Un grito de alarma
Margaret Atwood ha comentado
recientemente que, cuando escribió “El cuento de la criada”, en 1985, exploró
un mundo alternativo imaginario en el que la mujer quedaba reducida a un mero
objeto reproductivo. La serie homónima de televisión nos lo ha mostrado con
todo lujo de detalles. Atwood también ha comentado que el Tribunal Supremo de
los Estados Unidos está haciendo realidad este futuro distópico.
Cambiando de distopía, en la novela
“Lengua materna” de Suzette Haden Elgin, publicada casi al mismo tiempo en
1984, la novela comienza con unas supuestas enmiendas constitucionales de la
constitución de los Estados Unidos en que las mujeres, -os lo podéis imaginar-,
restan como simples objetos al albur del libre arbitrio de sus tutores
masculinos. Como en las actuales teocracias islámicas.
Por si alguien cree que esto es
imposible que suceda en la cuna de la democracia moderna, recomiendo atenta
lectura de su Constitución. Antiguamente, la esclavitud estaba permitida y a
efectos censales, un esclavo constaba como tres quintas partes de una persona
blanca. Las mujeres, tampoco podían votar ni ser votadas, claro.
La verdad es que aunque la cuestión de
fondo es “Aborto sí, aborto no”, legalmente la cosa es diferente, ya que la
discusión legal es si el derecho a legislar sobre el aborto corresponde a los
estados o a la Unión Federal. Esta es una eterna discusión que ha tensionado en
múltiples ocasiones la democracia estadounidense a lo largo de la historia y
que, almenos en una ocasión, generó una guerra civil espantosa en la que
murieron muchísimas personas y que , mal resuelta, dejó los rescoldos de los
que se alimenta el racismo moderno en ese país.
Las distopías como “Lengua materna” o
“El cuento de la criada” son más que descriptivas y bastante brutales. Por desgracia,
no podemos estar seguros de que no vayan a pasar en un futuro más o menos
cercano. Y no hablemos de otras libertades conseguidas recientemente, como
aquellas que afectan al colectivo LGTBI+, que podrían quedar en nada, si los
vientos virasen.
En Europa y en Estados Unidos, las dos
principales áreas democráticas del mundo, el fascismo está creciendo a marchas
agigantadas. En ambos casos, por motivos diferentes, pero en todo caso, ambos
fascismos se retroalimentan y se apoyan ideológicamente. Factores sociales (la
inmigración, la desindustrialización), religiosos (el choque entre el islamismo
y el cristianismo) y factores domésticos diversos (nacionalismo), engordan las
filas del neofascismo en todas partes.
No hablemos ya de lugares con democracias
menos ejemplares, como en Brasil, Filipinas, los países islámicos (donde la
democracia escasea bastante), Rusia, Turquía, la India y otros países, bastante
poblados, por cierto. Los autoritarismos están en auge, lo que no ayuda al
contexto general.
Siempre he pensado que las distopías son
tremendamente útiles, aunque solo sea para evitar que suceda lo que describen,
como un grito de alarma. Pero también creo que muchas veces son deliberadamente
ignoradas por la mayoría.
Actualmente, lo estamos pudiendo ver con
la guerra Ucrania. Como necesitamos el petróleo y los recursos de muchas
dictaduras, les reímos las gracias. Como hicimos en su día con Putin. Y así nos
fue y así nos irá. Tal vez ya va siendo hora que seamos independientes
energéticamente de estos países a fin de, almenos, no tener que ponerles las
alfombras rojas cuando vienen a visitarnos a nuestra casa.
¡No mires arriba!
Ayer pude ver en todo su esplendor la
película de moda de la que todo el mundo me hablaba: “¡No mires arriba!”
(Don’t Look Up!). La verdad es que no me decepcionó, aunque
cuando llevaba vista casi la mitad, estuve a punto de dejarla estar, porque la
encontraba un pelín aburrida. Por suerte, enseguida la cosa mejoró y me animé a
seguir hasta el final, que no me decepcionó.
