31 julio 2008

La caída de otro gran mito

Acabo de leer en internet que se disponen a llevar al cine una adaptación de la novela de ciencia ficción Fundación de Isaac Asimov. ¡Seldon bendito! No es que me ponga en plan fundamentalista, pero espero que no lo hagan de la misma manera que con Yo, Robot, película, por cierto, que ni he visto ni pienso ver a menos que me sometan a tortura.

Personalmente, soy de la opinión que "mejor no meneallo", pero si no queda más remedio (don Dólar manda), al menos podrían llevar a cabo una serie bien concebida. Fundación no tiene demasiado sentido como película y en cambio sí que podría dar buenos resultados como serie. De hecho, hace tiempo se habló de un proyecto en este sentido que parece no haber fructificado.

No puedo tomarme la noticia demasiado en serio. A fin de cuentas, me temo lo peor. Supongo que no pondrán a Will Smith en el papel de Hari Seldon y reservarán ese puesto a algún actor ancianito y benévolo de Hollywood (yo creo que Ian McKellen lo haría de fábula o si le queremos conferir un toque más siniestro al personaje, Christopher Lee). Pero no descartaría tampoco que Seldon fuese negro. En ese caso, prefiero a Morgan Freeman.

También supongo que feminizarán algún personaje, ya que en la novela original todos son hombres. Por suerte, siempre pueden tirar del filón de las precuelas fundacionales. Tal vez introduzcan a Wanda Seldon o a la mujer de Hari Seldon, el tigre Dors. ¿Qué tal Judi Dench?

Más curiosidad tengo por ver quién interpreta al Emperador Cleón (¿Patrick Stewart?) o al matemático Gaal Dornick y, por supuesto, al incomparable Salvor Hardin. Por suerte, podemos estar casi seguros que para ninguno de estos papeles van a contar con Arnold Schwar...uff. Está demasiado ocupado con papel de su vida.

En fin, que si la cosa prospera, ya pueden ir buscando a un Mulo creíble, cosa que va a ser francamente difícil. Claro que con la de actores anoréxicos que hay hoy día, tampoco tendría que ser excesivamente difícil.

30 julio 2008

Una lectora poc corrent / Alan Bennet

Una lectora poc corrent
Alan Bennet
Ed. Empúries


Edición en castellano:

Una lectora nada común
Alan Bennet
Ed. Anagrama


En Una lectora nada común estamos ante un libro irónico, especulativo y delicioso que se lee de un tirón y que plantea una cuestión bastante curiosa: ¿qué sucedería si la reina de Inglaterra se aficionase a la lectura?

Durante la novela podemos ver cómo la reina de Inglaterra evoluciona desde una posición de intransigencia supina y de insensibilidad respecto de sus súbditos a posiciones mucho más humanas y un aumento de sus capacidades intelectuales.

Pero esto, lejos de contentar a sus súbditos, los incomoda, especialmente a los miembros de la Corte y del Gobierno que ven como una molestia enojosa las ansias lectoras de Su Majestad.

El libro, escrito en clave irónica, con un par de personajes secundarios bastante divertidos, contiene algunas escenas realmente sarcásticas, como la de la detonación del libro o la de la visita de un antiguo secretario de la Reina a Palacio, por no olvidar la escena inicial en que la reina le plantea una comprometida cuestión literaria al Presidente de la República francesa o la llamada intempestiva al arzobispo de Canterbury.

Tal vez, la parte más interesante del libro sea el discurso final de la reina ante el Consejo del Reino, en que plantea una serie de cuestiones que no por lógicas, dejan de ser espinosas, a la vez que comprometidas.

Ya lo decían hace tiempo: la lectura es una droga peligrosa que expande la conciencia. Tal vez por ello esté tan mal vista en nuestro país, en donde los índices de lectura son tan bajos que casi rozan el Infierno.

29 julio 2008

El eterno ritornello

Acabo de leer una entrevista a Miquel Barceló en Babelia bastante interesante en la que insiste en algunos de los temas de discusión clásica sobre la ciencia ficción. Uno de ellos, que yo llamo el eterno ritornello, porque va y viene continuamente, es la supuesta crisis que atraviesa actualmente el género.

