Shakespeare era klingon
Un detallito curioso de Star Trek,
especialmente de las películas sobre la serie original, vaya, la del capitán James
T. Kirk y Mr. Spock, es que están llenas de pequeñas referencias y guiños a
citas literarias muy diversas. Para ilustrar lo que quiero decir, pondré unos
cuantos ejemplos, aunque podría haber muy bien seleccionado otros, ya que hay
muchísimos.
En la segunda película, en “La ira de
Khan”, el susodicho Khan le espeta a Kirk una frase tremebunda inspirada
directamente en “Mobby Dick”: “Desde el corazón del infierno, yo te
apuñalo”. De hecho, cuando Chekov va a Ceti Alpha V y se encuentra a Khan
en el Botany Bay (nombre del famoso lugar de Australia en que James Cook
desembarcó en este continente por vez primera), puede ojear un ejemplar de “Mobby
Dick”.
Aunque será en “Primer Contacto”,
con el capitán Picard, cuando “Mobby Dick” y la búsqueda obsesiva del
capitán Ajab llegará a su pleno esplendor, ya que se convierte en el leitmotif
de todo el comportamiento de Picard en la película.
En la tercera película, “En busca de
Spock”, se cita la conocida frase: “Era el mejor de los tiempos, era el
peor de los tiempos”, mítico inicio de “Historia de dos ciudades”,
de Charles Dickens.
El comandante Chekov alude al famoso
cuento “ruso” (???) de la Cenicienta y Spock, para no quedarse corto en eso de
los apropiamientos indebidos, cita un conocido proverbio “vulcano” que afirma
que “Solo Nixon podía ir a China”. Y, ¿cómo no?, también hay referencias
a películas, como “Adivina quién viene a cenar esta noche”.
En la cuarta película, “Misión:
salvar la Tierra”, Spock y Kirk discuten sarcásticamente sobre los clásicos
del siglo XX. Bueno, lo que ellos consideran clásicos y que posiblemente
nosotros consideraríamos material fungible.
Pero será en la sexta película, en “El
país desconocido” cuando las citas shakespearianas se multiplican. El
propio título, “El país desconocido”, alude al conocido monólogo de
Hamlet, en el que se alude al futuro, diciendo que es el país del que no
retorna ningún viajero.
Los klingon, que afirman orgullosamente
que “no se descubre a Shakespeare hasta que se lee en el klingon original”,
también recitan el “Ser o no ser”, pero en klingon, claro (“taH pagh
taHbe”). El general Chang, el archivillano klingon, excelentemente
interpretado por Christopher Plummer, tiene una gran afición a las citas del
autor de Strattford-upon-Avon.
Así, exclama, cuando empieza una cacería
entre las naves klingon y las federales: “Comienza el juego” (de “Enrique
V”) y también: “Soy constante como la estrella polar” (del “Julio
César”) o “A partir de ahora soltaré a los perros de la guerra”
(misma obra); “Partir es siempre una dulce tristeza” (de “Romeo y
Julieta”); “¿Acaso escuchamos las campanadas a medianoche?” (de “Enrique
IV”); “Sentémonos en el suelo y contemos la triste historia de la muerte
de los reyes” (de “Ricardo II”) y una de mis favoritas: “Nuevamente
en la brecha, amigos míos” (de “Enrique V”).
Otro autor citado en el universo Star
Trek es Sir Arthur Conan Doyle, concretamente, su Sherlock Holmes. Así, Spock
comenta: “Si de lo que tenemos eliminamos lo imposible, lo que nos queda,
por improbable que parezca, será la verdad”.
En las diferentes series de las
franquicias, las referencias son aún más numerosas, pero lo dejaremos para otra
entrada.
Resumiendo: uno de los rasgos
característicos de Star Trek es la multitud de referencias
multiculturales que aparecen en sus episodios y películas, que abarcan toda la
historia del arte y de la mitología.
Esto es interesante, porque para
aquellos que nos aficionamos de jóvenes a la ciencia ficción, las referencias
ajenas a ella son importantes a la hora de abrirnos las puertas de otros mundos
igual de interesantes que esta y picarnos la curiosidad.
Dragones en el cielo
Con el paso de los años, la ciencia
ficción clásica de tipo hard y de origen anglosajón (básicamente
norteamericana) ha ido dejando paso a una ciencia ficción más multiforme,
mestiza y multicultural, como el signo de los tiempos dicta.
