22 abril 2024

El hylozoismo en la ciencia ficción

Hylozoismo es uno de esos palabros griegos que asustan solo de verlos. Proviene de “hyle” (materia) y “zoe” (vida) y viene a ser algo así como materia viva. La filosofía que lleva ese nombre propugna que la materia tiene algo intrínseco que le permite actuar como la vida animal.

 

Ya los filósofos milésicos, como Tales, en el siglo VI a.C., intuían que la naturaleza era algo animado. De hecho, hay trazas lingüísticas en lenguas como el indoeuropeo, que diferencian entre el agua o el fuego como objetos animados o inanimados. La cosa viene ya de lejos.

 

Algunos filósofos, como Plotino o Baruch de Spinoza, llevaron las cosas más lejos y dijeron que la materia no solo era animada, sino que era Dios mismo y que este se encontraba en todas partes, lo cual es la base del panteísmo.

 

En la ciencia ficción contemporánea, esta idea tiene nombre propio: Gaia. La hipótesis Gaia es una teoría científica seria propuesta por James Lovelock y posteriormente ampliada por Lynn Margulis, según la cual la Tierra se comporta “como” un sistema vivo y es capaz de autoregularse.

 

Por supuesto, todo ello ha derivado en un montón de papanatadas new age según las cuales la Tierra “es” un ser vivo, lo que, desde luego, nadie ha podido demostrar y me temo que se encuentra más allá de la realidad.

 

Ahora bien, la ciencia ficción, no tiene por qué seguir las normas científicas. Puede especular e incluso inventar e imaginar. Así, Stanislaw Lem, nos presenta un planeta vivo, en “Solaris” (1961), en su cruzada por convencernos que cualquier contacto con una civilización extraterrestre sería tan raro que está condenado al fracaso.

 

También lo hace Isaac Asimov en la continuación de la serie de las Fundaciones. Presenta la idea de Gaia, un planeta vivo y sintiente, en “Los límites de la Fundación” (“Foundation’s Edge”, 1982) y en “Fundación y Tierra” (“Foundation and Earth”, 1986), como colofón de la serie de las Fundaciones y de los Robots.

 

También presentará esta idea en una novela que no forma estrictamente parte de dicho universo. Se trata de “Némesis” (1989).

 

Pero no son casos aislados. Por ejemplo, entre otras muchísimas ideas, Ian Watson nos presenta la idea de Gaia en su atípico e incalificable “Visitantes milagrosos” (“Miracle Visitors”, 1978).

 

Y en el cine, no una, sino dos películas de la serie de Star Trek (“La ira de Khan” y “En busca de Spock”) nos hablan de un planeta vivo, más en la línea hylozoista que en la línea gaiana, llamado Génesis y que ha sido creado artificialmente por un dispositivo experimental de la Federación y que, naturalmente, acaba saliéndose de madre.

 

De hecho, extraña que la idea no se haya desarrollado mucho más, teniendo en cuenta lo atractiva que es esta y la cantidad de consecuencias que de ella se pueden derivar, pero supongo que eso de los planetas vivos se parece mucho a otra idea de Star Trek, los Borg y eso ya pone más los pelos de punta.

 

 

01 abril 2024

Correlaciones: Radiación darwinista

Si habéis visto la serie de ciencia ficción “Los 100” (si no, ya tardáis) habréis visto que uno de los elementos que se proponen es que tanto los animales, como las plantas, como incluso los seres humanos supervivientes que se han visto expuestos a la radiación derivada de una guerra nuclear se han adaptado con una relativa facilidad al medio y pueden vivir libremente en él.

 

En cambio, aquellos que han permanecido escondidos en refugios nucleares, son especialmente sensibles a la radiación y no pueden volver al medio natural sin protecciones especiales.

 

¿Ficción o realidad?

 

Pues más bien lo segundo. Se han hecho un montón de estudios sobre la fauna de los alrededores de la central nuclear de Chernóbil, que a finales de los ochenta del siglo XX sufrió un grave accidente nuclear que comportó la emisión al exterior de material radiactivo muy peligroso.

 

Curiosamente, la naturaleza campa a sus anchas en los alrededores de la central. Los animales se han adaptado a la radiación y prosperan tranquilamente en un ambiente poco menos que idílico, al estar casi vacío de seres humanos.

 

¿Por qué no iba a ser así? Si se han encontrado bacterias que son capaces de vivir en las inhóspitas condiciones del interior de un reactor nuclear en funcionamiento…

 

De alguna manera, los seres vivos de adaptan. Se desarrollan nuevos mecanismos para proteger de la radiación el material genético y los seres vivos proliferan. ¿Cómo es esto posible?

 

En primer lugar, me temo que hemos exagerado el daño que puede causar la radiación. Esta puede matar a corto plazo. Pensemos que uno de los elementos radiactivos más peligrosos que se liberaron a la atmósfera es el yodo-131. Se acumula en la tiroides y es fatal. Pero tiene una vida media de ocho días. Eso quiere decir que, cuarenta años después, no queda casi ni rastro.