La idea de la película es bien simple y
nada original: unos científicos que viven un poco en su torre de marfil
descubren un cometa bastante gordo que viene directo hacia la Tierra. A partir
de aquí, el planteamiento de la película difiere bastante de las clásicas obras
apocalípticas a que estamos acostumbrados.
De hecho, lo de menos es el cometa y la
catástrofe que se avecina. La película no va de eso. Va de una sociedad
aburrida e indolente, adicta a la televisión y a las redes sociales, gobernada
por políticos despiadados y ligeramente fascistas.
Hay que destacar el papelón de Meryl Streep
como presidenta de los Estados Unidos, el alter ego de Donald Trump, con hijo
tonto en el gobierno incluido. Y por supuesto, el clásico gurú hipermillonario
salvaplanetas y don redes sociales que nos tiene que redimir y en quien todos ponen
sus esperanzas para evitar la catástrofe.
La película no es exactamente una comedia
en la que te tronchas de risa, aunque tiene detalles (no explico el final, que
me parece delicioso y suculento) bastante divertidos y con muy mala baba.
En cuanto a los actores, creo que lo
hacen bastante bien. A parte de Meryl Streep, ya citada, Leonardo DiCaprio,
quien no ha sido nunca muy santo de mi devoción, actúa muy bien, por no hablar
de una estupenda Cate Blanchett, a quien creo que podían haberle sacado más
lucimiento. Mención especial para Timothée Chalamet, a quien al principio no
reconocí con su caracterización de macarra simpático.
También brillante la actuación de Ron
Perlman en su papel de neandertal WASP y machote que ha venido para salvar a la
Humanidad (blanca y americana) del cacho hielo que se nos tira encima. Glorioso
el discurso que nos escupe durante su lanzamiento y las vergonzosas disculpas
de que “es de otra época, pobre”.
Gloriosa la escena del discurso
presidencial desde el portaaviones, con toda la plana mayor del ejército y con
fuegos artificiales de fondo, anunciando que van a salvar al mundo lanzando
unos cuantos pepinos nucleares al cometa.
Lo mejor de la película creo que es el
título y lo que representa. Ante la evidencia, niégala. No mires arriba, es una
trampa. No mires con tus propios ojos, no vaya a ser que veas lo que no
queremos que veas. O si preferís al evangelio según san Juan: “Si no te gusta
lo que ve tus ojos, arráncatelos”. Me extraña que no se les ocurriese. Puede
que lo encontrasen demasiado gore.
La verdad es que la película se queda
corta. Y por supuesto, es pura ciencia ficción. No tanto por el cometa, sino
por cómo reacciona la sociedad ante un evento de esta magnitud.
Encuentro particularmente divertido que
no empiezan a producirse disturbios hasta que una de las protagonistas (Jennifer
Lawrence) les dice a unas cuantas personas que la escuchan que el problema es que
unos cuantos bastardos ricos juegan al apocalipsis porque quieren ser todavía
más ricos.
Entonces sí. Las malas noticias no nos
gustan, pero la envidia es un potente motor social. Encuentro que es una de las
escenas más reveladoras de la película, aunque tal vez los guionistas no
tuvieron la intención de que lo fuese.
Tampoco deja de ser un poco triste que
lo que hace que el protagonista mude su actitud y se pase al bando de los “buenos”
es que el hipermillonario chalado le advierte de cómo prevén los algoritmos de
sus redes sociales cómo morirá este.
En fin, una película para ver con calma,
sin pretensiones de reírse (porque en el fondo ni puñetera gracia que hace),
pero tampoco para tomársela con angustia. Es raro ver un producto cinematográfico
moderno con un cierto contenido reflexivo, así que disfrutémoslo.
Cultura Global
Michael Crichton, que tenía formación de
médico, fue un escritor y guionista de ciencia ficción del siglo XX más que
notable. Entre sus obras más reconocidas están “La amenaza de Andrómeda”
o “Parque Jurásico”.
En sus últimas obras, Crichton, quien
era un reconocido autor de tecno thrillers de lo más tecno escéptico,
afirmaba que esto de internet (que entonces era poco menos que incipiente) nos
iba a llevar a los humanos a una aculturalización global.
