27 agosto 2020

Del cerdo se aprovecha todo

 El primer episodio de la serie de ciencia ficción, Black Mirror, se llama “El himno nacional” (The National Anthem, 2011) y es verdaderamente estremecedor, un aperitivo de lo que será la serie completa.

 

En dicho capítulo, en un futuro cercano, una popular princesa de la familia real británica es secuestrada por un lunático que amenaza con matarla si en un breve plazo de tiempo, el Primer Ministro no mantiene relaciones sexuales completas y no fingidas con una cerda y el evento es retransmitido en directo y sin censura.

 

El planteamiento es brutal, hay que reconocerlo y nos muestra un escenario perfectamente plausible en la sociedad superficial, morbosa y ansiosa de novedades y de espectáculo sensacionalista en que vivimos. En un determinado momento, cuando se va a producir la retransmisión, se ven las calles de las ciudades completamente desiertas, dando a entender que todo quisque está amorrado a sus pantallas para ver el espectáculo grotesco.

 

La idea, como digo, es perfectamente plausible. Me atrevería a decir que hemos visto cosas casi igual de espantosas en algunos realities que se emiten por la televisión o por internet.

 

En la novela Ácido sulfúrico (Acide sulfurique, 2005), de la escritora Amélie Nothomb, nos habla de un reality show de televisión llamado Concentración, en el que los prisioneros participantes son escogidos aleatoriamente entre la población. Los presos están mal alimentados, son claramente maltratados y pueden ser golpeados impunemente por los kapos. Cada día se seleccionan dos presos, que son asesinados en directo y los telespectadores pueden votar desde sus casas, cómodamente, sin tener que ensuciarse las manos.

 

Evidentemente, estamos ante una metáfora despiadada, pero mucho me temo que más de uno vendería su alma al diablo por conseguir las audiencias millonarias que tendría un programa así. Y digo lo de vender su alma en un sentido totalmente literal.

 

La sociedad de principios del siglo XXI se aburre y quiere divertirse a costa de lo que sea. Si no encuentra lo que quiere en la televisión, lo buscará en internet y si no se inventará alguna otra cosa.

 

Se habla mucho de que se han perdido los valores. Yo creo que no se han perdido: simplemente han mutado. Ahora la gente se rige por otros intereses y otros criterios. La moral, que no deja de ser un conjunto de costumbres más o menos establecidas, es muy diferente de la de hace tan solo treinta años.

 

Volviendo al cerdo: creo sinceramente que si tal cosa sucediese realmente, la gente se mataría por verlo. Mucho me temo que la historia de lady Godiva no se repetiría y todos seríamos, más bien, el Peeping Tom.

 

 

 

24 agosto 2020

Olimpiadas interplanetarias

 A veces se ha querido imaginar en la ciencia ficción unas competiciones deportivas interplanetarias o incluso unas olimpiadas. Vamos a descartar la posibilidad más o menos imaginativa de que participasen aliens y vamos a centrarnos solo en los humanos.

 

Está claro que no tendría las mismas oportunidades un deportista en función de donde se jugase o se desarrollase el evento deportivo ni tampoco en función de su origen.

 

El principal factor limitante sería la gravedad, aunque el hecho de tener que llevar un traje espacial en algunos mundos, como la Luna o Marte, también dificultaría las cosas.

 

Un humano nacido en la Luna tendría una musculatura más débil que uno nacido y desarrollado en Marte. El terrestre sería el más musculoso, a menos que compitiese alguien de un mundo más masivo que la Tierra, en cuyo caso, se llevaría la palma.

 

Por otro lado, está la cuestión de los récords. No es lo mismo lanzar una jabalina en la Tierra, con 1g y una atmósfera de presión, que hacerlo en Marte, con poca presión atmosférica y mucha menos gravedad. Y no hablemos ya de la Luna, con ninguna presión atmosférica y un sexto de la gravedad terrestre.

 

Las marcas y los récords tendrían que recalcularse en función de una serie de fórmulas correctoras en las que como parámetros se entrarían las características del mundo en que se desarrollase la prueba y las del mundo originario del atleta. O tal vez, el mundo en el que el atleta ha vivido los últimos años.

 

Si a todo esto añadiésemos alienígenas, la cosa se complicaría tanto como exóticos fuesen estos. Pero vamos a dejarlo estar, porque de momento no conocemos ninguna raza alienígena, así que es difícil saber qué factores correctores habría que introducir.

