellos.

En la trilogía del Paralaje Neanderthal de Robert J. Sawyer, la posibilidad de viajar a universos paralelos, permite comparar nuestra sociedad basada en Homo Sapiens y otra basada en los Neanderthales. Componen la serie: Homínidos, Humanos e Híbridos.

Más recientemente, Roger MacBride Allen nos ha ofrecido la novela Huérfanos de la creación, en la que también el tema de la convivencia es el centro de la narración.

Y finalmente, en clave española, León Arsenal escribió un magnífico relato titulado “El misterio de los orígenes”, contenido en la recopilación Besos de alacrán, que toca esta temática y del que no quiero desvelar los detalles para no estropearle la trama a aquellos que tengan intención de leérselo.

19 septiembre 2007

Reediciones lucrativas

Estamos viendo últimamente la reedición o la recuperación de algunos viejos clásicos de la ciencia ficción, en especial de autores como Robert A. Heinlein o Isaac Asimov, viejas glorias del género.

Así, La Factoría nos ha ofrecido recientemente algunos títulos de Robert Heinlein como El granjero de las estrellas, Estrella doble, Puerta al verano, La Luna es una cruel amante o Tiempo de amar.

Por lo que respecta a Isaac Asimov, a parte de la reedición de Yo, Robot, por parte de Edhasa, coincidiendo con el estreno de la película homónima, están las reediciones de algunas de sus obras por parte de Plaza y Janés, así como la recuperación de algunos títulos como El fin de la Eternidad (La Factoría) o Bóvedas de acero (Bibliópolis).

A las novelas, cabría añadir los Cuentos completos, publicados en bolsillo por Ediciones B.

En menor medida, otros escritores de renombre, como Robert Silverberg, también han gozado de reediciones recientemente: Alas nocturnas (Edhasa) y Muero por dentro, El libro de los cráneos y Regreso a Belzagor (La Factoría).

En un mercado editorial que funcione, deben existir las reediciones de los clásicos, en especial de aquellos que con el paso de los años se han convertido en verdaderos incunables inencontrables.

Por lo que respecta a Silverberg, es evidente que su reedición está más que justificada debido a la gran calidad de muchas de sus obras. Heinlein, sin llegar a la altura de Silverberg, era también un gran narrador y otro clásico de la ciencia ficción.

¿Y Asimov? Bueno, llegados a este punto no puedo dejar de sonreír. Algunos de los que miraban a Asimov con un cierto desprecio lo han acabado publicando. Y es que el Buen Doctor, aun después de llevar bastantes años muerto, sigue vendiendo bastante bien.

No entraré a valorar las cualidades literarias de Asimov, porque estas cosas siempre suelen traer cola y el debate –en mi opinión- está gastadísimo, pero no deja de tener su gracia la cosa. A fin de cuentas, como reza el dicho, la pela es la pela y el que no corre, vuela.

Lástima que otros autores también muy interesantes no hayan gozado de las mieles de la reedición. Mismamente, la obra corta de Silverberg, o los relatos de Robert Sheckley o incluso los de James Tiptree Jr., que son cada vez más difíciles de encontrar en condiciones de legibilidad mínimamente aceptables.

Pero por desgracia, no parecen gozar de los favores del público “mayoritario” dentro de la ciencia ficción, a lo que hay que añadir que las piezas breves se venden con mayor dificultad que los megatochos bestselleros.

Esperemos que en un futuro no muy lejano, suceda como en el poema de Bécquer y estos autores no sigan esperando indefinidiamente la mano de nieve que sepa arrancarlos del olvido en que ahora se encuentran.

18 septiembre 2007

El granjero de las estrellas / Robert A. Heinlein

Siempre es un placer leer a Heinlein. Este escritor consigue meterte en la novela desde la primera página y hacer interesantes hasta las descripciones científicas más secas. Y esta novela no es ninguna excepción.

Aunque La Factoría trate de ponerla al mismo nivel que Forastero en tierra extraña, por ejemplo, es evidente desde la primera página que no es así. Se trata de una novela juvenil reeditada, aunque no por ello deja ser una lectura amena e interesante.