 

En cambio, a largo plazo, una pequeña fracción de seres desarrollan defensas de manera aleatoria. Son los que sobreviven, transmiten esas características a sus descendientes y prosperan. Ni más ni menos que la evolución darwinista en acción. Los que mejor se adaptan al medio son los que sobreviven y lo conquistan.

 

Lo curioso es que a veces pensamos que la evolución es una cosa que sucede al cabo de millones o almenos de miles de años, cuando posiblemente sea mucho más rápida. Todo depende de cuánto tarde un ser vivo en reproducirse.

 

Un ciervo, que vive varios años hasta que se reproduce, tendrá una evolución mucho más lenta que un gusano, que tarda unos pocos días. Algunos gusanos nematodos se han adaptado sorprendentemente bien. Y una determinada especie de rana, ha dejado de ser verde para pasar a ser de un color oscuro. Puede que la melanina las proteja mejor de la radiación.

 

Y no hablemos ya de virus i bacterias, como bien hemos podido comprobar últimamente con la pandemia de covid-19 o cada año con las cepas estacionales de gripe común (y a veces no tan común), que mutan a grandes velocidades.

 

La radiación es un factor más en la carrera evolutiva. De hecho, la acelera, ya que provoca mutaciones con gran rapidez. La mayoría no serán viables, pero unas pocas resultarán interesantes.

 

Recuerdo un relato de ciencia ficción muy antiguo, de antes de la Edad de Oro (“El hombre que evolucionó”, “The Man Who Evolved”, 1931), en que se utilizaba la radiación para producir seres humanos mutados casi en tiempo real. No tenía mucho sentido, ya que entonces no se conocían bien estos mecanismos. Pero entre eso y tener que esperar millones de años, está la realidad.

 

 

12 marzo 2024

Correlaciones: Chamuscando

Un niño canadiense de doce años, Brender Sener, ha saltado a la fama por haber construido una réplica a escala del arma con que supuestamente Arquímedes luchó contra los romanos en el sitio de Siracusa.

 

Cuantan las fuentes clásicas, que en el año 214 a.C., la ciudad de Siracusa, antaño aliada de Roma, cambió de bando en plena guerra púnica y se alió con Aníbal Barca. Los romanos, como era de esperar, no se lo tomaron demasiado bien y enviaron una flota de barcos, comandada por el general Marco Claudio Marcelo a poner las cosas en su sitio.

 

Pero los romanos no contaban con que lo siracusanos habían reclutado a una de las mentes más brillantes de su tiempo para ayudarles en su defensa: se trataba de Arquímedes. El que gritó ¡eureka!, sí.

 

Parece que el griego diseñó todo tipo de máquinas de guerra, a cual más jodida y se las hizo pasar canutas a los romanos y que estos se ponían a temblar cuando veían que algo asomaba por las murallas de Siracusa. Se cuenta que una de ellas se basaba en unos espejos gigantes con los que concentraba los rayos solares e incendiaba desde la distancia los barcos romanos.

 

Muchos historiadores han creído durante bastante tiempo que se trataba de una simple leyenda, que los siracusanos no tenían una tecnología tal. Pero, ahora, Brender Sener, un estudiante de secundaria de Ontario ha construido un modelo a escala de la batalla y parece ser que los espejos funcionan y son factibles.

 

De hecho, no tiene nada de raro, porque algunas centrales solares funcionan así y de hecho, resulta hasta increíble que nadie lo hubiese comprobado antes. Almenos, públicamente.

 

La ciencia ficción, por eso, se adelantó a Brender. Almenos hay dos relatos en que se utilizan concentradores de rayos solares. Uno con finalidades “destructivas” en “Un ligero caso de insolación” (“A Slight Case of Suntroke”, 1962), contenido en la antología “Relatos de diez mundos”, de Arthur C. Clarke y el otro con el fin de obtener energía, en “Cual plaga de langosta”, (“Like Unto the Locust”, 1979), contenido en la “Trilogía del Reverendo Hake”, de Frederik Pohl.

 

Seguro que habrá más ejemplos, pero yo conozco estos dos.

 

En fin, nuevamente tendremos que decir aquello de timeo danaos et dona ferentes (desconfía de los griegos y de los regalos que ofrecen), esta vez, no en forma de caballo de madera, sino con forma de espejos chamuscabarcos.

 

 

 

07 febrero 2024

The Expanse

Finalmente, me he acabado de ver la sexta y última temporada de la serie de ciencia ficción “The Expanse” (traducible como “La inmensidad” o “La extensión”, según los gustos).

 

Reconozco que la última temporada me ha costado un poco de visionar y que el proceso ha sido algo fragmentario, pero la cosa se anima bastante al final. Y no me refiero a las ensaladas de tiros, que no me suelen gustar demasiado y que me ponen algo nervioso.

 

No sabría decir de qué va la serie. Es difícil de resumir. Podríamos afirmar que es la evolución de las relaciones entre los interianos (los habitantes de la Tierra, la Luna y Marte) y los cinturonianos (los habitantes del cinturón de asteroides).

