El internet de las cosas
La verdad es que el
mundo que viene con la revolución del internet de las cosas no me apasiona
precisamente. O mejor dicho, me da un cierto pánico. No me hace ninguna gracia
que mi nevera se conecte a la red para decir que se ha acabado la leche. ¿Quién
demonios se ha creído que es mi nevera para comprar la leche por mí? O que mi
coche decida que conduzco mal y tome el control de la conducción.
Ya sé que son casos muy
extremos y bastante peregrinos, pero la tendencia general es esta. Un montón de
sensores y máquinas dando vueltas por todas partes, de cuyo control nadie se va
a responsabilizar, y cuya principal función va a ser espiarnos para vender los
datos a la corporación meganacional que más pague por ellos.
Si del uso de la tarjeta
cliente de un supermercado ya se puede deducir prácticamente nuestra biografía
en verso, imaginaos qué pasará cuando todo tipo de sensores y máquinas puedan
cruzar sus datos, o mejor dicho, los datos relativos a nosotros, para usos
comerciales o políticos de todo tipo.
La verdad es que el
futuro puede ser un lugar verdaderamente angustiante. Y todo con la excusa de
hacernos la vida más fácil, cosa que yo particularmente no le he pedido a
nadie, pero que parece ser que otros ya han decidido por mí.
¿Es este futuro
distópico? Yo juraría que se parece horrorosamente al 1984
de George Orwell, con un Gran Hermano en cada esquina, tratando de vendernos la
última canción de la estrella del pop de moda o una funda para nuestro móvil
con el color a juego con nuestros ojos, como podíamos ver en la película
Minority Report.
1 Comments:
Ups! Fa por!
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