La novela se estructura mediante veinte capítulos breves que facilitan enormemente la lectura. A mí, particularmente, no hay nada que me complique más el devorar un libro que unos capítulos largos e inacabables. Prefiero piezas cortas, aunque a gustos, colores.

El granjero de las estrellas contiene algunas referencias a otras obras del autor, como la balada Las verdes colinas de la Tierra o la cita a Rhysling y narra las aventuras de una familia de colonos terrestres en la luna joviana de Ganímedes, en proceso avanzado de terraformación.

Cuando afirmo que se trata de una novela juvenil no lo digo sólo porque el protagonista central y algunos de los secundarios sean jóvenes, sino porque tiene el clásico ritmo de estas novelas. En definitiva, la temática es el crecimiento, la adaptación a un nuevo medio hostil y la maduración como persona, conseguida a base de esfuerzo y de ganas de autosuperación.

Vaya, los clásicos valores heinlenianos, que se encuentran presentes y bien visibles a lo largo de toda la novela: la supremacía del hombre sobre la mujer, la selección de los más aptos, un cierto rechazo al estado y a sus imposiciones, la exaltación de la vida sencilla de los granjeros, el ultraliberalismo individualista, el respeto a los mayores y a las jerarquías militares, etc.

En fin, que sin ser un clásico, podría serlo. Se lee en un santiamén y contiene algunos pasajes de gran belleza descriptiva, alternados con otros más explicativos, muy en la línea del autor.

La única pega que le pongo al libro, que no es pequeña, es su precio: casi 20 euros. Además, la hartera maniobra de utilizar letra gordota para que abulte más y poderlo vender más caro, es más que descarada.

12 septiembre 2007

Nuevamente, ciencia y religión

Benedicto XVI, el Papa Ratzinger, ha declarado recientemente que la ciencia puede ser una terrible amenaza. Para ser honestos, lo que ha dicho exactamente es que los grandes descubrimientos científicos se convierten en ambiguos, "ya que pueden abrir perspectivas importantes para el bien del hombre o pueden ser una terrible amenaza o la destrucción del hombre y del mundo".

Supongo que esto, cuando lo dice Ratzinger origina titulares de prensa, pero cuando lo decía Carl Sagan en Cosmos pasaba completamente desapercibido. Sagan comentaba de la moderna tecnología nuclear que era como si se nos hubiese puesto en nuestras manos una gran responsabilidad.

Podíamos utilizar la energía nuclear para obtener energía o para propulsar sondas de investigación a los planetas o bien la podíamos utilizar para autodestruirnos en un armagedón nuclear. La decisión era toda nuestra.

La ciencia, por sí misma, es una institución amoral. Ello no quiere decir inmoral, sino que simplemente, la ciencia no aporta por sí misma unos valores humanos o morales. Los científicos pueden ser tremendamente morales o inmorales, pero la ciencia no.

Esto es un hecho de una cierta importancia. De aquí se deduce el clásico dilema de: ¿qué pasaría si un científico descubriese algo que, mal utilizado pudiese ocasionar grandes problemas a la Humanidad o incluso su destrucción?

De bien seguro que esta pregunta se la plantearon multitud de científicos implicados en programas nucleares, como Werner Heisenberg, Richard Feynmann o Enrico Fermi.

En un libro recientemente editado por Tusquets, titulado La desaparición de Majorana, Leonardo Sciascia especula acerca de la posibilidad que la misteriosa desaparición del genial físico italiano Ettore Majorana tuviese que ver con la visión que éste pudo tener de lo que representaría liberar el poder el átomo.

Creo que no hay una respuesta clara y definitiva para este dilema. Es evidente que el científico puede optar por ocultar la información y arrojarla al retrete. Pero no perdamos de vista que, tarde o temprano, se redescubrirá. Es sólo una cuestión de tiempo el que aparezca otra mente genial o, simplemente, afortunada que dé con la solución al mismo problema.

Mi opinión es que no corresponde a la ciencia juzgar, aunque a veces… Hay una famosa cuestión que suscitó mucha polémica. Se trataba de qué hacer con los datos obtenidos de la experimentación inhumana y cruel sobre seres humanos en los campos de concentración nazis.