Según Barceló, la ciencia ficción ha muerto de éxito. Tras la desaparición de la generación de los clásicos (Asimov, Clarke, Heinlein, Lem, Zelazny, Dick, etc.) y la senectud de los pocos "maestros" que aún quedan (Aldiss, Pohl, Harrison, Ballard), la ciencia ficción ha alcanzado la madurez.

De hecho, ha tenido tanto éxito que ha trascendido el género y es utilizada como temática habitual por parte de escritores de fuera del género (lo que se conoce en el mundillo como mainstream, o corriente principal).

A esto hay que sumarle dos importantes fenómenos adicionales: el éxito rotundo que está viviendo la fantasía en la actualidad, con autores como George R. R. Martin o Andrzej Sapkowsky y la pérdida de interés en la ciencia ficción por parte de jóvenes y no tan jóvenes.

El primer fenómeno es bastante evidente. Un autor de ciencia ficción clásica como Martin está arrasando con sus obras de fantasía, concretamente con La canción de hielo y fuego. El polaco Andrzej Sapkowsky está teniendo también una gran repercusión con las historias del mago Gerald de Rivia y otros autores, a caballo de la ciencia ficción y la fantasía, como Ursula K. LeGuin, parecen haberse visto abocados casi exclusivamente a esta última.

No perdamos de vista que incluso una autora de ciencia ficción reciente y de gran éxito como Lois M. Bujold y su serie de space opera militar de Vorkosigan, parece haberse decantado también por la fantasía.

Por otro lado, el futuro ya no es lo que era. ¿Qué interés tiene hablar de gadgets tecnológicos futuristas si la realidad los acaba dejando obsoletos en pocos años? La gente no está interesada en la ciencia ficción en parte porque ésta no se diferencia excesivamente de la realidad.

Asimismo, los principales consumidores tradiciones de ciencia ficción, los jóvenes, dedican su tiempo a navegar por internet o a ver la televisión y cada vez leen menos, cosa que también sucede con gente de edad más madura.

Por si fuera poco, en el caso de España, el mercado sale de una saturación de títulos para entrar en una cierta crisis que hace que las grandes editoriales, que buscan beneficios rápidos y jugosos, estén desinvirtiendo en la ciencia ficción, mientras que las editoriales pequeñas y medianas parecen haber encontrado un nicho de mercado aceptable.

Como consecuencia de ello, cuesta que lleguen al mercado español los nuevos autores que están surgiendo en otros países, por lo que se tira de reediciones de clásicos o se apuesta por valores más o menos consolidados.

Todo esto le lleva a la pesimista conclusión que la ciencia ficción está de capa caída y que esta vez las cosas están más difíciles que en situaciones parecidas.

En mi opinión, el análisis es bastante certero. Yo añadiría que las temáticas clásicas de la ciencia ficción están bastante agotadas. Tanto la ciencia ficción hard como la soft han explotado mil y una vez los mismos filones. El cyberpunk no deja de ser una especie de tecnothriller y las obras que analizan el futuro cercano cada vez pueden considerarse menos ciencia ficción.

No parecen surgir nuevas tendencias dentro del género, más que el tan cacareado mestizaje de géneros que no es, sino a mi modo de ver, la disolución de las esencias de la ciencia ficción en algo que no es propiamente ciencia ficción. No tengo nada en contra, pero creo que trasciende el género y no puede incluirse propiamente en él.

Así pues, si los nuevos autores apenas nos llegan y el género parece estancado, si cada vez nos queda menos tiempo para leer y las grandes editoriales abandonan el barco, no veo el futuro del género muy halagüeño.

Por otro lado, está quien cree que en el siglo XXI se dará la verdadera eclosión de la ciencia ficción, al ser sus planteamientos plenamente aceptados dentro de la corriente general. La muerte por disolución, vaya. El tiempo lo dirá.

28 julio 2008

La moderna Atlántida

La historia tiene sus detalles y a veces son tan peculiares y asombrosos que nos dejan dubitativos. Un sorprendente ejemplo lo encontramos en el Apocalipsis del Nuevo Testamento:

"El tercer ángel tocó la trompeta. Una gran estrella cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Las aguas se convirtieron en ajenjo. Muchos murieron a causa de las aguas."

En el año 1986, nos visitó una "estrella" muy reconocida: el cometa Halley. Pero, ¿qué más sucedió en 1986? Sí, el accidente nuclear de Chernobyl. ¿Sabéis qué significa Chernobyl en ucraniano? Ajenjo. ¿Tiene gracia, no? Cuando uno quiere ver pautas ocultas, las acaba viendo por todas partes. O como reza el dicho, para quien tiene un martillo, todos los problemas asemejan clavos.