A mí, particularmente, la idea no me
desagrada en absoluto, aunque crecí leyendo la primera. Pero al final, acaba
siendo siempre lo mismo, con el mismo tipo de personaje, blanco, occidental, de
base cristiana y generalmente urbanita, por lo que los cambios son bienvenidos.
Así, por ejemplo, me gustan mucho los
relatos de Aliette de Bodard, de ascendencia franco-vietnamita, que escribe
historias ucrónicas de mundos en los que la cultura dominante es la azteca o la
china clásica. Aire fresco en la ciencia ficción.
También algunos autores nos hablan de un
mundo en que los soviéticos ganaron la guerra fría y no necesariamente las
cosas acabaron como el rosario de la aurora (como sucedía en la serie distópica
“Amerika”, profundamente depresiva y que pasó bastante sin pena ni gloria).
Igualmente, empiezan a abundar historias
sobre pueblos africanos, como los relatos kikuyu de Mike Resnick o la trilogía Binti
de Nnedi Okafor.
O incluso mundos basados en la evolución
de la cultura árabe-musulmana , no tan abundante, pero que empieza a despuntar.
De hecho, hay toda una nueva generación
de escritores chinos o de origen chino que copan buena parte de los grandes
premios de la ciencia ficción moderna y supongo que os sonarán nombres como Ted
Chiang, Liu Cixin, Xia Jia o Ken Liu.
O, bueno, escritores y escritoras de
origen ruso, que no son bien, bien, lo que se dice occidentales, como los
clásicos hermanos Strugatsky (¡Qué difícil es ser Dios! o Pícnic
junto al camino) , Anna Starobinets o Dmitri Glujovski, autor de la
distópica Metro 2033 y sus respectivas secuelas.
No quisiera dejarme la ciencia ficción
latinoamericana, aunque creo que eso requiere varios artículos, así que no
entraré en el tema.
Todas estas literaturas de ciencia
ficción tienen rasgos comunes con la troncal común anglosajona, pero también
son bastante diferentes. En algunos casos, son claramente distópicas; en otros,
potencian la componente fantástica y casi siempre suelen ser mucho más exóticas
y coloridas, aunque tampoco quisiera dar la sensación que son literaturas folklóricas,
¡en absoluto!
La globalización llegó hace ya tiempo a
la ciencia ficción, como era de esperar y siendo esta una literatura que se
encuentra todavía en evolución y sobre la que no se ha escrito la última
palabra, se han incorporado las nuevas tendencias, como la lucha LGTBI, el
feminismo, la ecología, el cybermundo e incluso un cierto relativismo cultural
posmoderno.
Y más cosas que veremos en el futuro,
porque la ciencia ficción, como decía, sigue evolucionando y ya no es solo la
respuesta literaria y filosófica a los cambios tecnológicos, sino algo mucho
más profundo y me temo que bastante más difícil de definir.
Así que, para quienes busquen una
definición sobre qué es ciencia ficción y pretendan abarcar todo lo publicado
desde el Frankenstein de Mary Shelley, ciertamente, están en apuros.
Nuestro Fahrenheit 451
Fahrenheit 451 (en castellano, Celsius
232,7: es broma) es un libro muy interesante de los que conforme pasan los años
está mucho más de actualidad que cuando fueron escritos.
Vivimos en un mundo dominado por las
pantallas: las de televisión, las de ordenador, las tablets, los smartphones,
los navegadores del coche, etc.
Ray Bradbury, autor de esta magnífica
distopía de ciencia ficción, alertaba de un mundo futuro, que es
sospechosamente parecido al nuestro, en el que la gente se gastaba su dinero para
convertir las paredes de sus casas en enormes pantallas de televisión a fin de poder
disfrutar de este “maravilloso” entretenimiento.
¿Cuántos de nosotros no tenemos una
pantalla panorámica en nuestro salón o conocemos a un amigo que la tiene?
Naturalmente, la televisión ha
evolucionado y ahora lo que tenemos son servicios de streaming, pero vaya,
viene a ser lo mismo, solo que más caro y más adictivo, porque gracias al
control que tienen sobre la programación que vemos, las empresas del sector
saben exactamente qué nos interesa y qué no y se adaptan cada vez más a
nuestros gustos.