Esa información, obtenida de una manera repugnante y a todas luces inmoral podía salvar la vida de otras personas. ¿Pero qué sentiría el médico o el paciente al saber que su vida se había salvado a costa del sufrimiento de otras personas?

Nuevamente una cuestión muy delicada. Al parecer, se optó por destruir la información. Creo que fue un error, pero entiendo perfectamente que se hiciese. Ya bastante terrible fue el Holocausto como para ir extendiendo todavía más sus espantosas secuelas.

Así pues, no creo que el Papa tenga razón. La cuestión no es si la ciencia es peligrosa o inmoral. La cuestión es si los hombres somos peligrosos o inmorales. O mejor dicho, la cuestión es: ¿cómo y con qué valores debe formarse a los humanos para que las grandes pesadillas del siglo XX no vuelvan a repetirse?

A mi entender, no creo que las religiones aporten valores esencialmente positivos o negativos. Por ejemplo, una religión que discrimina a las mujeres o a los homosexuales o que cree que la Tierra fue creada para uso y disfrute exclusivo del Hombre, no me parece que contenga valores morales muy recomendables.

Como tampoco los debe contener una religión que incita a la guerra santa, que afirma que “el que no está conmigo, está contra mí” o que considera que hemos venido a este mundo a sufrir. Prefiero no tener valores, que tenerlos de un cierto tipo.

11 septiembre 2007

El monstruo de las galletas / Vernor Vinge

Este libro contiene dos novelas cortas de Vernor Vinge. La primera, “El monstruo de las galletas” da nombre a todo el volumen. La segunda es “Acelerados en el instituto Fairmont”. La primera, resultó ganadora de los premios Hugo y Locus 2004, mientras que la segunda, ganó el Hugo 2002.

Vernor Vinge es uno de esos escritores del que cuesta bastante encontrar sus obras en castellano. En parte, porque su producción novelística es escasa y en parte, porque casi todas ellas están descatalogadas, cosa que nada tiene que ver con el gran interés que tienen sus novelas. Algunas de sus novelas: las de la Guerra de las burbujas: Naufragio en tiempo real y La guerra de la paz, así como Un fuego sobre el abismo, son verdaderas obras de culto.

Tal y como indica el editor de este libro, no será porque el autor no dé todas las facilidades del mundo para que su producción pueda leerse traducida al castellano, pero parece que Vinge arrastra una cierta mala suerte editorial que impide que sus muchos lectores podamos acceder a sus obras con facilidad.

Por lo que respecta a la producción corta, tampoco está nada exenta de interés, como demuestra el hecho de que las dos novelas cortas que se publican en este volumen resultaron galardonadas con importantes premios del mundo de la ciencia ficción, como son los Hugo y los Locus.

“El monstruo de las galletas” es una interesantísima especulación a medio camino entre Philip K. Dick y William Gibson. Es difícil decir gran cosa sin desvelar la trama y no lo haré, porque es de las que sorprenden realmente, aunque el trasfondo se entrevé ya a mitad de la narración. Lo único que puedo decir sin temor a equivocarme es que se trata de una idea excelente, bellamente narrada y que engancha desde la primera página. No os defraudará.

Por lo que respecta a “Acelerados en el instituto Fairmont”, cabe decir que es una novela más difícil y tal vez más fría, sin tanto interés argumental, más en la línea de la ciencia ficción clásica, sobre el sistema educativo en un futuro no demasiado lejano, en el que la tecnología ha ido evolucionando paulatinamente en la línea actual.

Se trata del mismo universo que en el que se desarrolla su última novela Rainbows End, un futuro no distópico en el que la tecnología es mucho más avanzada y omnipresente que la nuestra y en el que no ha sucedido ningún cataclismo.

La mayor parte de los gadgets que aparecen no son nuevos en el mundo de la ciencia ficción, así como tampoco algunas de sus aplicaciones. Tal vez por eso, porque suena un poco a “ya oído”, pierde algo de interés.

En cualquier caso, os recomiendo que os lo leáis. La primera novela, sobre todo, no tiene desperdicio.

