Magnolias de acero
Debido a la tragedia del covid-19, hemos
podido ver con dolor y una cierta rabia, cómo este virus se cebaba
especialmente con la gente mayor y cuando entraba en una residencia, las
víctimas empezaban a salir con los pies por delante en grandes cantidades. Una
verdadera tragedia.
Pero las residencias generalmente suelen
albergar un drama bastante más terrible, muchas veces: la de personas mayores,
a veces solas, sin más familiares ni nadie que se preocupe de ellas (porque no
tienen familiares o porque los familiares pasan de ellos).
En esos casos, estamos ante ancianos y
ancianas que lo único que pueden hacer es esperar a que les llegue el turno, a
que la parca determine su final, que están literalmente, esperando la muerte.
He estado en alguna ocasión en alguna
residencia y a veces esos ancianos los ves cerca de la puerta. Están en sus
sillas de ruedas, con la mirada vidriosa, esperando que les llegue el momento.
Es verdaderamente desolador. A mí se me cae el alma a los pies.
Uno de los relatos de ciencia ficción
que mejor ha tratado esta situación es “Flores de invernadero” (“Hothouse
Flowers”, 1999), traducida en algún lugar como “Flores de estufa”, de Mike
Resnick, en los que el autor traza la comparación entre los cuidados que se les
da a la flores de invernadero y los que se les da a los ancianos y que denuncia
el cuidado más allá de todo sentido que se les ofrece a unas personas que hace
tiempo ya que se fueron.
Para acabar con un toque positivo,
quiero citar una de las escenas que tengo grabadas en la retina desde hace
muchos años. Aparece en la película 2010. Odisea dos (1984) y en ella
podemos ver al fantasma del astronauta desaparecido David Bowman, cómo peina
amorosamente el pelo blanco de su madre, internada en una residencia, justo
antes de que esta muera con una mueca de felicidad en su rostro.
No hay dos sin tres
1920 fue un año importante para la
ciencia ficción. En este año nacieron Isaac Asimov y Ray Bradbury, de los
cuales ya hemos hablado, pero también nació otro conocido escritor de ciencia
ficción: Frank Herbert, autor de la aclamada Dune (1965).
Franklin Patrick Herbert Jr. nació en la
ciudad de Tacoma, en el estado de Washington, el 8 de octubre de 1920. Trabajó
como periodista, fotógrafo, crítico literario, consultor ecológico y
conferenciante. Parte de su formación profesional se verá reflejada en su obra,
especialmente en Dune y sus secuelas.
El entorno familiar de Herbert era
complicado. Nació en una familia humilde, de la que escapó y fue a vivir con
unos tíos suyos a Salem (Oregón) y empezó de muy joven a trabajar en un
periódico local.
Durante la II Guerra Mundial sirvió unos
meses como fotógrafo y luego recibió un alta médica. Poco después se casó y se
trasladó a vivir a California, aunque se divorció de su mujer en 1945.
Volvió a casarse en 1946 con una mujer
que conoció en unas clases en la Universidad de Washington sobre escritura
creativa. En 1949 se mudó con su esposa a California, donde se hizo amigo de
unos psicólogos que le introdujeron en las ideas de Freud, Jung, Jaspers,
Heiddeger y en el budismo zen. Esta curiosa amalgama de influencias tendría una
cierta importancia en sus obras posteriores.
Escribió sus primeros relatos en 1952,
para la revista Startling Stories. Poco después publicaría su primera
novela: El dragón en el mar (Dragon in the Sea). En esta época
trabajó como redactor de discursos para el senador republicano Guy Cordon.
Su gran éxito le llegó con Dune,
formada inicialmente por dos partes que acabaron siendo una única novela. Esta
obra monumental, que acabó por ser un icono de la contracultura universitaria
de la época, fue rechazado inicialmente por veinte editores hasta que encontró
uno que lo publicó y el resto ya es historia.
El origen de Dune hay que
buscarlo en un artículo que debía escribir sobre las dunas de arena de Oregón,
para una publicación estatal, en el que acabó involucrándose demasiado. El
artículo nunca fue escrito, pero el resultado acabó siendo la conocida novela.
En 1974 su mujer contrajo cáncer y
aunque sobrevivió una década, su salud se resintió enormemente. En 1984, su
mujer murió, pero también fue el mismo año en que David Lynch lanzó su versión
cinematográfica de Dune, que lo encumbró a la fama.
Aún tuvo tiempo de volverse a casar y
dos años después, tras una cirujía por cáncer de páncreas, moría en 1986, en
Wisconsin, a los 65 años.
Sus escritores favoritos del género
eran, según el propio Herbert: H. G. Wells, Robert A. Heinlein, Poul Anderson y
Jack Vance.
Otras novelas de Herbert, consideradas
por muchos, como menores fueron Destino: el vacío, Los ojos de
Heisenberg, La barrera Santaroga
o la serie de la cosintienza (Estrella Flagelada y El
experimento Dosadi).
En muchas de estas novelas aparecen
ideas y situaciones ciertamente cercanas al surrealismo. Algunas se hacen hasta
difíciles de seguir o de entender y recuerdan vagamente a Philip K. Dick,
aunque más que cuestionarse la realidad, Herbert parece decir que la realidad
es más rara, rara, rara.
