Dulces dieciséis y otros relatos / Eduardo Vaquerizo
Comentaré los relatos
que me han parecido más destacables de la antología Dulces dieciséis y
otros relatos de Eduardo Vaquerizo, publicada en el sello
Cyberdark.
“Dulces dieciséis” es un
relato sobre Marte, escrito a la manera de León Arsenal. De hecho tiene tintes
de relato de carretera, con algún elemento místico y en un entorno de un Marte
mítico, entre burroghsiano y bradburiano.
Un relato curioso, es “Tierra
poblada de preguntas” en la que se nos mustra una Tierra en la que los humanos
se han ido y han dejado a su suerte a los antiguos sirvientes, los robots,
huerfanos del liderazgo humano, que vagan por el planeta a la búsqueda de
órdenes.
Otro relato de robots y
de planeta abandonado es “El jardín automático”, algo desasosegante, en que un robot
que cuida jardín en ciudad abandonada. Aunque no están del todo solos: de golpe
aparecen unos seres globulares aéreos, posiblemente alienígenas, que ponen
aparentemente en riesgo el extraño orden del robot.
Más interesante y con
una cierta mala leche, tenemos “Quercarrán”, un relato en el que una sociedad
futura en la que aparentemente reina la paz, pero en la que cada cierto tiempo
(en Quercarrán) se desatan las furias del Infierno y todo el mundo se vuelve
violento a fin de desahogar las tensiones acumuladas. Hasta que algo falla… El
relato recuerda un poco a un episodio de la serie original de Star
Trek titulado “El retorno de los arcontes” en la que el Quercarrán se
llama allí la “hora roja”.
Finalmente, “Águilas
negras”, tal vez el mejor relato del libro, nos cuenta en clave de ucronía una
historia contemporánea de un Imperio Español en que nunca se puso el sol y que
sigue dominando el mundo. La ambientación es excelente y ha sido desarrollada
en alguna novela de Vaquerizo, como en Danza de tinieblas o
en Memoria de tinieblas.
Correlaciones: La gastronomía según la OMS
La Organización Mundial
de la Salud (OMS) está muy preocupada por nuestra salud y ante la previsible
escasez futura de proteína animal de calidad para consumir, nos recomienda que
mudemos nuestra dieta y nos pasemos al consumo masivo de insectos.
A fin de cuentas, el
hombre primitivo comía insectos, entre otras delicias y en culturas diferentes
de la occidental, el consumo de bichos es algo bastante común: termitas,
hormigas, escarabajos, gusanos, larvas, etc.
Ello me recuerda al curioso
relato de Neil Gaiman: “El pájaro solar”, contenido en la antología
Criaturas fantásticas, en que un grupo selecto de gourmets
han probado ya todo tipo de animalitos y sólo les falta por probar una mítica
criatura: el pájaro solar, por lo que iniciarán un intenso viaje para poder
degustar esta delicia.
Eso de comer todo tipo
de bichos no es algo tan raro como pudiera parecer. Personajes tan conocidos
como Charles Darwin degustaban todo bicho viviente que se iban encontrando en
sus viajes y dejaban constancia de su buen o mal gusto y perteneció al “The
Glutton Club” (el Club de los Glotones).
Así que si en el futuro
tenemos que pasarnos al consumo intempestivo de ciertos animalitos, tal vez sea
el momento de dejarse de manías o bien tal vez sea interesante plantearse el
hacernos vegetarianos.
Los bondadosos alienígenas
Entre el mundo
científico, en general, hay dos grandes grupos de entre los que creen que las
civilizaciones extraterrestres pudieran existir: aquellos que creen que, de
existir, serían intrínsecamente benévolas y aquellos que suponen que si existen
serán agresivos e imperialistas.
Incluso podríamos añadir
otro punto de vista: independientemente de sus intenciones, tratar con ellos
sería un desastre para la Humanidad, pues si están menos avanzados que
nosotros, lo más probable es acabáramos abusando de ellos o incluso los
llevásemos a la extinción y si fuesen mucho más avanzados, ya hemos visto qué
sucede en nuestro mundo cuando la civilización avanzada entra en contacto con
la más primitiva: que esta segunda acaba pagando el pato y suele desaparecer al
cabo de poco tiempo.
Está claro que si los
alienígenas fuesen agresivos, ello sería un buen motivo para evitar su contacto
y huir de ellos como de la peste. De hecho, ya tardamos en sustituir nuestras
comunicaciones por ondas electromagnéticas, por cosas más “seguras” y menos
visibles desde el espacio, como la fibra óptica, por poner un ejemplo.
Si los alienígenas
fuesen benévolos y más avanzados que nosotros, tal vez estuviesen tan allá en
su tecnología y filosofía que fuesen totalmente incomprensibles. Incluso si
solamente fuesen algo más avanzados que nosotros, tal vez nos frustraría
obtener su tecnología directamente, a cambio de nada, en vez de desarrollarla
nosotros mismos.
No olvidemos que uno de
los elementos más excitantes del progreso científico y tecnológico es saber que
uno ha conseguido algo único, algo por primera vez. Si nos limitásemos a copiar
una tecnología preexistente, por muy excitante que fuese, creo que nos llevaría
a un callejón sin salida evolutiva.
Y en cualquier caso, por
benévolos que fuesen, me temo que acabaríamos sucumbiendo.
Es por ello que tal vez
no sean tan buena idea cosas como el proyecto SETI de búsqueda de inteligencias
extraterrestres. Una cosa es la vida y otra muy diferente es la inteligencia.
Tal vez encontrar vida inteligente en el cosmos, saber que no estamos solos
fuese la noticia más importante de toda nuestra historia como especie desde el
descubrimiento del fuego, pero también podría acabar siendo la más terrible y
demoledora.
Pero tal vez lo mejor y
lo peor del caso fuese que nos obligaría a mirarnos al espejo como especie y
mucho me temo que no nos gustaría demasiado lo que veríamos reflejado.
Pesimista que es uno.