Vacaciones en el bar
El físico y prospector
del futuro Michio Kaku vaticina que en el futuro, mucha gente optará por
renunciar a unas vacaciones físicas y decidirá implantarse en el cerebro,
directamente unos recuerdos de unas vacaciones simuladas.
Se acabaron los
inoportunos días de lluvia, correr para tomar el avión, hacer colas, los
compañeros de viaje pesados o las indigestiones o las enfermedades tropicales.
Todo será perfecto y maravilloso. Incluso podremos elegir un compañero/a de
viaje ideal. Podremos escoger la época del año, si pasar calor o frío, ver una
aurora boreal o zambullirnos en las cataratas del Iguazú sin riesgo a matarnos.
Y todo ello, sin riesgo
alguno y por un módico precio. ¿Suena sugerente, verdad?
No sé si realmente la
tecnología de creación de falsos recuerdos podría universalizarse y llegar a
ser tan refinada como para hacer posible este universo de acontecimientos, pero
a mí me da un cierto resquemor. Si es posible implantarnos cosas bellas, ¿no
sería posible utilizar la misma tecnología para torturar a la gente con
recuerdos verdaderamente espeluzanantes?
Algo parecido sucede en
la película Desafío total, basada en un relato de Philip K.
Dick: “Podemos recordarlo por usted al por mayor” (“We Can Remember It
for You Wholesale”,1966), en que un hombre común decide implantarse
los recuerdos de unas vacaciones en Marte, pero algo sale mal y se queda
atrapado en el sueño, volviéndose completamente paranoico.
También otros autores, como
Isaac Asimov han tocado el tema en relatos como “Soñar es asunto privado”
(“ Dreaming Is a
Private Thing”
, 1955), en donde aparece una compañía dedicada a la
fabricación de sueños para consumo privado y los usos que se derivan. En este
caso, la cuestión de fondo es la pornografía.
Hologramas de negocios
Últimamente hemos podido
ver cómo se está explotando una nueva técnica en lo que a teleconferencias se
refiere: los hologramas telepresenciales. De hecho, no son exactamente
hologramas, sino unas pantallas especiales con una óptica adaptada que simulan
un cuerpo en tres dimensiones si no te acercas demasiado para romper la
ilusión.
Tal vez los
videohologramas no se logren nunca, no sé si es físicamente posible, pero a
efectos prácticos estamos ya muy cerca de mantener videoconferencias con un
realismo increíble.
Isaac Asimov especulaba
en su serie de los Mundos Espaciales de sociedades xenófobas en las que el
contacto personal era prácticamente tabú y la gente no mantenía relaciones
presenciales salvo si no era absolutamente imprescindible. Las teleconferencias
estaban al orden del día.
En nuestro mundo en el
que el combustible de los aviones será cada vez más caro, ¿para qué viajar si
una videoconferencia te lo puede solucionar? Una cosa es una conversación
telefónica impersonal y otra muy diferente es poder ver al interlocutor, sus
gestos, su conducta, sin necesidad de estar allí realmente.
No representará ninguna
revolución, porque hace tiempo que ya disponemos de ella, pero su uso será cada
vez mayor y más sofisticado y la necesidad de viajar por negocios, posiblemente
se reducirá.
El internet de las cosas
La verdad es que el
mundo que viene con la revolución del internet de las cosas no me apasiona
precisamente. O mejor dicho, me da un cierto pánico. No me hace ninguna gracia
que mi nevera se conecte a la red para decir que se ha acabado la leche. ¿Quién
demonios se ha creído que es mi nevera para comprar la leche por mí? O que mi
coche decida que conduzco mal y tome el control de la conducción.
Ya sé que son casos muy
extremos y bastante peregrinos, pero la tendencia general es esta. Un montón de
sensores y máquinas dando vueltas por todas partes, de cuyo control nadie se va
a responsabilizar, y cuya principal función va a ser espiarnos para vender los
datos a la corporación meganacional que más pague por ellos.
Si del uso de la tarjeta
cliente de un supermercado ya se puede deducir prácticamente nuestra biografía
en verso, imaginaos qué pasará cuando todo tipo de sensores y máquinas puedan
cruzar sus datos, o mejor dicho, los datos relativos a nosotros, para usos
comerciales o políticos de todo tipo.
La verdad es que el
futuro puede ser un lugar verdaderamente angustiante. Y todo con la excusa de
hacernos la vida más fácil, cosa que yo particularmente no le he pedido a
nadie, pero que parece ser que otros ya han decidido por mí.
¿Es este futuro
distópico? Yo juraría que se parece horrorosamente al 1984
de George Orwell, con un Gran Hermano en cada esquina, tratando de vendernos la
última canción de la estrella del pop de moda o una funda para nuestro móvil
con el color a juego con nuestros ojos, como podíamos ver en la película
Minority Report.