Del cerdo se aprovecha todo
El primer episodio de la serie de
ciencia ficción, Black Mirror, se llama “El himno nacional”
(The National Anthem, 2011) y es verdaderamente
estremecedor, un aperitivo de lo que será la serie completa.
En dicho capítulo, en un futuro cercano,
una popular princesa de la familia real británica es secuestrada por un
lunático que amenaza con matarla si en un breve plazo de tiempo, el Primer
Ministro no mantiene relaciones sexuales completas y no fingidas con una cerda
y el evento es retransmitido en directo y sin censura.
El planteamiento es brutal, hay que
reconocerlo y nos muestra un escenario perfectamente plausible en la sociedad
superficial, morbosa y ansiosa de novedades y de espectáculo sensacionalista en
que vivimos. En un determinado momento, cuando se va a producir la
retransmisión, se ven las calles de las ciudades completamente desiertas, dando
a entender que todo quisque está amorrado a sus pantallas para ver el
espectáculo grotesco.
La idea, como digo, es perfectamente
plausible. Me atrevería a decir que hemos visto cosas casi igual de espantosas
en algunos realities que se emiten por la televisión o por internet.
En la novela Ácido
sulfúrico (Acide sulfurique, 2005), de la
escritora Amélie Nothomb, nos habla de un reality show de televisión llamado Concentración, en el que los prisioneros participantes son
escogidos aleatoriamente entre la población. Los presos están mal alimentados, son
claramente maltratados y pueden ser golpeados impunemente por los kapos. Cada día se seleccionan dos presos, que son
asesinados en directo y los telespectadores pueden votar desde sus casas,
cómodamente, sin tener que ensuciarse las manos.
Evidentemente, estamos ante una metáfora
despiadada, pero mucho me temo que más de uno vendería su alma al diablo por
conseguir las audiencias millonarias que tendría un programa así. Y digo lo de
vender su alma en un sentido totalmente literal.
La sociedad de principios del siglo XXI
se aburre y quiere divertirse a costa de lo que sea. Si no encuentra lo que
quiere en la televisión, lo buscará en internet y si no se inventará alguna
otra cosa.
Se habla mucho de que se han perdido los
valores. Yo creo que no se han perdido: simplemente han mutado. Ahora la gente
se rige por otros intereses y otros criterios. La moral, que no deja de ser un
conjunto de costumbres más o menos establecidas, es muy diferente de la de hace
tan solo treinta años.
Volviendo al cerdo: creo sinceramente
que si tal cosa sucediese realmente, la gente se mataría por verlo. Mucho me
temo que la historia de lady Godiva no se repetiría y todos seríamos, más bien,
el Peeping Tom.
Olimpiadas interplanetarias
A veces se ha querido imaginar en la
ciencia ficción unas competiciones deportivas interplanetarias o incluso unas
olimpiadas. Vamos a descartar la posibilidad más o menos imaginativa de que
participasen aliens y vamos a centrarnos solo en los humanos.
Está claro que no tendría las mismas
oportunidades un deportista en función de donde se jugase o se desarrollase el
evento deportivo ni tampoco en función de su origen.
El principal factor limitante sería la
gravedad, aunque el hecho de tener que llevar un traje espacial en algunos
mundos, como la Luna o Marte, también dificultaría las cosas.
Un humano nacido en la Luna tendría una
musculatura más débil que uno nacido y desarrollado en Marte. El terrestre
sería el más musculoso, a menos que compitiese alguien de un mundo más masivo
que la Tierra, en cuyo caso, se llevaría la palma.
Por otro lado, está la cuestión de los
récords. No es lo mismo lanzar una jabalina en la Tierra, con 1g y una
atmósfera de presión, que hacerlo en Marte, con poca presión atmosférica y
mucha menos gravedad. Y no hablemos ya de la Luna, con ninguna presión
atmosférica y un sexto de la gravedad terrestre.
Las marcas y los récords tendrían que
recalcularse en función de una serie de fórmulas correctoras en las que como
parámetros se entrarían las características del mundo en que se desarrollase la
prueba y las del mundo originario del atleta. O tal vez, el mundo en el que el
atleta ha vivido los últimos años.
Si a todo esto añadiésemos alienígenas,
la cosa se complicaría tanto como exóticos fuesen estos. Pero vamos a dejarlo
estar, porque de momento no conocemos ninguna raza alienígena, así que es
difícil saber qué factores correctores habría que introducir.