10 septiembre 2007

¿Algún héroe en la sala? / Pierre-Luc Lafrance

Me leí recientemente esta novela corta de fantasía supuestamente humorística porque tenía buenas referencias de ella, aunque ya desde las primeras páginas me di cuenta de que no me iba a gustar. Afortunadamente, se lee rápida, porque si no, hubiese sido de esos pocos libros que se me han quedado a medias y que no tengo intención de acabarme jamás.

El argumento de la novela es completamente baladí y consiste en la descripción de las aventuras, por llamarlas generosamente, de un príncipe poco agraciado. Hasta aquí, la cosa podía haber tenido su gracia. Últimamente se han puesto de moda las historias fantásticas destroyer y desmitificadoras. Pero ¿Algún héroe en la sala? no llega a tanto.

Los personajes son planos, insulsos y carentes de todo interés. La trama es completamente anodina y, lo peor de lo peor: se trata de una novela supuestamente humorística, al estilo de Terry Pratchett, sólo que no hace ninguna gracia. Yo almenos he sido incapaz de reconocérsela.

Por si fuera poco, tiene unos cuantos errores tipográficos e incluso ortográficos (en poco menos de dos páginas, aparece escrita la palabra “taberna”, alternativamente con “v” y con “b”, lo que no deja de ser chocante).

Es una pena, porque la fantasía humorística me gusta bastante, pero creo que es un subgénero condenadamente difícil. Ya se sabe: es fácil hacer llorar, lo complicado es hacer reír.

En fin, que si alguien tiene el libro, puede ahorrarse la pérdida de tiempo. Y si no lo tiene, que no sufra: no lo va a echar en absoluto en falta ni va a contribuir para nada a la calidad de sus lecturas. Quien avisa, no es traidor.

07 septiembre 2007

Correlaciones: Conozca el interior

Nuevas nuevas del Vaticano. No, no se ha muerto el papa y han escogido a un robot para ocupar el trono de san Pedro. Es mucho mejor. Según la Santa Sede, “dentro del ADN se encuentra la Santísima Trinidad (sic).

Y yo que pensaba de toda la vida que dentro del ADN estaban los nucleótidos, oye. Pues no, resulta que se encuentra el Espíritu Santo. Estas declaraciones las ha efectuado Su Eminencia el Cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontificio para la Salud.

La justificación –sí, sí, incluso tienen justificación- es que se trata de un ácido basado en la complementariedad mutua. Claro que por la misma regla de tres tendrían que aceptar la homosexualidad como algo natural, si la derivan de las teorías griegas del origen de la Humanidad. Ay, no, que los griegos eran unos descreídos que no quisieron convertirse de buenas a primeras.

En fin, no deja de ser curioso que uno de los puntales de la teoría de la evolución de Darwin, que son los genes y su ADN, estén tan desacreditados por la Iglesia Católica (véase esto) y en cambio en el ADN pueda encontrarse –ni más ni menos- que el Espíritu Santo.

Aunque esto de buscar cosas escondidas dentro de otras da mucho juego. Para empezar, lo obvio: el ADN contiene una gran cantidad de restos “fósiles” de antiguas conquistas de nuestros antecesores por adaptarse al medio y también de batallas habidas con virus y bacterias. De hecho, la mayor parte del genoma no parece codificar proteínas “útiles”, sino que conforma este tipo de genoma fósil.

Por otro lado, si especulamos sobre la cuestión teológica –nos lo vamos a permitir: ya que los teólogos se meten a científicos, vamos a ser educados y devolverles la visita- cabe preguntarse qué parte del ADN implica al Espíritu Santo. ¿Cualquier ADN sirve? ¿También el de la inmortal ameba? ¿El de la sufrida Escherichia colli? ¿O sólo el de los humanos goza de ese honor?

Y en caso de que sólo el genoma humano implique al Espíritu Santo, teniendo en cuenta que nuestra dotación genómica y la de nuestros primos, otros primates, es inmensamente parecida, ¿también ellos contienen al Espíritu Santo? ¿Tenía alma el hombre de Neanderthal? ¿Y el Australopithecus africanus?

Siguiendo con temas teológicos, ¿qué tal si nos ponemos a buscar mensajes ocultos en la Biblia? Hace tiempo que se demostró que este filón de libros pseudocientíficos era inviable, ya que cualquier libro suficientemente largo puede contener todo tipo de mensajes ocultos en su interior. ¿Por qué no las obras completas de William Shakespeare? ¿O El Quijote? ¿O Tirant lo Blanc?

