Duérmete niño
Leo en prensa: “El
análisis de las músicas de 315 culturas del mundo muestra que los humanos
utilizamos las mismas melodías cuando queremos cantar una nana, una canción de
amor o un canto religioso. Y que somos capaces de reconocer estos patrones, sea
cual sea nuestro lugar de procedencia.”
Parece que a parte de la
capacidad universal que tiene el cerebro humano de aprender idiomas, postulada
por Noam Chomsky, la cosa tiene más miga y el “alfabeto” universal puede
extenderse a la música, o almenos, a ciertos tipos de música.
¿Será realmente cierto que
la música es un lenguaje universal? Bueno, tanto como universal, lo dudo. Entre
humanos, como mucho. Cabría ver si también afecta de manera similar a otros
primates.
Lo que está claro es que
nuestros alienígenas terrestres (delfines y ballenas) tienen sus propios cantos
y parece que tienen que ver muy poco con los nuestros. Si no existe
universalidad entre especies inteligentes de un mismo planeta, supongo que
menos la habrá entre supuestos aliens extraterrestres y nosotros.
En todo caso, es
interesante saber que todos los humanos compartimos algo más en común, en este
caso, las canciones. Buenas noticias para los que creemos en la fraternidad
universal por encima de las legítimas diferencias culturales entre unos y otros.
Todo esto me lleva a
recordar la novela de Chuck Palahniuk, Nana
(Lullaby, 2002), con bastante mala baba, por cierto, en la
que el canto de una nana produce la muerte del bebé al que se le canta. Espero
que las universalidades tengan mejores usos.
Correlaciones: De Marte a Nueva Delhi
Recuerdo que me impactó
bastante un detalle de la película Desafío total
(Total Recall, 1990, dirigida por Paul Verhoeven), basada en
el relato de Philip K. Dick, “Podemos recordarlo por usted al pormayor”
(”We Can Remember It for You Wholesale”, 1966) en que en un
planeta Marte colonizado por los seres humanos (pero no terraformado), estos
sobrevivían bajo cúpulas en las que se generaba una atmósfera artificial.
Eso sí, nada es gratis. El
aire respirable tenía un precio y el dueño de la colonia no tenía el menor
escrúpulo en restringir el acceso a este bien preciado cuando los colonos no
podían pagar por él o si se sublevaban. Algo parecido sucede en algún capítulo
de la serie televisiva The Expanse. ¿Ciencia ficción?
En Nueva Delhi, en la
India, el aire se ha vuelto tan irrespirable debido a la contaminación
atmosférica, que se están abriendo por doquier locales en los que se sirve
oxígeno más o menos puro, con diferentes aromas, eso sí. ¿A esto hemos llegado?
Después de tener que pagar
por el agua, un bien que hace tan solo un siglo nos hubiera parecido irrisorio
que tuviese un coste, ahora en algunos lugares de la Tierra ya empezamos a
cobrar por el aire, un bien común. No deja de ser preocupante.
Estamos muy obsesionados
con el cambio climático y lo que nos pueda suceder dentro de 50 años, pero lo
cierto es que en muchas ciudades del planeta, el infierno se desata
periódicamente, como en la India, en China o en México. El aire se vuelve
irrespirable, se disparan todos los límites aceptables de gases contaminantes y
la gente empieza a morir por enfermedades ligadas a la respiración.
Tal vez que empecemos a
preocuparnos más por eso. No quiero decir que no tengamos que preocuparnos por
el cambio climático, pero hay problemas que están aquí, que matan a miles de
personas cada año (creo que me quedo corto) y parece que no están en la agenda
de demasiados gobernantes.
Taquiones
En muchas obras de ciencia
ficción aparecen unas misteriosas partículas llamadas taquiones, que tendrían
la característica de viajar más deprisa que la luz y nos permitirían
comunicarnos con el pasado. ¿Son reales?
Podría hacer un chiste y
decir que no son reales, pues tendrían masa imaginaria (sea eso lo que sea; si
ya me cuesta entender qué es una masa o una energía negativa, no veas con una
masa imaginaria).
Los taquiones serían unas
partículas que siempre viajan a una velocidad superior a la de la luz. Según
esto, existirían tres tipos de partículas: los “tardiones”, que viajan siempre
a una velocidad inferior a la de la luz, como pueden ser los protones o los
electrones; los “luxones”, que viajan exactamente a la velocidad de la luz, ni
más ni menos, como serían los fotones; y los taquiones, que siempre viajan a
una velocidad superior a la de la luz.
Estas misteriosas
partículas, caso de existir, podrían ser detectadas, pues emitirían radiación
de Cerenkov, que es fácilmente medible, pero por desgracia violarían el
principio de causalidad (esto es, que las causas preceden siempre a los
efectos) y esto no gusta demasiado a los físicos.
A día de hoy, nadie ha
detectado jamás un taquión y la mayoría de los físicos creen que no existen,
pero claro, nunca se sabe.
En ciencia ficción, se
aprovechan estas extrañas características para justificar máquinas del tiempo
que permiten viajar al pasado e infligir todo tipo de paradojas, para disfrute
del lector, pero me temo que no dejan de ser simples constructos de la
imaginación.
Otra posibilidad de viajar
en el tiempo sería mediante agujeros de gusano, aunque de eso ya hablaremos
otro día.