Te veo, te grabo
Hace tiempo, leí una distopía bastante interesante:
Tierra, de David Brin, que nos mostraba un futuro a unos
cincuenta años vista del presente. Desde entonces deben haber pasado ya dos
décadas, casi la mitad del tiempo en que se emplazaba en el futuro la acción.
Una de las cosas que más me llamaron la atención fue la
propuesta de que la gente (sobre todo, la gente mayor) iría todo el santo día
con un grabador de imágenes a cuestas, almacenando todo lo que se les pasase
por delante de las narices.
Y ciertamente, el futuro se ha hecho presente. Antes, en los
conciertos nocturnos de música rock, veías multitud de lucecitas emitidas por
los mecheros del público. Hoy día, -a parte de que se fuma menos- las lucecitas
que pueden verse son las pantallas de los móviles que se dedican a grabar el
concierto. Una cosa no es real aunque suceda ante tus ojos, si previamente no
ha sido grabada por el móvil y posteriormente transferida a tu red social
favorita.
Brin acertó bastante de pleno. Y eso que aún no hemos
entrado en el dominio de las Google Glasses, que darán mucho que hablar y que
aumentarán exponencialmente el fenómeno.
Incluso hay una cámara que se cuelga al cuello y que toma
una instantánea cada cierto tiempo. De esta manera, podemos seguir la
trayectoria vital de una persona, lo que me recuerda ligeramente al magnífico
relato de J. G. Ballard, “Nieve”.
Y es que a veces pienso que, ciertamente, nos dirigimos a
pasos agigantados hacia la singularidad tecnológica, pero en un sentido literal
de singularidad: o sea, hacia un inmenso agujero negro lleno de bits y de memes
del que nadie podrá escapar.
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