En una clave más próxima a la ciencia ficción, me quedo con un magnífico relato de J. G. Ballard: “Vida y muerte de Dios” (“The Life and Death of God”, 1976), en el que se descubre la existencia de Dios, más allá de cualquier duda, implicada en ciertas propiedades físicas del Universo.

O si os gustan más las matemáticas, el famoso mensaje contenido en los decimales de pi del que se habla en Contacto, de Carl Sagan. Claro que dicho mensaje no tiene mucho mérito si, finalmente, pi acaba siendo un número normal, como algunos matemáticos creen.

Para acabar, no me gustaría olvidarme de uno de mis episodios favoritos de Star Trek: The Next Generation, titulado “The Chase”, en el que se descubre un mensaje increíblemente complejo codificado en el interior de los genomas de distintas razas inteligentes de la galaxia, dejado por una raza primordial, anterior a todas ellas.

Mientras no hallemos algún mensaje oculto en estos ámbitos, nos tendremos que conformar con el Espíritu Santo ilumine nuestro genoma. Menos da una piedra, aunque algunos sean capaces de edificar muchísimo sobre una.

06 septiembre 2007

Superstición

Aunque parezca mentira, estamos en el siglo XXI. Después de dejar atrás un siglo lleno de atrocidades, pero también de espectaculares avances en la ciencia y en la tecnología, aún me sorprende leer en la prensa determinadas noticias tan ligadas a la superstición.

La primera de ellas tiene que ver con el mítico triángulo de las Bermudas, sobre el que se han escrito multitud de libros y sobre el que se han llegado a afirmar cosas verdaderamente estúpidas, como que las misteriosas desapariciones de barcos y aviones estaban producidas por una pirámide submarina de origen extraterrestre o un resto de la Atlántida.

No hay como utilizar la estadística para darse cuenta de que, en realidad, en el misterioso triángulo de las Bermudas no se producen más accidentes marítimos o aéreos que en otras regiones similares del planeta.

Al parecer todo es una invención de Vincent Gaddis, quien publicó un artículo en la conocida revista de ciencia ficción americana Argosy en 1964. Posteriormente, Charles Berlitz popularizaría este tema en su best-seller El triángulo de las Bermudas. Y de aquí, toda una serie de artículos y libros en retroalimentación, que han hecho crecer el mito.

Pasa un poco como los míticos libros de Lobsang Rampa y el Tíbet. Años después de su publicación se descubrió que Rampa –que en realidad era británico y se llamaba Cyril Henry Hoskin- no había estado jamás en el Tíbet, ¿pero creéis que a sus seguidores les importó lo más mínimo? No dejes que la verdad te estropee un buen negocio…

Claro que la segunda noticia que leí ayer me dejó todavía más sorprendido, ya que conjunta la alta tecnología aeronáutica con la superstición religiosa más rancia. Al parecer, Nepal Airlines ha tenido que inmolar –sí, sí, inmolar, sacrificar a los dioses- dos cabras y untar su sangre en un Boeing 757 para conjurar una mala racha de averías.

No os penséis que la cosa es gratuita. Al parecer, al ingeniero jefe se le apareció el dios nepalí Kal Bhairab, quien le ordenó el sacrificio para aplcar su ira. Quién sabe que había hecho el pobre avión para provocar la ira del dios.

Me parece más civilizada la medida de rociar con agua bendita los coches o de lanzar una botella de champagne contra un barco antes de botarlo. Y si no, que se lo pregunten a las pobres cabras.

La noticia contenía más detalles folklóricos, pero creo que con lo explicado os hacéis una idea de cómo funcionan las cosas por ese rincón de mundo.

Por este lado, algún piloto de Fórmula 1, como Robert Kubica, lleva en su traje una foto dedicada del papa Juan Pablo II. Al parecer, este señor cree que una intervención milagrosa le salvo de sufrir daños en un aparatoso accidente que sufrió en el Gran Premio de Canadá. El Vaticano lo está investigando. Ya veis, aquí no sacrificamos cabras, pero tampoco andamos tan y tan lejos.