Lo mismo que sucede con las redes sociales,
aún de manera más adictiva y descarada. Tanto, que algunos organismos, como la
Unión Europea o algunos estados de Estados Unidos quieren limitar la acción de
los algoritmos de estos servicios porque se están convirtiendo en una verdadera
plaga.
Pero volvamos a Fahrenheit 451,
temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde. En la novela,
los bomberos se dedican no a apagar fuegos, sino a quemar libros. Los libros hacen
pensar, producen insatisfacción y por tanto son enemigos de la sociedad del
bienestar.
Vaya, lo mismo que hoy día, aunque a
menos que vivas en una república teocrática es poco probable que se quemen libros
públicamente. Bueno, en Suecia algunos queman el Corán y yo no catalogaría ese
país nórdico de república teocrática, pero también hay excepciones.
Uno de los grandes problemas de
prescindir de los libros, que son el soporte físico por excelencia, es que
quedamos en las manos de los productores y distribuidores culturales. Ya lo
hemos visto con la casi desaparición de los CD y los DVD para la música y las
películas.
Hoy en día, si queremos ver una
película, tenemos que pagar por ella cada vez. Antes, si la habíamos comprado,
podíamos disfrutar de ella tantas veces como quisiéramos y sin informar a nadie
de nuestros gustos. Pero lo peor no es eso. Lo malo del asunto es que si “alguien”
decide censurar una película o poner en el mercado una “versión” del origianl adaptada
a los “tiempos modernos”, no nos queda más remedio que comérnosla con patatas.
Y si alguien retira del mercado una
obra, pues como no la tenemos en un soporte físico, la perdemos indefectiblemente.
Otra ventaja de tener un soporte físico
más o menos sólido es que si un día se colapsa internet, debido a una tormenta
solar mayúscula, una guerra o algún otro tipo de catástrofe global, las vamos a
pasar canutas, porque lo que no tengamos en nuestrta biblioteca o en la
biblioteca de nuestro pueblo o barrio, va a resultar inaccesible.
Estamos demasiado bien acostumbrados a
tener a unos pocos clics de distancia cualquier obra del saber humano y eso
puede cambiar, no necesariamente por una catástrofe, sino por intereses
económicos o políticos.
El cambio de paradigma
Uno de los tótems más seguidos por la
ciencia ficción, especialmente la más tecnológica o hard, es plantear la
aparición de nuevas tecnologías y explorar a ver qué pasa con ellas, cuando son
aplicadas a la sociedad.
Algunas de estas tecnologías pueden llegar
a ser disruptivas y muy impactantes, como una máquina del tiempo o una forma de
energía no contaminante y al alcance de todos.
Mi favorita es la invención del motor de
curvatura de Star Trek, que según la película Primer Contacto, se
produce en abril del año 2063, cuando en el primer viaje con curvatura de la
raza humana, la nave en cuestión (la Fénix) fue avistada por unos
extraterrestres (los vulcanos) y se produce el primer contacto oficial con una
especie alien, lo que da nombre a la película.
A partir de ahí, todo empieza a cambiar.
Más por el primer contacto que por el propio motor de curvatura, aunque este
influye notablemente en el hilo de los acontecimientos posteriores.
Actualmente, la tecnología está al borde
de experimentar saltos significativos que probablemente veremos en los próximos
años. La revolución de los materiales nanotecnológicos no ha hecho sino
empezar. La fusión termonuclear, como Santo Grial de la energía limpia y barata
parece estar al alcance de la mano. La descarbonización de los medios de
transporte gracias a los motores eléctricos y a la baterías, son ya una
realidad.
Posiblemente, también veremos grandes
avances en medicina, propiciados por la combinación de la nanotecnología, el big
data y la enginería genética. Y por supuesto, el acceso relativamente
barato al espacio también tendrá sus serias repercusiones en nuestras vidas.
La computación cuántica llevará la
informática y la ciencia a otro nivel, inimaginable hoy día, así como la
creación de comunicaciones impenetrables, con sus pros y sus contras.
Puede que también tengamos pronto
materiales superconductores a temperatura ambiente, lo que llevaría el
transporte y el almacenamiento de la energía a cotas fabulosas.
Todo ello si sobrevivimos al cambio
climático, a la sexta extinción de las especies en la Tierra, a los efectos de
la polución y de la superpoblación y no nos matamos los unos a los otros en
alguna absurda guerra.