 

Montones de tramas, conflictos, ideas… una mezcla de space opera, batallitas del espacio, detectives, ideas más o menos clásicas de la ciencia ficción, distopías, alienígenas y un montón de cosas más. Algunas de ellas rozando lo surrealista o casi lo mágico, aunque ya sabéis lo que dice la tercera ley de Clarke: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.

 

Los cambios de escenario son constantes. Aparecen muchísimos personajes, de los cuales, sobreviven muy pocos hasta el último capítulo. Mi favorita, la secretaria general de la ONU, Chrisjen Avasarala, aunque creo que quien mejor actúa es el malvado Marco Inaros, a quien te entran ganas de estrangular en múltiples ocasiones.

 

La serie evoluciona muchísimo desde la primera temporada y de hecho, esa es una de sus características definitorias: el cambio constante. Cada temporada, aunque mantiene universo y personajes, es muy diferente de las restantes.

 

Así, vamos saltando de los mundos exteriores, a los del Cinturón, a Marte y a la Tierra. Y de premio, a otros mundos más allá del sistema solar, a través de una especie de puerta estelar más bien rarita.

 

Y por supuesto, el delirio de la protomolécula, que se va moderando casi hasta desaparecer en las últimas temporadas, pero que en las primeras es algo obsesiva.

 

Incluso los personajes principales desaparecen o evolucionan profundamente y pasa un poco como en “Juego de Tronos”: no te encariñes de nadie porque puede que desaparezca cuando menos te lo esperes.

 

Como ciencia ficción es interesante por la enorme cantidad de ideas de maneja. Ninguna especialmente innovadora (salvo quizás la de la protomolécula, que no deja de ser una especie de deus ex machina que sirve para todo), pero todas ellas interesantes.

 

No hay naves translumínicas, la falta de gravedad se nota, las aceleraciones a varios g tienen sus consecuencias, las leyes de Newton se conservan y el aire y el agua en el espacio valen su precio en oro. Además, las comunicaciones y las armas son normalitas y muy creíbles. Nada de fásers, warps ni fototorpedos.

 

A pesar de ello, todo es muy futurista a la vez que algo sórdido y decadente. La serie tiene ese punto derrotista: la vida en la Tierra no es maravillosa y en los mundos espaciales es aún peor. La guerra y el sojuzgamiento del fuerte versus el débil sigue siendo algo común y los problemas se arreglan antes a tiros que en las mesas de negociaciones.

 

Mi valoración general es bastante positiva, ya que no es tampoco una serie clásica y de entre sus múltiples planteamientos, seguro que alguno habrá que os gustará más.

 

La serie se canceló en su sexta temporada. De momento no parece que vaya a haber continuación. La trama quedó suficientemente conclusa como para aceptar un final, pero suficientemente abierta como para continuarla.

 

De hecho, se basa en una serie de novelas del autor James S. A. Corey, que sí que continúan la trama en el futuro. Será cuestión de esperar a ver qué pasa. De momento, puedo decir que es una gran serie de ciencia ficción digna de ser vista.

 

 

27 enero 2024

Correlaciones: Cachivaches

Cada dos por tres, aparece alguna noticia en prensa que anuncia el descubrimiento de un nuevo dodecaedro romano en algún yacimiento arqueológico.

 

Los dodecaedros son piezas, generalmente metálicas, pero también pueden ser de otros materiales, con forma de dodecaedro, como su nombre indica, que no tenemos ni la más remota idea de para qué servían.

 

Las fuentes clásicas escritas no los citan, así que solo podemos echarle imaginación. Se han propuesto todo tipo de posibles usos: dados, soportes de los mástiles de las legiones, objetos de culto sagrado, lámparas, etc., pero ninguna de las explicaciones ofrecidas parece acabar de cuadrar.

 

¿Qué demonios son y para qué servían? Solo sabemos que parece que sus propietarios los tenían por valiosos, pues suelen aparecer junto a monedas u otros objetos de valor.

 

Este tipo de cachivaches me recordaron muchísimo a los que aparecen en la novela “Portico” (Gateway, 1977), de Frederik Pohl. Una antigua y enigmática civilización extraterrestre -los Heechees- ha dejado por todas partes una serie de aparatos que nadie sabe para qué servían y a los que se les han dado nombres más o menos metafóricos, como pasa con nuestros dodecaedros romanos. Mención especial para los “molinillos de la oración”.

 

Supongo que si una civilización extraterrestre del futuro escudriñase en un yacimiento humano también se encontraróa objetos raros de los que, por su simple aspecto, difícilmente podrían ser capaces de averiguar su función.

 

También es cierto que pocas cosas sobrevivirían al paso de los siglos. Objetos de plástico, tal vez, y algunos objetos de metales más o menos resistentes. Probablemente, las cosas que menos podríamos imaginar.

 

Si ya no somos capaces de averiguar para qué sirven los dodecaedros romanos y apenas tienen dos mil años y forman parte de una cultura predecesora de la nuestra, imaginad el abismo con objetos alienígenas, tal vez separados de nosotros cientos de miles o millones de años, de una cultura que no tendría nada qué ver con la nuestra.

 

Pero bueno, si para algo sirve la imaginación es para ofrecer respuestas creativas y para cubrir esos abismos que a veces se abren en el mundo real.