 

 

 

20 agosto 2020

Viajando a las estrellas

 En una entrada anterior, hablaba de la hibernación como una posible solución a los largos viajes espaciales con destino a las estrellas. Dicha tecnología podría estar disponible en un futuro cercano, aunque aún no sabemos si será posible.

 

Otras posibilidades son las arcas generacionales: enormes naves con un ecosistema propio, autosuficientes, en las que embarcaría una cierta población que se iría reproduciendo durante los siglos que durase el viaje e irían transmitiéndose la misión de explorar y poblar un nuevo mundo cuando alcanzasen su destino, alguna generación lejana posterior.

 

Las arcas generacionales son otra tecnología que no tenemos, pero serían factibles. De hecho no hay nada técnico que las impida. Es más una cuestión social o psicológica. Habría que escoger personas que tuviesen muy claras dos cosas: que nunca regresarían a la Tierra vivos y que tendrían que educar a sus hijos para que estos o sus descendientes lejanos, acabasen algún día la misión. No es imposible, pero tampoco es sencillo.

 

Existen otras alternativas plausibles, a parte, claro que algún día se descubra algún mecanismo natural o artificial que nos permita desplazarnos a largas distancias en un tiempo razonable y con un coste energético asumible. Pero hoy por hoy, eso no existe o nos es desconocido.

 

Lo que sí que existe es la contracción de Lorentz o contracción relativista, que permite que el tiempo a bordo de una nave se ralentice conforme esta se acerca a la velocidad de la luz. No tiene nada de raro: el Universo ya funciona así.

 

Otra cosa es conseguir una tecnología que permita acelerar una nave de unas ciertas dimensiones a velocidades relativistas. El coste energético sería enorme y, por otro lado, la radiación que incidiría sobre la nave también sería ultraenergética, por lo que los blindajes deberían ser considerables.

 

Un problema añadido, tanto en las arcas generacionales como en las naves relativistas es la gravedad. Tendrían que ser capaces de generar algún tipo de gravedad artificial, tal vez rotando sobre sí mismas, ya que la vida no soporta demasiado bien la microgravedad durante demasiado tiempo.

 

En fin, que tal vez algún día lleguemos a las estrellas, pero por lo que sabemos del cierto hoy día, podemos asegurar que no será ni rápido ni sencillo.

 

 

 

17 agosto 2020

Hibernando

 Hace poco, se ha conseguido en laboratorio que ciertos ratones puedan hibernar un cierto tiempo, a pesar de que los ratones no hibernan al natural, a diferencia de otras especies, como los osos. Al parecer se ha logrado activando cierto tipo de neuronas.

 

Esto podría suponer un gran avance en la hibernación de seres humanos, que actualmente no es factible, ya que el ser humano, al natural, no hiberna y aún no se sabe si realmente podría hacerlo alguna vez ni cómo.

 

El experimento con ratones podría suponer un gran paso adelante, lo que tendría dos grandes bloques de aplicaciones: por un lado, lo que se llama estasis médica, es decir, si tenemos un paciente con una patología complicada que no podemos tratar inmediatamente, podríamos hibernar al paciente hasta que ello fuese posible, al cabo de unos días o incluso, tal vez, después de varios años.

 

Se ha hablado de esta posibilidad a la hora de curar enfermedades terminales, como ciertos tipos de cánceres o patologías que hoy día no tienen cura conocida, como ciertas enfermedades genéticas o de origen desconocido.

 

El otro gran bloque de aplicaciones sería la hibernación espacial. Podríamos tener humanos “congelados” en naves espaciales con rumbo a las estrellas. Aunque el viaje durase muchos años, el bajísimo metabolismo al que se encontrarían sometidos los durmientes forzados sería mínimo, lo que conseguiría que apenas envejeciesen y que llegasen a destino con una edad biológica razonablemente baja.

 

Esta aplicación ha sido repetida hasta la saciedad en series, películas y novelas de ciencia ficción. Tanto, que mucha gente se piensa que realmente existe algo parecido a la hibernación. Hay gente que recurre a empresas que congelan literalmente los muertos con la promesa de que en el futuro podrán ser revividos. Pero como decía antes, dicha tecnología aún no está disponible para los humanos y no estamos seguros de si nunca lo estará y una cosa es revivir un cuerpo hibernado y otra muy diferente, revivir un muerto.