Pero seamos optimistas.
También el conocimiento puede que esté a
punto de sufrir un cambio de paradigma. Los experimentos del CERN, los datos
que nos envía la James Webb y muchos otros experimentos y observaciones, están
llevando los límites de nuestro conocimiento, como los modelos cosmológicos o
el modelo estándar de partículas y fuerzas, a lugares comprometidos.
Como sucedió poco antes de aparecer la
teoría de la Relatividad de Einstein y la mecánica cuántica, se acumulan
pruebas que nos indican que no comprendemos tan bien el Universo como
pensábamos hace tan solo un par de décadas.
Algo se remueve en el conocimiento
humano que nos alerta que la revolución está al caer y tal vez suceda antes de
lo que nos imaginamos.
Si la postura más extendida entre los
científicos a finales del siglo XX es que habíamos llegado al límite práctico
del conocimiento (siguiendo las tesis de John Horgan), ahora las cosas parecen
apuntar en la dirección contraria. Como sucedió a principios del siglo XX con
las dos grandes revoluciones científicas antes citadas.
Tecnología y ciencia se dan la mano y
ambas podrían experimentar (experimentarán) cambios muy importantes en pocos
años. Solo espero poder verlo. Ganas, tengo.
El efecto cuña
He comentado ya, en alguna ocasión, que
me introduje a la ciencia ficción leyendo autores un tanto dispares. Por un
lado, autores clásicos y consolidados, como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke;
después, otros que eran menos conocidos, pero que han llegado a ser verdaderos
“monstruos” del género, como Philip K. Dick o Orson Scott Card y finalmente,
autores más desconocidos o iconoclastas, como Fred Hoyle o Ian Watson.
Dicho sea de paso, creo que de todos
esos primeros autores, ninguno tiene demasiada relación con los otros. Tal vez
los que se parezcan más sean Asimov y Clarke, aunque salvando las distancias,
por ser clásicos, mas que por el estilo o las temáticas tratadas.
A veces, cuando me han preguntado por
dónde empezarían a leer ciencia ficción o fantasía, contesto que por donde les
dé la gana. Por allí donde más les guste. Sea por temática o por estilística.
Porque si el género está hecho para ellos, luego ya ampliarán las lecturas a
otros autores y subgéneros, como me pasó a mí.
Así, por ejemplo, la primera obra de
Dick que leí fue la un tanto insulsa y rarita “Nuestros amigos de Frolik 8”,
pero eso me permitió después leer obras más interesantes al sonarme ya a
conocido el autor, como pueden ser, “El hombre en el castillo”, “Cuentos
completos” o “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. Lo
admito, aún no he osado con “Ubik”.
Con Asimov y Clarke fui mucho más
completista, pues acabé devorando casi toda su obra de ficción y en el caso de
Asimov, aún fui más lejos, pues le hinqué el diente a su bastísma obra de
divulgación histórica y científica.
También tuve un rinconcito para los
grandes distópicos, como George Orwell y su “1984” o Aldous Huxley y su “¿Un
mundo feliz?”.
Poco después, empezaron a caer autores
como Ray Bradbury y sus “Crónicas marcianas” o “Fahrenheit 451”;
Ursula K. LeGuin y “Los desposeídos” o “El nombre del mundo es
bosque” y otros autores clásicos como Frederik Pohl, Poul Anderson, Fredric
Brown, Robert A. Heinlein, Frank Herbert o Howard Fast.
Y sería, mucho más tarde, cuando
descubrí a J. G. Ballard, C. J. Cherryh, Stanislaw Lem, Brian Aldiss, Roger
Zelazny, Connie Willis, Sheri Tepper, James Tiptree Jr. o Neal Stephenson. Y
otros tantísimos.
Lo importante es empezar por algún lugar
e ir abriendo boquete, como una cuña. Esta estrategia también la he practicado
en mi vida con autores filosóficos, la música clásica, la música pop-rock, la
ópera y otras manifestaciones
culturales.
Lo llamo el efecto cuña y
funciona bastante bien. Por ejemplo, en la literatura fantástica, que hasta
hace pocos años no me gustaba demasiado, empecé por un clásico: “El señor de
los anillos”, de J. R. R. Tolkien y he ido aumentando el espectro de
lecturas, tanto en completismo tolkeniano, como en muchos otros autores del
género.