Todos hemos oído hablar de la archiconocida leyenda de la Atlántida. Han llovido ríos de tinta sobre la Atlántida, los atlantes, las causas de su hundimiento, sus descendientes y, sobre todo, su ubicación. Todos coinciden en que una gran civilización se hundió bajo las aguas del mar.

Es curioso, porque a veces tenemos atlántidas delante de nuestras narices y no lo sabemos. La ciudad de Alejandría, capital del Egipto helenístico y romano, desapareció en parte bajo las aguas del Mediterráneo. Se hundió. La causa no fue un terremoto o un castigo divino, sino que se hundió por su propio peso.

El suelo alejandrino cercano a la costa debía soportar tanto peso debido a los enormes y suntuosos templos, que su misma grandeza supuso su perdición. Los arqueólogos han tenido que ponerse aletas y bombonas de oxígeno para poder rescatar los innumerables tesoros culturales que ocultan las aguas del Mediterráneo.

Así que mientras los escritores y guionistas siguen tratando de explotar el filón de la Atlántida, yacen bajo las aguas los restos de otra posiblemente mayor y más interesante que la de la leyenda platónica.

Por cierto, Atlántida proviene de la palabra griega Atlas, uno de los titanes, quien sostenía el mundo. Demasiado peso para ser soportado por el suelo que pisaba el titán: estaba predestinada al hundimiento.

25 julio 2008

La culpa es muy negra, Mr. Aldrin

Recientemente, el astronauta estadounidense Edwin Buzz Aldrin, quien formó parte de la tripulación del Apolo 11 que aterrizó en la Luna, ha declarado que el principal responsable de la falta de interés de los jóvenes por el programa espacial la tienen las películas de ciencia ficción.

Mr. Aldrin: la culpa es muy negra y no la quiere nadie, pero me temo que tal vez exagera un pelín, ¿no cree?

Al parecer, eso de ver naves zumbando en el vacío, inmensas batallas espaciales y efectos especiales por doquier, desinfla los ánimos de los jóvenes y les hace pensar que todo eso son "tonterías del espacio" (mi abuela dixit) y pierden el interés.

Yo más bien creo que el poco interés que los jóvenes, considerados en su conjunto, tienen por la carrera espacial deriva precisamente de películas como Star Wars o de fenómenos como Star Trek. Ni más, ni menos.

Como mi elfa favorita decía, "el mundo ha cambiado". No vivimos en la inocencia de la era atómica, cuando se creía que las armas nucleares eran fantásticas, que la ciencia lo solventaría todo, que llegaríamos a Marte en cosa de poco tiempo y que el espacio iba a ser la panacea de todos los males.

Chernobyl, la contaminación, el cambio climático y unas cuantas cosillas más derivadas del mal uso de la ciencia y de la tecnología han vuelto escépticos y hasta reaccionarios a jóvenes y no tan jóvenes a lo largo y ancho del planeta.

Los jóvenes se apuntan a una ONG y se marchan a la India o a el Salvador en programas de cooperación y de lucha contra la pobreza, pero difícilmente se sienten atraídos por unas máquinas extraordinariamente caras, alejadas de su mundo real. No entienden por qué hay que gastar ingentes cantidades de dinero en armas, en satélites o en el programa espacial si, total, ahí fuera no hay nada.

¿No hay nada? Bueno, sólo "el resto" del Universo. Pero ese Universo no es el universo en que ellos viven. No les dice nada. Y ya no vivimos los tiempos de la guerra fría, cuando de lo que se trataba era de ganar a los malos de los soviéticos, no de hacer progresar la ciencia.

Tal vez por eso, el mayor acelerador de partículas del mundo está hoy día en Europa, en el CERN y por ello el Congreso norteamericano canceló sin mayores miramientos el SuperColisionador Superconductor y no ha dudado desde entonces en irle recortando las alas a la NASA.

Tal vez por eso, algunos apóstoles de la ciencia, como Al Gore se sacaron de la manga un supuesto meteorito marciano con trazas de vida extraterrestre o por qué el Hubble, uno de los mejores instrumentos astrofísicos de que han dispuesto los astrónomos, ha acabado siendo un simple proveedor de preciosos fondos de pantalla para los ordenadores.