05 septiembre 2007

42 y los cerebros

El 42 es un número de una cierta trascendencia en la literatura fantástica. Ésta puede pareceruna afirmación un tanto frívola, pero tiene su sentido, como trataré de justificar a continuación.

Para empezar, 42 es un número muy importante, porque es la respuesta a la vida, el universo y todo lo demás. Me explico, en la conocida novela de Douglas Adams recientemente llevada al cine, Guía del autoestopista galáctico, una civilización extraterrestre decide construir una gigantesca computadora omnisapiente a la cuál le preguntan que cuál es el sentido de la vida. La computadora da como resultado: 42.

Pero es que 42 es un número que aparece frecuentemente en las obras de Lewis Carroll, como en Alicia en el país de las maravillas o en Alicia a través del espejo.

El 42 aún tiene más historia. Está ligado a cierta fórmula relacionada con ciertos ceros de la función zeta de Riemann, un objeto matemático de gran trascendencia matemática, íntimamente ligado a la distribución de los números primos.

Ya se sabe que cuando los matemáticos se ponen a jugar con los números… Hay una anécdota deliciosa sobre Hardy y Ramanujan, dos distinguidos matemáticos de principios del siglo XX. Según ésta, Hardy fue a ver a Ramanujan, que se encontraba hospitalizado y le comentó que venía pensando en el número del taxi que lo había llevado hasta allá, el 1729, pero que era un número muy aburrido.

Inmediatamente, Ramanujan lo contradijo:

- ¡En absoluto, Hardy! Es un número muy interesante. Es el número natural más pequeño que puede expresarse como suma de dos cubos de dos maneras distintas (1729 = 13 + 123 = 93 + 103).

¡Qué no daría un neurólogo por comprender una mente tan fascinante como la de Ramanujan! No es una caso único. Al parecer, cuando el joven y genial matemático Evariste Galois murió de un tiro en el estómago durante un duelo, el informe de su autopsia contenía una detalladísima descripción sobre su encéfalo. Nada obligaba al forense a estudiar el encéfalo de alguien que había muerto claramente de un tiro en el estómago, pero supongo que la curiosidad pudo más.

También son famosos los diversos estudios a que ha sido sometido el cerebro de Eisntein, salvado para la ciencia de la incineración a que se sometió el cuerpo del padre de la teoría de la Relatividad, aunque ninguno de ellos ha sido concluyente.

Para acabar con el tema de los cerebros de genios, también fue sometido a un cierto análisis el de Gauss, conservado durante mucho tiempo en formol y del que se decía que tenía una cantidad anómalamente alta de circunvoluciones cerebrales.

04 septiembre 2007

Matemáticos y ciencia ficción

Continuando con los comentarios relativos a los matemáticos, aunque en clave de ciencia ficción, me gustaría hablar sobre uno de los más famosos que ha dado esta literatura: me refiero a Hari Seldon.

Para empezar, hay que tener en cuenta que el tratamiento de los personajes por parte de Asimov es casi siempre muy esquemático, obteniéndose personajes planos, con pocos detalles. En el caso de Hari Seldon hizo una excepción, sobre todo a partir de las precuelas que escribió de la serie de las Fundaciones.

Concretamente, vemos en Preludio a la Fundación y en Hacia la Fundación un Hari Seldon jovencito que conoce a los que después serán sus principales colaboradores, en especial a Yugo Amaril.

El tratamiento que nos da como matemático dista un poco de la imagen tradicional y tópica que tenemos de estos singulares personajes. De hecho, al final de Segunda Fundación, pone en boca de uno de los personajes que Hari Seldon más que un matemático era un “científico social”, cosa algo contradictoria con el planteamiento posterior de las precuelas.

Así, Hari Seldon se parece mucho más a Isaac Asimov que no a un matemático. Protegido largo tiempo por su mujer –Dors Venabili- un alter ego, sin duda, de Janet Jeppson, desarrolla primero su labor en solitario para pasar, posteriormente, al trabajo en equipo.

Curiosamente, los otros matemáticos que aparecen, como Yugo Amaril o Gaal Dornick, tienen muchos más trazos de verdaderos matemáticos que no Seldon, que es una especie de pater familias galáctico que no un auténtico matemático.