Supongo que hay gente que prefiere
picotear y hay gente que debe seguir un programa exaustivo. De todo tiene que
haber en la viña del Señor, pero a mí, este sistema me funciona bastante bien.
En caso de duda, seguidlo.
Post nubila, Phoebus: del negro al verde
Si algo ha caracterizado la ciencia
ficción de finales del siglo XX y principios del XXI, ha sido la
superabundancia de distopías, esto es, de descripciones de mundos en el que las
cosas han ido mal o muy mal y la Humanidad se encuentra entre graves problemas
y la extinción total, debido, sobre todo, a problemas ambientales, catástrofes
diversas y plagas de todo tipo. En este subgénero podríamos incluir las
hecatombes zombis, también.
Si le añadimos los complicados años de
la pandemia del covid-19 y los llamamientos desesperados a combatir el cambio
climático (actualmente, convertido ya en “emergencia global”), la cosa se pone
más fea todavía.
Pero esto es un problema. La gente tiene
la mala costumbre de ignorar aquello que no le gusta. Si insistimos demasiado
en que viene el lobo, en que el futuro es una mierda y en que todos moriremos,
mucha gente lo que hará es desconectar, negar la evidencia y montarse una realidad
alternativa en la que estas cosas no sucedan. De hecho, ¿no se inventaron las
religiones sotereológicas justo para eso?
No todo el mundo está preparado
psicológicamente para aceptar el futuro cuando este pinta mal. Por otro lado,
tal vez algunos estén exagerando y las cosas no sean tan horrorosas como se nos
quiere vender, sin entrar en negacionismos como los que acabo de describir.
Por ello, es normal que se genere
también una reacción. Ya sabéis, Hegel decía que a toda acción corresponde una
reacción y que de la tensión entre ellas, se crea una síntesis. El marxismo
heredó estas ideas en conceptos como la lucha de clases o en el devenir del
péndulo histórico.
Así pues, es normal que si hay muchas
distopías, acaben apareciendo constructos literarios e ideológicos que nos
describan un futuro maravilloso o incluso idílico. Estas corrientes reciben el
nombre de hopepunk, greenpunk o solarpunk, según los diferentes
matices diferenciales.
Pero lo que todas ellas tienen en común
es que nos prometen un futuro esperanzador. Un ejemplo muy antiguo de hopepunk
es todo el universo de Star Trek, en que después de una III Guerra
Mundial bastante devastadora, la Tierra recibe la visita de unos alienígenas
pacíficos y sabios (el Primer Contacto) y acaba uniéndose de una manera
única, como jamás antes había sucedido y se inicia una utopía en la que el
mundo se convierte en poco menos que un paraíso.
También, con una cierta antigüedad,
encontramos la fantástica novela de Ursula K. LeGuin, Los desposeídos (The
Dispossessed, 1974), que si bien tiene un fondo algo lúgubre, presenta un
final esperanzador.
Algunos también incluyen, en este
subgénero, novelas como El largo viaje a un pequeño planeta iracundo (The
Long Way to a Small Angry Planet, 2014), de Becky Chambers; El marciano
(The Martian, 2011), de Andy Weir o Buenos presagios (Good
Omens, 1990), de Neil Gaiman y Terry Pratchett.
También es cierto que algunas obras
significativas no se han traducido aún al castellano y tal vez nunca lo sean,
aunque tengo esperanzas de lo contrario.
De hecho, el hopepunk no es sino
un subsubgénero de las utopías clásicas de la ciencia ficción (y de la
literatura general).
En definitiva, los pájaros de mal agüero
tienen el inconveniente de ser poco creídos y además caen muy antipáticos y
adolecen del efecto Cassandra, así que tal vez sea mejor presentar el futuro
como ese país desconocido, con muchas dificultades, pero en el que merecerá la
pena vivir, sin caer por ello en negacionismos peligrosos y sin esconder la
cabeza bajo el ala.
Correlaciones: Vayan ustedes a por ellos…
Algunos desarrollos tecnológicos parecen
sacados directamente de la ciencia ficción. Hay que reconocer que, a veces, el
ingenio humano es utilizado para hacer el bien, en vez de servir para
desarrollar la enésima arma destructiva o el próximo producto que vendernos en
el supermercado, que no sirve absolutamente para nada más que para enriquecer a
sus fabricantes.