Pero la sociedad occidental vive en un momento que podríamos calificar de "alergia a la ciencia" y ha experimentado en las dos últimas décadas un resurgimiento espectacular de las pseudociencias y de los fenómenos bautizados colectivamente con el calificativo de "New Age", que abarcan desde peculiares sistemas de curación, energías para todo, hasta estilos musicales o de vida.

Por otro lado... ¿quién quiere ir a la Luna? De acuerdo: se pueden dar saltitos muy graciosos, pero el viaje es caro, peligroso y la gente vive muy bien en la Tierra. Tenemos atmósfera, preciosos océanos azules, bellísimos bosques verdes y magníficas playas soleadas. Al menos de momento. ¿Qué hay en la Luna que la haga tan atractiva? Rocas y polvo y mil maneras de morir accidentalmente.

El espíritu de aventura se sublima con las películas de ciencia ficción, es verdad, y no niego que hayan podido contribuir un poco a este desinflamiento del interés por el espacio, pero esto es un signo de los tiempos. Buscar culpables es una pérdida de tiempo. I amar prestar aen, Mr. Aldrin.

24 julio 2008

Rousseau y Hobbes en la ciencia ficción

Una de las temáticas filosóficas que a menudo se han tratado en la ciencia ficción ha sido la clásica confrontación entre Hobbes y Rousseau, llevada a escenarios hipotèticos. Recordemos de manera muy esquemática los dos planteamientos clásicos sobre el hombre.

Por un lado, Thomas Hobbes, filósofo que cree que "homo homini lupus", esto es, que el hombre es un lobo para el hombre, por lo que justifica la existencia de un orden establecido fuerte que evite que acabe imperando la ley de la selva y sea posible un cierto orden social.

Por el otro, Jean-Jacques Rousseau, filósofo de la Ilustración, quien cree que el hombre es bueno por naturaleza y que es la sociedad quien lo corrompe.

Ambas tendencias pueden ser hayadas en muchas novelas y relatos de la ciencia ficción. Un ejemplo claro de Hobbes lo encontraríamos en El señor de las moscas, de William Golding, o en la continuación de la saga de Rama de Arthur C. Clarke y Gentry Lee.

En ellas, el hombre es malo por naturaleza y cuando se desintegra el orden social establecido, el hombre muestra su verdadera y malvada naturaleza, atacando sin piedad a los restantes miembros de la manada.

Un ejemplo claro de las influencias utópicas de Rousseau lo encontramos en el relato "Los primeros hombres" (The First Men, 1959), contenido en Al borde del futuro, de Howard Fast. En el relato, una comunidad verdaderamente libre y carente de prejuicios de seres humanos, educados en igualdad y sin tabúes alcanza unas cotas insospechadas de progreso ético y psicológico.

La realidad, como siempre suele pasar, es tozuda y rara vez tan extremista y posiblemente se sitúe entre ambas posturas. Por un lado, el hombre, como animal que ha tenido que luchar por su supervivencia y enfrentarse a sus predadores naturales, lleva la semilla de la violencia en su seno. Negarlo es de necios.

Por otro lado, hay un cierto tipo de malicia que sólo se obtiene socialmente, ya sea por la imitación, ya sea por el aprendizaje (que no deja de ser otro tipo de imitación). La sociedad nos puede civilizar, pero las grandes civilizaciones han sido capaces de las mayores atrocidades imaginables.

Claro que para dilucidar algo dentro de este arduo debate, deberíamos entrar en la polémica cuestión de qué es el bien y qué es el mal. ¿Existen realmente? ¿Todo es relativo según el sistema con que se juzgue o existen el "bien" y el "mal" como algún tipo de absoluto natural o construido?

08 julio 2008

En alas de Disch

Ha muerto Thomas Michael Disch a la edad de 68 años. El conocido escritor de ciencia ficción y poeta norteamericano decidió poner fin a su existencia el 4 de julio pasado.

Aunque no era de mis favoritos, reconozco la gran maestría de este autor. Algunas de sus obras más conocidas: Los genocidas, Campo de concentración, 334 o En alas de la canción son algunas de las mejores distopías que se han escrito en el siglo XX.