 

De hecho, de aplicaciones hay muchas más. Otra posibilidad que se ha sugerido en el ámbito de la ciencia ficción es la de solucionar el problema de la superpoblación. Congelamos el “excedente” de población hasta que podamos enviarla a otros mundos habitables o hasta que la población de la Tierra baje de manera natural (o inducida) a unos niveles más aceptables. Esto aparece en la novela Los solarianos (The Solarians, 1966), de Norman Spinrad.

 

Francamente: no es una solución en sí misma, sino un parche, porque aunque fuese factible y los costes energéticos de mantener a millones o miles de millones de humanos en hibernación fuesen aceptables, no estaríamos sino demorando el problema, trasladándolo al futuro, endosándoselo a las próximas generaciones.

 

Pero, seamos honestos: eso ya lo estamos haciendo. Nuestro consumo energético y de materias primas y la producción de desechos está muy por encima de nuestras posibilidades y de las de la Tierra. No estamos haciendo otra cosa que tomar prestados los recursos de las próximas generaciones y explotándolos nosotros para nuestro único y exclusivo beneficio.

 

La hibernación siempre ha desatado la imaginación de la gente. Se trata de algo muy cercano a nosotros pero que aún no tenemos. Una especie de sueño inducido de larga duración. Veremos si este fenómeno acaba siendo posible o no deja de ser otra quimera imaginada por la ciencia ficción.

 

 

13 agosto 2020

El imperio de los sentidos

 La fantasía y la ciencia ficción nos ofrecen algunas interesantes posibilidades en lo relativo a la percepción. Concretamente a una versión ampliada de la percepción tal y como la entendemos los seres humanos.

 

Una opción bastante explotada son los telépatas, que supuestamente son personas capaces de captar el pensamiento o las emociones de otras personas, sean o no telépatas y en algunos casos, incluso de transmitírselas a otros.

 

También tenemos la posibilidad de disponer de sentidos realzados: la opción de ver los infrarrojos o el espectro ultravioleta, o incluso con rayos X, como Supermán; de captar susurros inaudibles, como La mujer biónica o incluso poder analizar químicamente una substancia con una versión sofisticada del gusto, como hacen las Bene Gesserit de Dune.

 

Algunos seres también son capaces de percibir otras radiaciones del espectro, como las microondas o las ondas de radio o incluso de emitirlas, como sucede con Sparta de la serie Venus Prime.

 

Naturalmente, existen cosas más fantásticas todavía, como percibir el pasado o el futuro: la presciencia o precognición (o postcognición). Es uno de los temas favoritos de la fantasía: la posibilidad de averiguar el pasado o, mejor aún, el futuro.

 

A veces se ha especulado sobre cómo sería percibir más parte del espectro electromagnético que la zona “visible”, como hacen, por ejemplo, algunos insectos con el área ultravioleta cercana. ¿Lo veríamos como otro color? ¿Cómo lo procesaría nuestro cerebro?

 

A fin de cuentas, cómo podemos saber que lo que uno percibe como “amarillo” es percibido de análoga manera por otra persona. ¿Quién no nos asegura que es percibido de manera completamente distinta? Y no hablo de sinestesia, sino simplemente de interpretación de algo tan aparentemente simple como un color.

 

Estoy convencido que Immanuel Kant estaría encantado con estas reflexiones y nos aportaría algunas ideas muy interesantes al debate.

 

 

10 agosto 2020

Cadáveres en el armario

En las novelas y series de ciencia ficción, y en muchas otras de corte político, es frecuente que aparezcan sociedades o instituciones más o menos secretas, oscuras, que manejan los hilos del mundo.

 

Este tema, de lo más recurrente en la ficción, tiene un atractivo enorme para la mayor parte de la gente. Como polillas volando ante la llama, muchos de nosotros daríamos lo que fuese por saber qué se cuece realmente en los sitios en donde se toman las grandes decisiones.

 

En Segunda Fundación, de Isaac Asimov, una organización llamada como el título del libro gobierna secretamente la galaxia y la Humanidad, en bien de esta utilizando, por un lado la Psicohistoria, una ciencia todopoderosa que permite predecir estadísticamente el futuro y moldearlo a conveniencia, y por otro, gracias a los increíbles poderes psíquicos de los oradores, los habitantes de la Segunda Fundación.