Viajando a las estrellas
En una entrada anterior, hablaba de la
hibernación como una posible solución a los largos viajes espaciales con
destino a las estrellas. Dicha tecnología podría estar disponible en un futuro
cercano, aunque aún no sabemos si será posible.
Otras posibilidades son las arcas
generacionales: enormes naves con un ecosistema propio, autosuficientes, en las
que embarcaría una cierta población que se iría reproduciendo durante los
siglos que durase el viaje e irían transmitiéndose la misión de explorar y
poblar un nuevo mundo cuando alcanzasen su destino, alguna generación lejana
posterior.
Las arcas generacionales son otra
tecnología que no tenemos, pero serían factibles. De hecho no hay nada técnico
que las impida. Es más una cuestión social o psicológica. Habría que escoger
personas que tuviesen muy claras dos cosas: que nunca regresarían a la Tierra
vivos y que tendrían que educar a sus hijos para que estos o sus descendientes
lejanos, acabasen algún día la misión. No es imposible, pero tampoco es
sencillo.
Existen otras alternativas plausibles, a
parte, claro que algún día se descubra algún mecanismo natural o artificial que
nos permita desplazarnos a largas distancias en un tiempo razonable y con un
coste energético asumible. Pero hoy por hoy, eso no existe o nos es
desconocido.
Lo que sí que existe es la contracción
de Lorentz o contracción relativista, que permite que el tiempo a bordo de una
nave se ralentice conforme esta se acerca a la velocidad de la luz. No tiene
nada de raro: el Universo ya funciona así.
Otra cosa es conseguir una tecnología
que permita acelerar una nave de unas ciertas dimensiones a velocidades
relativistas. El coste energético sería enorme y, por otro lado, la radiación
que incidiría sobre la nave también sería ultraenergética, por lo que los
blindajes deberían ser considerables.
Un problema añadido, tanto en las arcas
generacionales como en las naves relativistas es la gravedad. Tendrían que ser
capaces de generar algún tipo de gravedad artificial, tal vez rotando sobre sí
mismas, ya que la vida no soporta demasiado bien la microgravedad durante
demasiado tiempo.
En fin, que tal vez algún día lleguemos
a las estrellas, pero por lo que sabemos del cierto hoy día, podemos asegurar
que no será ni rápido ni sencillo.
Hibernando
Hace poco, se ha conseguido en
laboratorio que ciertos ratones puedan hibernar un cierto tiempo, a pesar de
que los ratones no hibernan al natural, a diferencia de otras especies, como
los osos. Al parecer se ha logrado activando cierto tipo de neuronas.
Esto podría suponer un gran avance en la
hibernación de seres humanos, que actualmente no es factible, ya que el ser
humano, al natural, no hiberna y aún no se sabe si realmente podría hacerlo
alguna vez ni cómo.
El experimento con ratones podría
suponer un gran paso adelante, lo que tendría dos grandes bloques de
aplicaciones: por un lado, lo que se llama estasis médica, es decir, si tenemos
un paciente con una patología complicada que no podemos tratar inmediatamente,
podríamos hibernar al paciente hasta que ello fuese posible, al cabo de unos
días o incluso, tal vez, después de varios años.
Se ha hablado de esta posibilidad a la
hora de curar enfermedades terminales, como ciertos tipos de cánceres o
patologías que hoy día no tienen cura conocida, como ciertas enfermedades
genéticas o de origen desconocido.
El otro gran bloque de aplicaciones
sería la hibernación espacial. Podríamos tener humanos “congelados” en naves
espaciales con rumbo a las estrellas. Aunque el viaje durase muchos años, el
bajísimo metabolismo al que se encontrarían sometidos los durmientes forzados
sería mínimo, lo que conseguiría que apenas envejeciesen y que llegasen a destino
con una edad biológica razonablemente baja.
Esta aplicación ha sido repetida hasta
la saciedad en series, películas y novelas de ciencia ficción. Tanto, que mucha
gente se piensa que realmente existe algo parecido a la hibernación. Hay gente
que recurre a empresas que congelan literalmente los muertos con la promesa de
que en el futuro podrán ser revividos. Pero como decía antes, dicha tecnología
aún no está disponible para los humanos y no estamos seguros de si nunca lo
estará y una cosa es revivir un cuerpo hibernado y otra muy diferente, revivir
un muerto.
