El suplicio de Tántalo
Cuenta la mitología
griega, que uno de los hijos de Zeus, Tántalo robó algo que no debía, cosa que
enfureció a los dioses, quienes lo castigaron cruelmente: lo sumergieron en un
lago con el agua a la altura de la barbilla, pero cada vez que intentaba saciar
su sed con el agua, ésta se retiraba. Igualmente, tenía a su alcance un árbol
cargado con jugosas frutas, pero cuando intentaba coger una, éstas también se
retiraban. Y como colofón, una enorme roca sobre su cabeza amenazaba con
aplastarlo en el momento más inesperado.
Los griegos tenían mucha
imaginación. Este curioso suplicio me recuerda un poco a nuestra situación
actual en la búsqueda de exoplanetas. Cada vez descubrimos más de ellos.
Muchos, a una distancia de pocos años-luz de la Tierra y algunos con unas
condiciones ambientales que podrían permitir albergar vida en su superficie.
Pero, mira por dónde, a
pesar de estar relativamente cerca, al alcance de nuestra mano, están
irremediablemente lejos, demasiado lejos. Tanto que con la tecnología actual o
la que se vislumbra en un futuro cercano, será imposible llegar a ellos en un
período de tiempo prudencial.
Incluso creando un arca
generacional (La nave estelar, de Brian Aldiss o
Cita con Rama, Arthur C. Clarke) o desarrollando la
hibernación (Cánticos de la lejana Tierra, Arthur C. Clarke),
dos tecnologías que ni si quiera sabemos si son posibles, siguen estando
demasiado lejos para nosotros. Ninguno de los que ahora vivimos pisaremos jamas
un exomundo, aunque éste sea habitable.
Eso me recuerda indefectiblemente
al suplicio de Tántalo: tan cerca y a la vez, tan lejos. Y es posible que la
roca sobre nuestras cabezas, similar a otro mito griego, el de la espada de
Damocles, no sea un simple añadido. Como decía Stephen Hawking, tarde o
temprano, un asteroide o cometa lo suficientemente grande acabará impactando
sobre nuestro planeta y nos enviará directos al otro barrio.
No deja de ser irónico que
habiendo aparentemente tantísimos mundos en nuestra galaxia, muchos de ellos
potencialmente habitables, algunos incluso a pocos años-luz, estemos tan lejos
de poder llegar a ellos como los griegos que miraban los cielos e inventaban
imaginativos mitos sobre dioses y hombres.
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