 

En Star Trek, en varias de sus franquicias, aparece la Sección 31, una entidad autónoma y ultrasecreta del interior de la Federación que se encarga del trabajo sucio que la luminosa y ética Federación no podría llevar a cabo sin caer en terribles contradicciones.

 

En Babylon 5, los minbari han sido gobernados a lo largo de un milenio por un consejo secreto de sabios: el Consejo Gris.

 

En el universo de la Cosintienza, en las novelas Estrella flagelada y El experimento Dosadi, de Frank Herbert, aparece una entidad secreta llamada DeSab: el Departamento de Sabotaje, bastante original, por cierto.

 

En Dune, también de Frank Herbert, existe la Hermandad de las Bene Gesserit, que sin ser secreta, sí que tiene intenciones ocultas y es uno de los responsables de mover los hilos dentro del Imperio.

 

Y como decía anteriormente, no solo en la ciencia ficción aparecen estos clanes y burós secretos. En la serie Scandal, un thriller político norteamericano, aparece el B613, que es una especie de todopoderosa CIA, pero con todavía menos contemplaciones que esta y que es la encargada de vigilar a los vigilantes y de llevárselos por delante, si hace falta.

 

Una de mis sociedades secretas favoritas son los Hombres de Negro, que podréis ver en acción en alguna de las muchas películas que sobre ellos se han realizado. Lo tienen todo: conspiraciones, manipulación, tecnologías increíbles, alienígenas, política…

 

Y he perdido la cuenta de películas, libros y series que hablan de sociedades secretas en el interior de la Iglesia Católica, especialmente en el Vaticano. Una especialmente divertida aparece en la película El gran halcón (1991), protagonizada por Bruce Willis y Andie MacDowell, entre otros y dirigida por Michael Lehmann.

 

Por supuesto, si sois aficionados a las teorías de la conspiración tendréis a vuestros titiriteros favoritos: el Club Bilderberg, los Illuminati, los Masones, los Templarios o hasta los Reptilianos. Podéis escoger: candidatos no faltan.

 

 

 

 

06 agosto 2020

El futuro imaginado por Roddenberry

En la película Star Trek: Primer Contacto (First Contact, 1997), dirigida por Jonathan Frakes, hay una escena bastante divertida en la que el capitán Jean-Luc Picard tiene una charla con una mujer de mediados del siglo XXI (se ha producido el inevitable viaje al pasado).

 

En la conversación, Picard dice que en su siglo, trabajan por el bien común, para mejorar personalmente y como especie, que han dejado atrás el afán de acumular dinero. Y ella le pregunta en voz baja: ¿Es que no les pagan?”, a lo que el capitán le responde un tanto altivamente “tenemos una sensibilidad más elevada”.

 

El futuro imaginado por Roddenberry es poco menos que una utopía socialista, lo cual no deja de tener su gracia siendo la franquicia un producto genuinamente estadounidense y, por ende, muy capitalista.

 

Lo cierto es que en la serie, la cosa no está muy clara, porque en algunos capítulos aparece el dinero físico, especialmente en Deep Space 9, aunque se da a entender que es una concesión a otras especies comerciantes, como los ferengi, a los que se critica, por cierto, despiadadamente como capitalistas irredentos.

 

La Tierra del siglo XXIV es un lugar idílico, nada contaminado, con las clásicas construcciones futuristas (tal y como nos las imaginábamos a finales del siglo XX), con gente sonriente y sana, plenamente realizados.

 

Ni que decir tiene que este tipo de utopías suelen ponerme algo nervioso, especialmente cuando no queda claro cuál ha sido el precio a pagar para conseguirlas. Recordemos que también los griegos clásicos o los aristócratas sureños confederados vivían en sus bellas mansiones a costa del trabajo de los esclavos.

 

Estas sociedades más o menos idílicas pueden estar soportadas por eslabones más débiles, como nos hace constar magníficamente la escritora Ursula K. LeGuin en su estupendo relato “Los que se alejan de Omelas” (“The Ones Who Walk Away from Omelas”, 1973, Premio Hugo 1974).

 

No obstante, tampoco vamos a hacerle ascos al mundo que imaginó Roddenberry, siempre que esté sustentado sobre pilares éticos. Y en principio eso parece. A menos que la Federación Unida de Planetas no sea lo que parece. Ahí hay tema para una serie. A ver si se atreven.