13 marzo 2009

Lento, largo, largetto

Continuando en la línea del anterior post, parece que los escritores de ciencia ficción prospectiva no son especialmente buenos predeciendo el futuro, fenómeno que ya se ha tratado en multitud de lugares. Pero uno no deja de preguntarse cómo de esquivo puede ser el futuro para no poderlo aprehender más que por los pelos.

Así, hace apenas una década, el fenómeno de la telefonía móvil acababa de estallar. Un lustro antes, sólo los más tecnoforofos disponíamos de teléfono móvil y la gente nos miraba mal cuando utilizábamos en público el aparato. Hoy día, los niños pequeños han desarrollado dos superpulgares preparados para el envío masivo de SMS a sus compañeros de patio.

Pero el futuro maravilloso parece que no acaba de llegar. ¿Dónde está el supercoche del futuro, de conducción automática? No digo ya que tenga que volar, pero almenos nos podría llevar a los sitios sin esfuerzo y con gran seguridad, evitando los atascos y permitiéndonos gozar del paisaje. De acuerdo, los GPS ya han conseguido el increíble logro que los más patosos seamos capaces de atravesar una gigantesca conurbación sin tener que ser rescatados por el ejército, pero la cosa todavía está en pañales.

Asimismo, aunque los ordenadores lo controlan todo, seguimos muy lejos de dos grandes metas que nos había prometido la ciencia ficción: la computación cuántica y la inteligencia artificial. En lo primero, acaban de desarrollar un circuito integrado más o menos fiable... ¡de 2 qubits! Vaya, que la cosa aún está muy, muy verde.

En cuanto a la inteligencia artificial, no debemos temer porque un ordenador esquizofrénico nos desconecte la hibernación en un viaje interplanetario. Primero, porque dudo que le confiasen esa tarea a las actuales IAs; segundo, porque no tenemos técnicas de hibernación; y tercero, porque tampoco tenemos viajes interplanetarios.

A lo máximo que llegamos es a alguna idea loca de crear un hotel orbital, al que sólo podrían acudir los más ricos del planeta, posiblemente de contemplar sus rostros llenos de arrugas bajo la interesante óptica de la ingravidez. Poco más.

Tampoco tenemos base lunar permanente, ni viaje a Marte, ni ascensor espacial... a ver, desengañémonos, en muchos lugares del planeta la gente se muere todavía de hambre o causa de una disentería. No hemos sido capaces de derrotar al Sida o al cáncer todavía y parece ser que los antibióticos están empezando a perder efectividad.

Tal vez hayamos secuenciado el genoma humano, pero aún no sabemos bien bien cómo funciona. Cuanto más descubrimos, más cuenta nos damos de lo poco que sabemos. Y nuestra avanzada tecnología no ha sido capaz de desarrollar técnicas efectivas para luchar contra el cambio climático global.

No tenemos veleros solares espaciales, ni grandes centrales solares en el espacio que transmitan la energía a la Tierra mediante microondas, ni grandes centrales de fusión termonuclear, ni pastillas contra la calvicie.

En fin, que a pesar de los muchos avances habidos en las últimas décadas, uno no deja de sorprenderse de lo mucho que son capaces de imaginar los escritores de ciencia ficción en comparación con lo lento que va el desarrollo de las tecnologías correspondientes en el mundo real.

11 marzo 2009

Del 2001 al 2009

Aunque la ciencia ficción es mucho más que simple prospectiva futurista, hay que reconocer que algunas obras del género rompen moldes y nos acercan al futuro mucho más de lo que incluso la realidad se entozudece en mostrarnos.

Tal es el caso de 2001. Una odisea en el espacio, obra maestra cinematográfica de Stanley Kubrick, novelada por el escritor Arthur C. Clarke que, de un plumazo y como quien no quería la cosa, nos mostró algunos de los logros de principios del siglo XXI como algo realmente natural ya por aquel entonces.

Me refiero a cosas como una estación espacial habitada (por cierto, de una tecnología muchísimo más avanzada que la ISS actual, pues gracias a su carácter rotatorio era capaz de simular una cierta gravedad artificial), pantallas planas, máquinas sofisticadísimas de inteligencia artificial (Buenos días, Dave. ¿Una partidita de ajedrez?), máquinas que leen los labios o videoconferencias.

Aún nos queda por conseguir una nave interplanetaria más o menos efectiva, una base lunar permanente, una verdadera estación espacial, vuelos rutinarios a ésta, un HAL que cante 'Daisy, Daisy' y unas cuantas cosillas más.

Las películas de ciencia ficción de hoy en día parece que a lo máximo que llegan es a diseñar una interface basada en mover las manos en el aire como si tuviésemos espasmos, cosa que ha sido más o menos copiada por alguna marca de sistemas operativos para ofrecernos entornos gráficos supuestamente avanzados. En fin...

09 marzo 2009

¿A qué sabe la materia oscura?

A veces, no puedo evitar curiosear en alguno de esos programas sobre temas esotéricos que pululan por las ondas en casi todos los canales. Me divierte bastante que su gancho sea lo inexplicable. O mejor dicho, lo inexplicado, porque casi siempre quieren endosarnos alguna explicación más o menos peregrina de "su versión".

Pero la ciencia produce mejores y más genuinos rompecabezas, increíbles enigmas, desde los ámbitos más comunes de la vida hasta los rincones más escondidos del cosmos.