De hecho, de aplicaciones hay muchas
más. Otra posibilidad que se ha sugerido en el ámbito de la ciencia ficción es
la de solucionar el problema de la superpoblación. Congelamos el “excedente” de
población hasta que podamos enviarla a otros mundos habitables o hasta que la
población de la Tierra baje de manera natural (o inducida) a unos niveles más
aceptables. Esto aparece en la novela Los solarianos
(The Solarians, 1966), de Norman Spinrad.
Francamente: no es una solución en sí
misma, sino un parche, porque aunque fuese factible y los costes energéticos de
mantener a millones o miles de millones de humanos en hibernación fuesen
aceptables, no estaríamos sino demorando el problema, trasladándolo al futuro,
endosándoselo a las próximas generaciones.
Pero, seamos honestos: eso ya lo estamos
haciendo. Nuestro consumo energético y de materias primas y la producción de
desechos está muy por encima de nuestras posibilidades y de las de la Tierra.
No estamos haciendo otra cosa que tomar prestados los recursos de las próximas
generaciones y explotándolos nosotros para nuestro único y exclusivo beneficio.
La hibernación siempre ha desatado la
imaginación de la gente. Se trata de algo muy cercano a nosotros pero que aún
no tenemos. Una especie de sueño inducido de larga duración. Veremos si este
fenómeno acaba siendo posible o no deja de ser otra quimera imaginada por la
ciencia ficción.
El imperio de los sentidos
La fantasía y la ciencia ficción nos
ofrecen algunas interesantes posibilidades en lo relativo a la percepción.
Concretamente a una versión ampliada de la percepción tal y como la entendemos
los seres humanos.
Una opción bastante explotada son los
telépatas, que supuestamente son personas capaces de captar el pensamiento o
las emociones de otras personas, sean o no telépatas y en algunos casos,
incluso de transmitírselas a otros.
También tenemos la posibilidad de
disponer de sentidos realzados: la opción de ver los infrarrojos o el espectro
ultravioleta, o incluso con rayos X, como Supermán; de captar
susurros inaudibles, como La mujer biónica o incluso poder
analizar químicamente una substancia con una versión sofisticada del gusto,
como hacen las Bene Gesserit de Dune.
Algunos seres también son capaces de
percibir otras radiaciones del espectro, como las microondas o las ondas de
radio o incluso de emitirlas, como sucede con Sparta de la serie Venus
Prime.
Naturalmente, existen cosas más
fantásticas todavía, como percibir el pasado o el futuro: la presciencia o
precognición (o postcognición). Es uno de los temas favoritos de la fantasía:
la posibilidad de averiguar el pasado o, mejor aún, el futuro.
A veces se ha especulado sobre cómo
sería percibir más parte del espectro electromagnético que la zona “visible”,
como hacen, por ejemplo, algunos insectos con el área ultravioleta cercana. ¿Lo
veríamos como otro color? ¿Cómo lo procesaría nuestro cerebro?
A fin de cuentas, cómo podemos saber que
lo que uno percibe como “amarillo” es percibido de análoga manera por otra
persona. ¿Quién no nos asegura que es percibido de manera completamente
distinta? Y no hablo de sinestesia, sino simplemente de interpretación de algo
tan aparentemente simple como un color.
Estoy convencido que Immanuel Kant
estaría encantado con estas reflexiones y nos aportaría algunas ideas muy
interesantes al debate.
Cadáveres en el armario
En las novelas y series de ciencia
ficción, y en muchas otras de corte político, es frecuente que aparezcan
sociedades o instituciones más o menos secretas, oscuras, que manejan los hilos
del mundo.
Este tema, de lo más recurrente en la
ficción, tiene un atractivo enorme para la mayor parte de la gente. Como
polillas volando ante la llama, muchos de nosotros daríamos lo que fuese por
saber qué se cuece realmente en los sitios en donde se toman las grandes
decisiones.
En Segunda Fundación,
de Isaac Asimov, una organización llamada como el título del libro gobierna
secretamente la galaxia y la Humanidad, en bien de esta utilizando, por un lado
la Psicohistoria, una ciencia todopoderosa que permite predecir
estadísticamente el futuro y moldearlo a conveniencia, y por otro, gracias a
los increíbles poderes psíquicos de los oradores, los habitantes de la Segunda
Fundación.