Dicho con otras palabras, que en todas las
partes del planeta habría la misma cultura y que la diversidad cultural
existente en la actualidad se diluiría en una especie de cultura global difusa,
ampliamente influenciada por el modo de vida occidental, especialmente por el
norteamericano.
De hecho, el lo expresaba más
enfáticamente, afirmando que en todas partes nos preocuparíamos por las mismas
chorradas y reiríamos los mismos chistes. Supongo que se veía venir lo que ha
acabado siendo la memesfera y el universo virtual de las redes sociales.
¿Tenía razón Crichton? Bueno, parece que
acertó bastante. Sin haberse producido un genocidio cultural verdaderamente
masivo, es cierto que hemos pasado de un mundo basado en átomos, a otro basado
en bits, como diría Esther Dyson. De lo real a lo virtual.
Antes, si una cosa no aparecía por la televisión,
no existía. Ahora, si no aparece en las redes sociales, o no existe o no tiene
importancia, que no sé cuál de las dos cosas es peor.
Si el mundo vivió ensimismado la muerte
de Lady Di y el posterior espectáculo que se montó a su alrededor, como una
especie de tragedia televisiva retransmitida en directo, o las guerras de Irak
o de los Balcanes, a través de las “noticias” de la CNN, ahora la gente vive
casi simultáneamente en todo el mundo los mismos memes de los youtubers,
tiktokers y otros animalillos del cybermundo.
Incluso algunos propietarios-gurú de
redes sociales nos proponen una inmersión total en la realidad virtual a lo Desafío
total (Hasta a Philip K. Dick se le pondrían los pelos de punta).
La verdad, lo único que frena el
fenómeno que previó Crichton es el idioma. Aunque el inglés es bastante
omnímodo, no es el lenguaje materno de la mayor parte de los seres humanos. Aún
quedan muchos nativos de chino, hindi, bengalí, ruso, francés, alemán, español
o árabe, por citar unos cuantos idiomas.
Pero posiblemente hasta esto pronto
cambiará. La posibilidad de traducir automáticamente de cualquier idioma a otro
cualquiera, tal vez esté a la vuelta de la esquina. Es posible que los
subtítulos pronto sean algo tan anticuado como el teletexto o la cinta
perforada.
Podría ser que los ordenadores, gracias
a la inteligencia artificial, doblasen con rasgos emocionales las bandas
sonoras de una película o serie del idioma X al idioma Y en cuestión de
segundos y a un coste irrisorio.
No sé si los actores del futuro deberían
temer al progreso, pero los dobladores me temo que están en peligro de
extinción.
¿Exageración? Bueno, ved cómo nuestros
hijos celebran el Halloween como si fuese una fiesta autóctona (de hecho, tiene
sus raíces locales, pero tampoco es idéntica a lo que aquí teníamos) o cómo la
gente empieza a participar del Black Friday o del Día del Soltero. Pronto
acabaremos celebrando el Día de Acción de Gracias, el Año Nuevo Chino o una
semanita del Ramadán (un mes tal vez sería excesivo para nuestra volátil e
hiperacelerada cultura global).
Nos dirigimos a una especie de
cultura-refrito de un montón de ítems mundiales, en que cada semana habrá
alguna fiesta o tótem cultural del que participarán las diversas culturas y
competirán para proveer de elementos a esta cultura-refrito universal.
¿Es esto un triunfo de la diversidad o
justamente su fracaso? ¿Veremos un renacimiento colorido de tradiciones y modos
de pensar o acabaremos todos más grises que el cemento?
Me temo que Crichton se quedó corto. No
quiero ser pesimista, pero hasta los medios de transmisión cultural se están
reduciendo: cada vez se lee menos, se ve menos televisión, se escucha menos
radio, se escucha menos música en directo, se va menos al cine o al teatro… y
todo en favor de internet, que lo envuelve y engloba todo.
Sé que suena a “Video killed the
radio star”, pero tal vez esta sea la buena,
Fijaos: la gente no disfruta plenamente
una comida si no la fotografía y se la envía a los amigos; los asistentes a un
concierto, lo graban en sus móviles, cuando la grabación va a ser posiblemente
pésima; y así sucesivamente. Si no está en internet o en tu móvil, no existe.