Dune, su obra capital, fue la primera gran novela ecológica de
la ciencia ficción, pero en ella aparece también política, intriga, religión,
historia y muchos más componentes, que la hacen difícil de catalogar, siendo
esta una obra muy sui generis.
Sus secuelas, tuvieron menos éxito,
aunque también contienen elementos interesantes. Su hijo, Brian Herbert, ha
seguido explotando el filón que dejó abierto el padre con una serie de
precuelas y secuelas, ayudado por el escritor Kevin J. Anderson.
Dune ha sido llevada al cine por David Lynch y también en
formato de serie de televisión en el año 2000 (Dune) y 2003 (Hijos de
Dune). Actualmente se está realizando una nueva adaptación cinematográfica.
El imaginario de Dune es
ciertamente espectacular y resulta difícil olvidarlo una vez es conocido:
Arrakis, los gusanos de arena, la especia melange, el Kwisatz Haderach, las
Bene Gesserit, los mentat, los Atreides y los Harkonnen, los fremen, la
Cofradía de la CHOAM, los navegantes espaciales… La lista es larguísima y forma
parte de un tupido tapiz en el que múltiples tramas e ideas se entretejen. No
en vano es considerada por muchos como una obra capital de la ciencia ficción y
uno de sus ejemplos más destacados.
Arecibo, mon amour
“Nada dura para siempre… Hasta el
reinado más largo y brillante debe llegar a su fin, algún día.”. Así comienza la serie británica House
of Cards, interpretada en su papel principal de Francis Urquahart por
Ian Richardson y que tuvo hace poco un exitoso remake norteamericano
interpretado por Kevin Spacey, en una serie de nombre homónimo.
Ciertamente, nada dura para siempre. Hoy,
diversos blogs han abierto con la noticia según la cual, Estados Unidos ha
decidido desmantelar el enorme radiotelescopio de Arecibo, en la isla de Puerto
Rico, famoso en el cine por haber aparecido en películas como Goldeneye
(1995) o Contact (1997).
En el año 1974 se envió una señal
codificada que supuestamente sería inteligible para una civilización
extraterrestre, donde se indicaba la posición de la Tierra. Ya entonces hubo
una cierta polémica, porque no todo el mundo estaba de acuerdo con que revelásemos
la ubicación de la Tierra a una posible civilización alienígena belicosa. De todas
formas, hace décadas que emitimos señales electromagnéticas al espacio, así que
no creo que venga de aquí.
Una posible civilización extraterrestre lo
tendría relativamente fácil para localizarnos si fuese lo suficientemente avanzada.
No son precisas señales específicas com las de Arecibo.
Lo cierto es que el radiotelescopio ha
envejecido. Dos cables se rompieron y al parecer, no hay manera segura de repararlos.
O eso dicen. Tal vez sea una excusa. Sea como fuere, el gobierno ha decidido
desmantelarlo y si te he visto no me acuerdo.
Tampoco pasa nada. Actualmente hay
radiotelescopios y arrays de radiotelescopios distribuidos por tota la
Terra, mucho más potentes que el de Arecibo. Los chinos hace poco inauguraron
uno. Por medios, que no sea.
Pero Arecibo fue de los primeros. Estaba
muy ligado al SETI (el programa de búsqueda de inteligencia extraterrestre) dentro
del imaginario collectivo de los astrónomos y de los amantes de la ciencia
ficción. Y da una cierta pena que ahora esté a punto de desaparecer.
Naturalmente, es demasiado grande como para guardarlo en un museo.
Nada no dura para siempre…
Correlaciones: Buenas noticias desde el Vaticano
La lectura de la prensa siempre deja
perlas muy interesantes. Por ejemplo, leo en internet que “el Papa Francisco
pide rezar para que los robots ‘siempre sirvan a la humanidad’” (y no se
vuelvan en contra de ella). Lo encuentro delicioso. La teología al rescate de
la inteligencia artificial.
Por supuesto, siempre tendremos las tres
leyes de la robótica asimovianas, pero por si acaso, nunca está de menos rezar,
claro.
Esto me ha recordado a un curioso y un
tanto surrealista relato de Robert Silverberg titulado: “Buenas noticias del
Vaticano” ("Good News from the Vatican", 1971, ganador del Premio
Nebula 1972 de relato corto).
En él se describe cómo un cardenal robot
es elegido Papa de Roma. El primer Papa robot. En la elección toma parte
incluso la mismísima computadora del Vaticano (sic), quien parece que tiene voz
y voto junto al Sacro Colegio Cardenalicio.
Como se dice en el relato: “Cada
época tiene el Papa que se merece […] ¿Quién puede dudar de que el Papa más
adecuado para nuestros tiempos es un robot? En algún futuro no muy lejano puede
llegar a ser deseable que el Papa sea una ballena, un automóvil, un gato o una
montaña”.
Es cierto que el Vaticano siempre se ha
plegado un poco al signo de los tiempos, pero en verdad os digo que antes
escogerán un Papa robot que a una mujer o a un transexual. Creo que antes
escogerían a un gato y eso que dicho animal tiene una cierta fama demoníaca.