En Star Trek, en
varias de sus franquicias, aparece la Sección 31, una
entidad autónoma y ultrasecreta del interior de la Federación que se encarga
del trabajo sucio que la luminosa y ética Federación no podría llevar a cabo
sin caer en terribles contradicciones.
En Babylon 5, los
minbari han sido gobernados a lo largo de un milenio por un consejo secreto de
sabios: el Consejo Gris.
En el universo de la Cosintienza,
en las novelas Estrella flagelada y El experimento
Dosadi, de Frank Herbert, aparece una entidad secreta llamada DeSab:
el Departamento de Sabotaje, bastante original, por cierto.
En Dune, también de Frank
Herbert, existe la Hermandad de las Bene Gesserit, que sin ser secreta, sí que
tiene intenciones ocultas y es uno de los responsables de mover los hilos
dentro del Imperio.
Y como decía anteriormente, no solo en
la ciencia ficción aparecen estos clanes y burós secretos. En la serie Scandal, un thriller político norteamericano, aparece el B613, que es una especie de todopoderosa CIA, pero con todavía menos contemplaciones que esta y que
es la encargada de vigilar a los vigilantes y de llevárselos por delante, si
hace falta.
Una de mis sociedades secretas favoritas
son los Hombres de Negro, que podréis ver en acción en
alguna de las muchas películas que sobre ellos se han realizado. Lo tienen
todo: conspiraciones, manipulación, tecnologías increíbles, alienígenas,
política…
Y he perdido la cuenta de películas,
libros y series que hablan de sociedades secretas en el interior de la Iglesia
Católica, especialmente en el Vaticano. Una especialmente divertida aparece en
la película El gran halcón (1991), protagonizada por Bruce
Willis y Andie MacDowell, entre otros y dirigida por Michael Lehmann.
Por supuesto, si sois aficionados a las
teorías de la conspiración tendréis a vuestros titiriteros favoritos: el Club
Bilderberg, los Illuminati, los Masones, los Templarios o hasta los Reptilianos.
Podéis escoger: candidatos no faltan.
El futuro imaginado por Roddenberry
En la película Star Trek:
Primer Contacto (First Contact, 1997), dirigida
por Jonathan Frakes, hay una escena bastante divertida en la que el capitán Jean-Luc
Picard tiene una charla con una mujer de mediados del siglo XXI (se ha producido
el inevitable viaje al pasado).
En la conversación, Picard dice que en
su siglo, trabajan por el bien común, para mejorar personalmente y como
especie, que han dejado atrás el afán de acumular dinero. Y ella le pregunta en
voz baja: ¿Es que no les pagan?”, a lo que el capitán le responde un tanto
altivamente “tenemos una sensibilidad más elevada”.
El futuro imaginado por Roddenberry es
poco menos que una utopía socialista, lo cual no deja de tener su gracia siendo
la franquicia un producto genuinamente estadounidense y, por ende, muy
capitalista.
Lo cierto es que en la serie, la cosa no
está muy clara, porque en algunos capítulos aparece el dinero físico,
especialmente en Deep Space 9, aunque se da a entender que
es una concesión a otras especies comerciantes, como los ferengi, a los que se
critica, por cierto, despiadadamente como capitalistas irredentos.
La Tierra del siglo XXIV es un lugar
idílico, nada contaminado, con las clásicas construcciones futuristas (tal y
como nos las imaginábamos a finales del siglo XX), con gente sonriente y sana,
plenamente realizados.
Ni que decir tiene que este tipo de
utopías suelen ponerme algo nervioso, especialmente cuando no queda claro cuál
ha sido el precio a pagar para conseguirlas. Recordemos que también los griegos
clásicos o los aristócratas sureños confederados vivían en sus bellas mansiones
a costa del trabajo de los esclavos.
Estas sociedades más o menos idílicas
pueden estar soportadas por eslabones más débiles, como nos hace constar
magníficamente la escritora Ursula K. LeGuin en su estupendo relato “Los que se
alejan de Omelas” (“The Ones Who Walk Away from Omelas”,
1973, Premio Hugo 1974).
No obstante, tampoco vamos a hacerle
ascos al mundo que imaginó Roddenberry, siempre que esté sustentado sobre
pilares éticos. Y en principio eso parece. A menos que la Federación Unida de
Planetas no sea lo que parece. Ahí hay tema para una serie. A ver si se
atreven.