Por poner un par de ejemplos de cada: si todos los perros descienden del lobo, ¿cómo es posible que exista una diversidad genética tan enorme entre las diferentes razas de perro, máxime teniendo en cuenta que cuando un par de razas se cruzan, puede salir cualquier cosa del apareamiento? ¿De verdad un chihuaha desciende del majestuoso Canis lupus?

Otro: ¿Qué demonios es la materia oscura? ¿De qué está hecha? ¿Cuánta cabe en un bolsillo? ¿A qué sabe? Y, peor todavía, ¿qué demonios es la energía oscura? ¿Se alimentan los lores Sith de ella?

Bromas aparte, la ciencia es única generando todo tipo de nuevas preguntas y, por ende, de nuevos enigmas. Algo más tardía es la ciencia ficción a la hora de incorporarlos a su tejido narrativo, aunque hay excepciones.

Por ejemplo, hace un cierto tiempo, se pusieron de moda los pares EPR, que es algo relacionado con la mecánica cuántica y la sincronicidad. Bien, pues poco tardó Frederik Pohl en hacerlos aparecer en una de sus novelas (El mundo al final del tiempo) dándoles, encima, un toque humorístico (¿Se acuerdan de Wan-To?).

Pero hay enigmas científicos que no parecen haberse incorporado todavía demasiado en firme. Uno de ellos es la energía oscura, que tal vez es demasiado reciente. Supongo que es cuestión de tiempo.

No es que crea que la ciencia ficción sea tan sólo tecnociencia prospectiva o novelada, pero al menos una parte de ésta sí que lo es y me gustaría ver un poco más de imaginación en el panorama literario.

Por poner otro ejemplo, con la cantidad de descubrimientos habidos en la última década en genética o en neurociencias, no deja de ser algo doloroso ver como lo más sofisticado que se sacan de la manga algunos autores es el enésimo tipo de clon o algún refrito de las arcaicas teorías freudianas de la psique.

06 marzo 2009

El shock del futuro en la ciencia ficción

Acabo de leer un interesante artículo de Julián Díez en Prospectiva, titulado El próximo encogimiento del mercado de cf, que como siempre, hace reflexionar sobre el tema planteado y cuya atenta lectura os recomiendo encarecidamente.

En él plantea uno de mis mayores "temores" sobre el futuro, no ya del género, sino de la literatura en general: la posible sustitución del libro clásico de papel por el nuevo formato de libro electrónico.

Isaac Asimov tiene un magnífico ensayo en el que exalta las virtudes del libro clásico sobre las posibles ventajas que pudiera ofrecer el libro electrónico y llega a la conclusión que, de libros de papel, siempre habrá. Yo no soy tan optimista.

Tal vez es que soy un poco chapado a la antigua y a pesar de que trabajo en una profesión -la informática- en la que se vive en cambio acelerado, soy un poco víctima del shock del futuro toffleriano y me aferro a los referentes tradicionales para no ser devorado por la vorágine, como el jinete en la onda del shock...

Es indudable que el libro electrónico ofrece una serie de ventajas indiscutibles, a saber, contamina menos (no es necesario talar árboles para su elaboración), disminuye el espacio de almacenamiento de los contenidos, facilita el flujo de información y vuelve obsoletos conceptos tales somo saldos, gangas, incunables o descatalogados, tan temidos para el completista lector-acaparador de género.

Pero también es innegable que el placer que ofrece una tranquila lectura de un cómodo libro de papel, la posibilidad de hojearlo (y de ojearlo), el podérselo llevar a cualquier lugar sin necesidad de preocuparse por recargar sus baterías también son ventajas a favor del formato tradicional.

Aunque lo que siempre me ha preocupado más del libro electrónico no es la pérdida del fetichismo de acumular objetos de colección, sino la obsolescencia del saber. Quiero decir, que al final, todo el saber de la Humanidad tiende a almacenarse en formato electrónico. Un buen ejemplo de ello es internet, la mayor biblioteca del mundo de conocimientos.

¿Se ha planteado alguien la desgracia que resultaría para la Humanidad una tormenta solar de grandes proporciones que inutilizase nuestros dispositivos electrónicos? Un libro siempre puede leerse. Basta con que haya luz suficiente. Pero un dispositivo electrónico es algo sumamente complejo que se sustenta en una tecnología muy sofisticada.

De hecho, ya tenemos problemas de compatibilidad entre formatos entre documentos. Aquellos que teníamos cintas de cassette o de vídeo hemos tenido que pasarnos al formato digital de los CD o de los DVD y la carrera no parece haber concluido.

Poder leer un documento de texto editado con un antiguo procesador de textos -eso suponiendo que el formato en que esté grabado sea todavía compatible con los que disponemos en nuestros ordenadores- puede ser algo digno de la arqueología. De hecho, se ha desarrollado toda una nueva disciplina del saber: la arqueoinformática.

Así pues, con el tiempo, para evitar estos problemas, los contenidos se almacenarán en alguna red a fin de que no tengamos que preocuparnos por posibles evoluciones de formatos. Éstos se actualizarán automáticamente o se convertirán en estándares más o menos sucesivamente compatibles.

Y aquí llegamos a tener todo el saber de la Humanidad centralizado en una red. No sólo un problema de seguridad, sino una terrible tentación para los estados o para ciertos corpúsculos a la hora de reescribir la historia, censurar informaciones o difundir ciertos conocimientos o noticias...