En fin, como diría nuestro moderno
filósofo global, el maestro Yoda: “siempre en movimiento el futuro está”.
Veremos qué pasa, pero pintan bastos.
Pureza de genes
Con el avance de las nuevas tecnologías
en ingeniería genética, gracias a cosas como la edición genética del CRISPR y
otros avances habidos y por haber, pronto se desarrollará toda una rama nueva
de la medicina -la de terapeuta genético- que permitirá asesorar a los futuros
padres sobre las posibilidades genéticas de sus futuros hijos. Vaya, lo que se
conoce desde hace tiempo como “hijos a la carta”.
La ciencia ficción viene advirtiendo de
esta posibilidad desde hace décadas, mucho antes de que fuese tecnológicamente
posible. Bueno, esa es una de las grandezas del género: que nos previene de lo
que está por venir y nos permite reflexionar sobre el mundo futuro antes de que
se convierta en presente.
Esta posibilidad me inquieta. De hecho,
me produce un profundo desasosiego. Está claro que si nuestros hijos van a
nacer con una malformación o algo que les va a dificultar la vida, como una
enfermedad o una minusvalía grave y lo podemos evitar editando los genes
oportunos, lo haremos. Se tardará más o menos, pero se acabará haciendo.
El problema, como siempre, esta en el
límite. ¿Querremos un hijo potencialmente homosexual? ¿Qué pasa con ese límite
entre el autismo y la introversión? Si rechazamos las personas con posibles
patologías mentales, también podríamos estar lanzando a la hoguera a toda una
generación de potenciales genios artísticos o científicos.
El límite es confuso. Algunos creen que,
como vamos a tardar bastante en tener ese límite claro, mientrastanto, mejor no
jugar con fuego y dejar los genes en paz. Pero de hecho, ya se está haciendo.
En tratamientos de fertilidad, muchas veces se seleccionan artificialmente
aquellos embriones que cumplen una determinada característica.
¿Y qué pasa si queremos un varón? ¿O una
fémina? ¿O gemelos? ¿Qué tal un niño alto, rubio y con los ojos azules, de piel
clara y consistencia atlética? ¿O un niño muy inteligente o alguien muy
creativo o alguien con gran facilidad para la música? ¿Qué sucederá con
determinadas combinaciones de genes poco frecuentes? ¿Tal vez sean poco
frecuentes por algún buen motivo, no?
Está claro que no todo está en los
genes. Muchas cosas se aprenden o dependen del ambiente, pero otras sí que
pueden radicar en los genes. ¿Debemos dejar libertad total de elección a los
padres? ¿O al estado? ¿Cuál es el grado óptimo o aceptable?
¿Qué sucedería si un determinado estado
dictase que se prohiben ciertas características genéticas, del tipo que fuese?
Tal vez ni si quiera se tratase de una dictadura formal. Puede pasar. Durante
muchos años, el régimen franquista en España estuvo buscando el supuesto “gen
rojo”. No creo que hayan sido los únicos.
Tal vez en un mundo futuro de personas
rubias, altas, esbeltas y con los ojos azules, Cuasimodo sería el rey. O tal
vez aún sería peor visto que en un mundo más diverso como el nuestro. Es
difícil de saber.
La literatura y el cine han especulado
mucho sobre este tema. Pero no hay veredicto. Solo hay montones de preguntas
sin respuesta. Y conforme nos acercamos más y más al mundo en que todo esto
será cotidiano, más me inquieta que no se debata acerca de estos temas, aparte
de algún observatorio de bioética o en las páginas de una novela de ciencia
ficción.
Tal vez nos encaminamos hacia un mundo
similar al de GATTACA, en que solo los genéticamente puros y aptos tienen
asegurado un lugar entre la élite de la sociedad y los demás son poco menos que
unos parias. A fin de cuentas, no hay mucha diferencia entre la pureza de
sangre que exigía la Inquisición, de la pureza de genes que puede que exija
alguna otra entidad cuyos cimientos estamos construyendo entre todos maximus
itineribus.