29 enero 2010

El fin del mundo, una y otra vez

Parece ser que vivimos tiempos revueltos. Me refiero a esa manía en principio finisecular del "fin del mundo" que parece que ha hecho nido en ciertas industrias editoriales y cinematográficas y que nos amenazan una y otra vez con "el fin de los tiempos".

Nostradamus, la caída de la MIR, el último eclipse de sol del milenio, el año 2000, el año 2001, la II Guerra del Golfo y ahora el fin del calendario maya (2012) o la aproximación del asteroide Apophis (2029). Pero bueno, ¿cuántas veces tiene que no acabarse el mundo para que los agoreros de turno dejen de bar la barrila?

Supongo que esto del fin del mundo es un gran negocio: se anuncia a bombo y platillo, se venden un montón de libros y camisetas y después, cuando no suecede nada, se reprograman los relojes y vuelta a empezar. Eso sí, con otro formato: otro evento astronómico, otro número redondo en alguno de los múltiples calendarios que utiliza la Humanidad o lo que se ponga a tiro.

Lo que me molesta, más que la insistencia, es la falta de originalidad: que si asteroides, que si grandes supererupciones volcánicas, que si finisecularismos varios... El Apocalipsis ya no es lo que era. Con la cantidad de maneras que tenemos de cargarnos el mundo y seguimos anclados en las cosas más visuales.

También se entiende: queda mejor en una película una superexplosión demoleradora que no un bichito que se cae al suelo y se mata capaz de convertirse en una plaga demoledora.

Otra de las posibilidades es la extinción de un recurso básico: el agua dulce, el petróleo, la comida... Claro que, en ese caso, siempre nos quedarán las nutritivas galletitas marca Soylent Green.

18 enero 2010

El símbolo perdido / Dan Brown

Me he acabado de leer el nuevo best-seller de Dan Brown y me ha gustado bastante. Como la mayor parte de libros suyos, lo he devorado de un par de tirones, porque la trama es bastante adictiva.

Sí, ya sé que este señor es el demonio con cuernos y el enemigo número uno de la "buena literatura", pero a mí dadme una buena historia, bien narrada y disfrutaré como un enano leyéndola. Y eso que es un mazacote de libro. Pero a diferencia de otros megatochos, éste se deja leer muy bien.

Tal vez sea el libro más maduro de Brown (no en vano es el último que ha escrito). La trama, aunque claramente fantástica, es mucho más creíble que la de otros libros suyos y las explicaciones didácticas son más cortas y mejor distribuidas.

Por lo demás, esta vez le ha tocado el turno a los masones, a quienes deja muy bien parados. El malo esta vez es un individuo más bien friqui, seguidor de la magia negra y de otro tipo de supercherías bastante tontas.

La trama, aunque interesante, repite los modelos de anteriores entregas (si funciona, no lo toques): pocos personajes claramente definidos, persecuciones, malos que parecen malos pero que no lo son; un malo malísimo y una noche para desarrollar toda la trama (hay que ver lo que cunden las horas con este hombre).

Esta vez, la ciudad simbólica en la que se desarrolla la acción no es ni París, ni Londres, ni Roma, sino Washington. La verdad es que siempre he pensado que la parte "elegante" de la ciudad (léase la parte "blanca") era de lo más interesante y está mucho más cargada de historia y de misticismo de lo que pudiera parecer en principio.

Eso sí, después de leerme el libro, no me quito la sensación de que me he leído un remake de la película La búsqueda, tanto por temática, como por la simbología masónica y Ben Gates se parece cada vez más Robert Langdon.

Finalmente, admito que estuve a punto de dejar el libro a medias en cuanto apareció la chorrada soberana de la noética. Me parece muy bien que la gente se crea las teorías new age de Rupert Sheldrake y compañía, cada cual sabrá en qué cree. Pero que te lo intenten vender como algo científicamente probado lo encontré de muy mal gusto.

12 enero 2010

La expansión inevitable

Carl Sagan decía, y hace poco Stephen Hawkings repetía, que a la larga, la única posibilidad de supervivencia de la Humanidad será salir al espacio y colonizar otros mundos. Este ha sido y es uno de los iconos básicos de la ciencia ficción de todos los tiempos.

¿Por qué estas prisas? Algunos agoreros dicen que no nos quedará más remedio que buscarnos otro mundo cuando nos carguemos éste. Podríamos decir que se trata de la estrategia del parásito, que cuando ha consumido al huésped, se busca otro para repetir la operación.

Siempre he tenido la sensación de que en el fondo somos unos parásitos y que no hemos entendido nada sobre sostenibilidad ni ecología, que lo único que hacemos es sonreír y poner etiquetas bonitas y hacer grandes discursos, pero que a la hora de la verdad no dejamos de ser unos parásitos de este precioso mundo que es la Tierra.

Pero aunque viviésemos en armonía con la Tierra, en una especie de Gaia idílica en la que la noosfera fuese la Humanidad y tal vez, en el futuro, alguna especie más, la Tierra es un lugar peligroso. Para empezar estás los asteroides y los cometas. Cada cierto lapso de tiempo, impacta alguno lo suficientemente grande como para cargárselo prácticamente todo.

La última visita fue el que se cargó a los dinosaurios y a buena parte de la vida sobre la faz de la Tierra. No es un peligro negligible, aunque puede ser detectable y cuantificable. Otra cosa es qué hacer si se nos aproxima un destructor de los mundos de tamaño considerable. Me temo que ni si quiera con nuestro actual armamento nuclear, que no está pensado para eso, podríamos hacer gran cosa. Especialmente si se presenta de sopetón, sin darnos demasiado tiempo a reaccionar.

Pero hay otras amenazas menos cuantificables e igual de nefastas. Una supernova cercana inundaría nuestro sistema solar de tal cantidad de radiación que la vida se tornaría inviable. Incluso una supernova situada a una distancia prudencial podría inutilizar nuestra ozonosfera y volver el actual problema del agujero en la capa de ozono en un detalle sin importancia.

¿Hay estrellas cercanas que pueden convertirse en supernova en un plazo reducido de tiempo? Por desgracia sí y unas cuantas. Es más, cada vez se descubren más y más.

Así pues, parece que eso de poner todos lo huevos en el mismo cesto no es una idea demasiado acertada. Si la Humanidad estuviese distribuida a lo largo y ancho de una amplia región galáctica, las posibilidades de supervivencia se multiplicarían notablemente.

Claro que, dadas las distancias y la previsible incomunicación entre las diferentes ramas de la Humanidad, al final acabaríamos teniendo diversas especies diferenciadas muy distintas las unas de las otras, especialmente si se dedican a manipular su propio genoma.

Así pues, la Humanidad, como algo unitario tal vez sea una excepción en la línea temporal. Tal vez sólo puede existir un cierto tiempo y mientras esté confinada en un planeta. Tal vez la diversidad y la diferenciación sean el precio a pagar por la supervivencia.