Tanto Amaril como Dornick tienen orígenes humildes y son reclutados por Seldon en diferentes etapas de sus vidas. Sobre todo Amaril, tiene una vida de lo más pintoresca, cosa no siempre contrapuesta con la imagen que tenemos de los matemáticos en su torre de marfil, imagen que cumpliría mucho mejor Dornick.

Asimismo, Asimov retrata bastante bien a los Enciclopedistas un grupo de científicos encargados supuestamente de la confección de un compendio del saber, una Enciclopedia Galáctica y obsesionados únicamente por esta labor. También ellos tienen mucho de matemáticos y de científicos, pues no se darán cuenta de hasta qué punto están cambiando las cosas políticamente a su alrededor, como demostrará poco tiempo después Salvor Hardin.

En otro orden de cosas, cruzando el tiempo y el espacio, hay otro matemático bastante peculiar que ha dado la ciencia ficción, esta más reciente, sobre el que también me gustaria hacer algún comentario. Me refiero a Ian Malcom, el matemático especialista en la teoría del caos de Parque Jurásico, de Michael Crichton.

Éste es un matemático moderno, que viste de manera moderna y piensa de manera moderna. Su especialidad son los sistemas complejos y, en concreto, la teoría del caos, que aplica al Parque Jurásico y de la cuál deduce que las cosas no son tan bonitas que se les están vendiendo.

No deja de caerme simpático este personaje, que me recuerda a ciertos divulgadores matemáticos actuales como Ian Stewart o John Allen Paulos.

Aunque si queréis leer una novela que describe a la perfección cómo piensa y actúa un matemático genial, no os podéis perder la magna obra de Neal Stephenson, Criptonomicón, donde podréis ver en acción a la peculiar familia Shaftoe junto a personajes reales, como Alan Turing.

03 septiembre 2007

La inmortalidad matemática

Hace tiempo, un amigo me dijo que envidiaba a los matemáticos porque parecían tener línea directa con Dios. Algunos realmente parece que la tengan. Reconozco que las matemáticas me apasionan y que la historia de las matemáticas es una de mis lecturas favoritas.

Me costaría mucho escoger un matemático en particular. Desde el enigmático Fermat, pasando por el prolífico y genial Euler, por el inconmensurable Gauss o por matemáticos como Abel o Galois, que revolucionaron las matemáticas de su tiempo y que murieron tristemente jóvenes.

Uno de los que más han repercutido en la historia reciente de las matemáticas ha sido Riemann y su famosa hipótesis sobre los ceros de la función zeta.

Pero el matemático más peculiar de todos, según mi modo de ver, fue sin duda Srinivasa Ramanujan, que también murió joven y que parecía tener línea directa con una diosa hindú –Namagiri-, de quien decía que recibía sus teoremas en sueños.

Es algo verdaderamente sorprendente. Ramanujan produjo una cantidad asombrosa de resultados matemáticos, algunos de los cuales aún se están analizando. Como matemático era algo atípico, pues no se molestaba demasiado en buscar demostraciones para sus intuiciones, que casi siempre eran ciertas, algunas de las cuales, de una sutileza y complejidad asombrosas.

¿De dónde sacaba Ramanujan sus fórmulas? Es como si pudiese leer un libro celestial en el que estuviesen escritos los grandes resultados de las matemáticas y al que nadie más tuviese acceso. Como otros tantos matemáticos geniales, murió joven y la leyenda acompaña a su nombre.

El matemático es una persona especial. Los hay de muchos tipos, desde luego y no todos obedecen al tópico de personas despistadas o, como diríamos hoy día, friquis, aunque muchos de ellos sí.

Hay que tener una mentalidad especial para poder acceder al libro de las matemáticas. Aunque desde luego, quienes consiguen dejar su huella en él, adquieren un aura de inmortalidad.

Si la Humanidad sigue existiendo dentro de diez mil años en un estado civilizado, no sé si recordaremos quién fue Mozart o Edison, pero de lo que no me cabe duda alguna es de que seguiremos sabiendo quién fue Euclides o Gauss. Tal es la fama que la matemática confiere a sus seguidores.