Ahora, se ha producido un avance
biotecnológico que podría revolucionar la lucha contra ciertas enfermedades
transmitidas por parásitos, como las garrapatas y protegernos de enfermedades
como la borreliosis, la encefalitis o las fiebres hemorrágicas del Congo o de
Crimea. Incluso se cree que podrían servir contra el zika o el dengue.
Se trata de un nuevo concepto de vacuna
que, además, rompe el paradigma de las vacunas establecido en tiempos de
Pasteur. Veamos cómo funciona.
Se coge un conjunto de garrapatas o de
otros parásitos. Se analiza la microbiota (bacterias, hongos y virus) que
contienen en su organismo. A continuación, se crea una vacuna contra esa
microbiota y se inocula a una persona. Cuando esta reciba la picadura de la
garrapata, el sistema inmunitario del paciente humano -que habrá creado
anticuerpos contra la microbiota- se los pasará a la garrapata cuando esta
absorba la sangre del paciente y la microbiota de la garrapata quedará
inactivada. Si vuelve a picar a alguien, ya no le podrá pasar enfermedades.
Es como si nuestro sistema inmunitario
saliese a luchar al exterior contra los gérmenes en vez de hacerlo solamente
dentro de nuestro organismo.
Esto me recordó muchísimo a un capítulo
de Star Trek: Strange New Worlds: Fantasmas de Iliria (Ghosts
of Illyria, 2022), en el que la primera oficial del Enterprise, la
comandante Una Chin-Riley, que es iliriana, una raza mejorada genéticamente,
dispone de un sistema inmunitario que hace exactamente eso: salir a combatir
las amenazas y neutralizarlas antes de que puedan afectarla a ella.
Generalmente, en la ciencia ficción, los
sistemas inmunitarios suelen tener otros papeles bastante más clásicos de
contener enfermedades o de no poder hacerlo, pero que se dediquen a neutralizar
amenazas de esta manera es bastante más infrecuente.
Como decía un personaje de Hill
Street Blues (Canción triste de Hill Street): “Vayan ustedes a por
ellos, antes de que ellos vayan a por ustedes”.
El calor es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total
Siempre se ha dicho que la meteorología
influye en el comportamiento de las personas y de los animales. Incluso hay un
montón de gente que se gana la gente haciendo predicciones con esas cosas. Los
meteorólogos, por ejemplo. Y algún jovenzuelo que se dedica a espiar a pájaros
y hormigas para prever la llegada de tormentas de nieve.
Bromas a parte, el calor influye en el
comportamiento humano de manera demostrable y parece que lo hace de manera
negativa.
Por ejemplo, en verano y cuando hay olas
de calor, los crímenes aumentan.
En algunos cantones suizos, tengo
entendido que los crímenes que se cometen cuando sopla el viento cálido producido
por el efecto Föhn, pueden obtener una rebaja de condena a causa de este hecho,
que se considera un atenuante.
La verdad es que en la ciencia ficción
hay al menos un caso en el que se habla de esto. Se trata del relato “Tiernamente
Fahrenheit” (o “Afectuosamente Fahrenheit”) (“Fondly Fahrenheit”, 1954),
de Alfred Bester, que podemos encontrar recogido en la antología Irrealidades
virtuales, publicada en su día por Minotauro.
En dicho relato se nos habla de un androide
que, cuando se supera una determinada temperatura, se dedica a cometer
asesinatos. Se trata de un relato peculiar y está considerado por los críticos
como uno de los mejores relatos del género.
Naturalmente, a parte del calor, también
hay otras condiciones meteorológicas que afectan a las personas. Especialmente
se ha hablado del frío, pero a mí me parece más simpático el relato de Bester.
Tal vez, porque no solemos darle tanta importancia al calor.
Y lo cierto es que debiéramos.
Últimamente, no paramos de oír en las noticias que se alcanzan temperaturas
récord verano sí, verano también y que no paran de azotarnos olas de calor,
cosa que antes era algo poco frecuente. Y lo peor, que esto irá a más, debido
al calentamiento global y que la Tierra acabará pareciéndose a Tatooine o a
Arrakis.
En fin, esperemos que con el aumento de
las temperaturas, los móviles no se rebelen contra nosotros y se conviertan en
máquinas psicópatas y no paren de hacer sonar reguetón a todas horas. Sería un
triste fin para nuestra civilización.