En Disch primó siempre un tono ciertamente trágico y poco optimista, tal vez consecuencia de ser un observador agudo de la realidad humana. En su obra, la esperanza no tiene demasiada cabida.

Últimamente habido tenido serios problemas para encontrar editor para su obra, lo que unido a la depresión en que se sumió tras la muerte de su pareja en 2005, podrían haberle abocado a este triste final.

Disch fue uno de los autores de la new wave, esto es, de la nueva ola o nueva manera de concebir la ciencia ficción, como una combinación de literatura "seria" unida a temas rompedores y de un cierto compromiso social. En su caso, desde una vertiente marcadamente negativista sobre la naturaleza humana.

Cabe preguntarse si, vista la realidad, existe alguna otra manera de interpretar la naturaleza humana. No obstante, Disch era especialmente oscuro. Sus personajes solían ser antihéroes, los perdedores, muy alejados del Emperador de todas las cosas tan en boga en cierto tipo de ciencia ficción norteamericana.

Con él se nos va otro de los referentes de la ciencia ficción con mayúsculas.

02 julio 2008

¡Sangremos a los friquis!

Después de unos días de silencio debidos básicamente a las vacaciones, retomo el blog con un tema un tanto manido, pero no por ello menos lacerante. Ediciones B en su versión de bolsillo está publicando el libro de relatos de Orson Scott Card, Mapas en un espejo... ¡en cuatro volúmenes!

A ver, vale que el libro era voluminoso, pero lo de los cuatro volúmenes clama al cielo. Esto supera a trisección del Criptonomicón. Claro que Card es Card y hay mucho lector dispuesto a rascarse el bolsillo por su autor favorito. Particularmente, lo encuentro una tomadura de pelo y, digámoslo claramente, un atraco.

Naturalmente, es un mercado libre: quien quiera comprarlo que lo compre y quien no, que lo deje. En cualquier caso, está vista cuál es la política editorial: exprimir a los friquis tanto como se pueda, sin respeto alguno por el género.

En contraposición, tenemos a la editorial Gigamesh, que también ha publicado recientemente cuatro volúmenes... ¡con toda la obra de Fredric Brown! ¡Qué diferencia de filosofía! Por desgracia, la política de Gigamesh es minoritaria en el sector.

Otra sorpresa que me he llevado recientemente, esta vez a cargo de Plaza & Janés ha sido la edición del séptimo libro de Dune por parte de sus continuadores. No es que me haya sorprendido la edición en sí, ya que estaba cantada después de las dos trilogías precuelas del mundo de Dune y de La yihad butleriana. Lo que me ha parecido otra tomadura de pelo es lo de dividir el libro en dos partes.

Frank Herbert publicó el voluminoso Dune en un sólo volumen y sus cinco continuaciones siempre han sido publicadas en un volumen cada una. Pero vivimos tiempos traicioneros y está claro otra vez que a los friquis hay que sangrarlos, ¡para que aprendan!

A fin de cuentas, el razonamiento que seguimos muchos de nosotros es el siguiente: "Sí, vale, es caro, pero vale la pena. O bueno, tal vez no valga la pena, pero sería triste desaprovechar la ocasión." Y así nos luce. Cada vez nos sangran más. Parece que a nosotros no se nos aplica la ley de la oferta y la demanda: estamos dispuestos a pagar lo que sea por un libro, muchas veces, de calidad dudosa.

Por ejemplo, si sumamos el coste de los cuatro volúmenes de la edición de bolsillo en que se ha fraccionado Mapas en un espejo, obtenemos la friolera de: ¡¡¡40 euros!!! ¿Realmente la edición en tapa "dura" costaba 40 euros? Y, en todo caso, ¿no se supone que las ediciones en bolsillo son más baratas y manejables? ¿Realmente merece la pena pagar 40 euros por el contenido de dicho libro? Demasiados interrogantes para mi gusto.

Lo único que puedo decir es que estoy harto de que nos sangren y aunque no tenga personalmente necesidad, voy a dejar de comprar este tipo de timos de la estampita. prefiero gastarme 40 euros en un libro de segunda mano íntegro que 40 euros en cuatro volúmenes que me van a ocupar mucho espacio en mis sobrecargadas estanterías. Para mí ya es tarde, porque he adquirido los 3 primeros volúmenes, pero la próxima vez que vea un libro fraccionado de esta manera, especialmente si es una reedición, pienso huir como de la peste.