31 enero 2020

Duérmete niño


Leo en prensa: “El análisis de las músicas de 315 culturas del mundo muestra que los humanos utilizamos las mismas melodías cuando queremos cantar una nana, una canción de amor o un canto religioso. Y que somos capaces de reconocer estos patrones, sea cual sea nuestro lugar de procedencia.”

Parece que a parte de la capacidad universal que tiene el cerebro humano de aprender idiomas, postulada por Noam Chomsky, la cosa tiene más miga y el “alfabeto” universal puede extenderse a la música, o almenos, a ciertos tipos de música.

¿Será realmente cierto que la música es un lenguaje universal? Bueno, tanto como universal, lo dudo. Entre humanos, como mucho. Cabría ver si también afecta de manera similar a otros primates.

Lo que está claro es que nuestros alienígenas terrestres (delfines y ballenas) tienen sus propios cantos y parece que tienen que ver muy poco con los nuestros. Si no existe universalidad entre especies inteligentes de un mismo planeta, supongo que menos la habrá entre supuestos aliens extraterrestres y nosotros.

En todo caso, es interesante saber que todos los humanos compartimos algo más en común, en este caso, las canciones. Buenas noticias para los que creemos en la fraternidad universal por encima de las legítimas diferencias culturales entre unos y otros.

Todo esto me lleva a recordar la novela de Chuck Palahniuk, Nana (Lullaby, 2002), con bastante mala baba, por cierto, en la que el canto de una nana produce la muerte del bebé al que se le canta. Espero que las universalidades tengan mejores usos.



30 enero 2020

Correlaciones: De Marte a Nueva Delhi


Recuerdo que me impactó bastante un detalle de la película Desafío total (Total Recall, 1990, dirigida por Paul Verhoeven), basada en el relato de Philip K. Dick, “Podemos recordarlo por usted al pormayor” (”We Can Remember It for You Wholesale”, 1966) en que en un planeta Marte colonizado por los seres humanos (pero no terraformado), estos sobrevivían bajo cúpulas en las que se generaba una atmósfera artificial.

Eso sí, nada es gratis. El aire respirable tenía un precio y el dueño de la colonia no tenía el menor escrúpulo en restringir el acceso a este bien preciado cuando los colonos no podían pagar por él o si se sublevaban. Algo parecido sucede en algún capítulo de la serie televisiva The Expanse. ¿Ciencia ficción?

En Nueva Delhi, en la India, el aire se ha vuelto tan irrespirable debido a la contaminación atmosférica, que se están abriendo por doquier locales en los que se sirve oxígeno más o menos puro, con diferentes aromas, eso sí. ¿A esto hemos llegado?

Después de tener que pagar por el agua, un bien que hace tan solo un siglo nos hubiera parecido irrisorio que tuviese un coste, ahora en algunos lugares de la Tierra ya empezamos a cobrar por el aire, un bien común. No deja de ser preocupante.

Estamos muy obsesionados con el cambio climático y lo que nos pueda suceder dentro de 50 años, pero lo cierto es que en muchas ciudades del planeta, el infierno se desata periódicamente, como en la India, en China o en México. El aire se vuelve irrespirable, se disparan todos los límites aceptables de gases contaminantes y la gente empieza a morir por enfermedades ligadas a la respiración.

Tal vez que empecemos a preocuparnos más por eso. No quiero decir que no tengamos que preocuparnos por el cambio climático, pero hay problemas que están aquí, que matan a miles de personas cada año (creo que me quedo corto) y parece que no están en la agenda de demasiados gobernantes.


28 enero 2020

Taquiones


En muchas obras de ciencia ficción aparecen unas misteriosas partículas llamadas taquiones, que tendrían la característica de viajar más deprisa que la luz y nos permitirían comunicarnos con el pasado. ¿Son reales?

Podría hacer un chiste y decir que no son reales, pues tendrían masa imaginaria (sea eso lo que sea; si ya me cuesta entender qué es una masa o una energía negativa, no veas con una masa imaginaria).

Los taquiones serían unas partículas que siempre viajan a una velocidad superior a la de la luz. Según esto, existirían tres tipos de partículas: los “tardiones”, que viajan siempre a una velocidad inferior a la de la luz, como pueden ser los protones o los electrones; los “luxones”, que viajan exactamente a la velocidad de la luz, ni más ni menos, como serían los fotones; y los taquiones, que siempre viajan a una velocidad superior a la de la luz.

Estas misteriosas partículas, caso de existir, podrían ser detectadas, pues emitirían radiación de Cerenkov, que es fácilmente medible, pero por desgracia violarían el principio de causalidad (esto es, que las causas preceden siempre a los efectos) y esto no gusta demasiado a los físicos.

A día de hoy, nadie ha detectado jamás un taquión y la mayoría de los físicos creen que no existen, pero claro, nunca se sabe.

En ciencia ficción, se aprovechan estas extrañas características para justificar máquinas del tiempo que permiten viajar al pasado e infligir todo tipo de paradojas, para disfrute del lector, pero me temo que no dejan de ser simples constructos de la imaginación.

Otra posibilidad de viajar en el tiempo sería mediante agujeros de gusano, aunque de eso ya hablaremos otro día.