En fin, que ya me veo cuando aparezcan
las primeras IAs más o menos operativas, que los obispos iniciarán un debate
acerca de si tienen alma y si son hijas/os de Dios. Tal vez la carrera del
obispado de Roma no les sea negada. Quizás desconectarlas sea el equivalente
humano del aborto. En fin, cosas más raras se han visto, ¿no?
Caliagnosia
Recomendaba hace poco el incombustible y
siempre interesante Sergio Parra en su canal Baker Café, la novela corta
de Ted Chiang: “¿Te gusta lo que ves? (Documental)” (“Liking What You See: A
Documentary”, 2002), contenido en su maravillosa recopilación de relatos La
historia de tu vida (Stories of Your Life and Others), como ejemplo
de cómo la gente discrimina a sus semejantes en función de si son guapos o
feos.
Se trata de un relato narrado como si
fuese el guion de un documental acerca de la Caliagnosia, un supuesto
tratamiento mental que permite alterar el cerebro de manera que este no perciba
la belleza o la fealdad de los rostros humanos.
En el mundo de la Caliagnosia
(que significa agnosia de lo bello; agnosia es algo así como no
percepción, no conocimiento) hay individuos que tienen este sistema activado
desde pequeños por decisión de sus padres y cuando son mayores de edad, pueden
decidir si lo mantienen o lo desconectan. Algunos lo mantienen y otros no. Y
algunos prueban y después vuelven a su estado inicial.
El relato es profundamente reflexivo. No
te atrapa, no narra una aventura, pero te hace pensar bastante en qué
entendemos por gente guapa y gente fea; cómo los promocionamos o discriminamos
negativamente; cómo interactuamos con ellos y cómo sería el mundo con este
sistema, si no hubiese prejuicios.
La verdad es que el relato te va
posicionando ora a favor, ora en contra y vas dando continuamente bandazos. De
todas maneras, más que una posición concreta, lo interesante son las
reflexiones acerca de la caliagnosia que se hacen.
Mi postura personal es que aunque este
sistema, aparentemente podría ser interesante para luchar contra cierto tipo de
prejuicios, prefiero la educación, que es algo que respeta más la libertad
individual, que no “cegar” la belleza o la fealdad de los rostros de nuestros
semejantes.
Por otro lado, una de las reflexiones
que se hacen es la de que vivimos en una sociedad tan políticamente correcta,
que llegará un día en que cualquier prejuicio estará mal visto. Esto, que
aparentemente sería muy deseable, podría convertirse en un verdadero infierno.
Imaginad: ni una sola palabra fuera de
lugar, nada de chistes, ni humor (siempre resulta ofendido alguien), las
películas antiguas y las novelas deberían ser refilmadas/reescritas o
directamente censuradas para no molestar a nadie… De hecho ya estamos yendo
hacia ese mundo hipercorrecto que a mí, particularmente, me molesta hasta la
náusea.
Si alguien criticó esto con mordacidad, fue
Alex de la Iglesia en su magnífica película Acción Mutante (de la que
hablaré próximamente), en la que se nos muestra una insurrección de gente fea,
tarada y deforme en contra de un mundo insulso, lleno de pijos, guapos y ricos.
Campos de conciencia
Según un estudio de Johnjoe McFadden,
profesor de Genética Molecular de la Universidad de Surrey, el campo
electromagnético generado por las neuronas de nuestro cerebro sería el
responsable de la conciencia.
El concepto de conciencia es complicado
y hasta ahora nadie ha dado una explicación científica satisfactoria sobre el
tema. Desde fenómenos cuánticos (Roger Penrose, dixit), fenómenos
emergentes y ahora campos electromagnéticos.
Si esto fuese cierto, se abrirían
múltiples posibilidades para interferir o hasta duplicar y transferir la
conciencia, tal vez, de un humano a un ordenador o viceversa. También se
abrirían nuevas posibilidades de estudio para dotar a las máquinas de
conciencia.
La verdad es que la cosa está todavía
muy en pañales y solo es una propuesta, pero quizá no vaya muy desencaminada.
Es posible que la conciencia no sea, por lo tanto, algo exclusivamente humano o
algo ligado a la inteligencia. Puede que sean incluso posibles inteligencias
colectivas, como nos ha propuesto la ciencia ficción (los insectores de
Orson Scott Card o los Borg de Star Trek).
Tal vez el futuro nos deparará ambientes
como los descritos en la corriente cyberpunk de la ciencia ficción, en
que la conciencia y los conocimientos de una persona podrán ser transferidos a
una máquina y se abrirá una vía a la inmortalidad de facto.
Las posibilidades son realmente enormes.
Es posible que la conciencia sea una confluencia de factores y no solo obedezca
a una única causa, como el campo electromagnético propuesto. Pero lo que está
claro es que ahora se ofrece una posbilidad práctica de estudio de la
conciencia, para ver si tiene o no tiene qué ver con los pulsos
electromagnéticos generados por las neuronas cerebrales. Veamos a dónde nos
conduce.